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El principio de la segunda virtud

Olvidarnos por un instante de la cualidad distintiva de Haaland, Mbappé, Guardiola o Simeone, y reflexionar sobre sus capacidades secundarias, ajusta mucho mejor su dimensión y zanja discusiones

El otro día le pregunté a ChatGPT cuál era la principal virtud de Kylian Mbappé. Esta fue su respuesta:

Kylian Mbappé está ampliamente considerado como uno de los futbolistas con más talento del mundo. Su principal virtud es su increíble velocidad y agilidad sobre el terreno de juego. La excepcional velocidad de Mbappé le permite superar a los defensas y crear ocasiones de gol para él y sus compañeros. También es conocido por su magnífica capacidad técnica, su rápido juego de pies y su precisión en el remate. Además, Mbappé es muy inteligente sobre el terreno de juego, toma decisiones inteligentes y se posiciona con eficacia para aprovechar los huecos en la defensa (…).

Estaba plenamente convencido de que la principal virtud que destacaría sería la velocidad. Cuando realicé el mismo ejercicio sobre Rafael Nadal, recibí de la máquina otro compendio de virtudes que realzaban dos cosas: su palmarés y su extraordinaria fortaleza mental para afrontar momentos adversos. También le pregunté por Erling Haaland, Pep Guardiola y Diego Simeone. De Haaland destacó su insólita habilidad rematadora, de Guardiola su influencia en el juego a través de la posesión del balón y de Simeone su capacidad para motivar y generar espíritu de lucha en sus jugadores. Todas son verdades irrefutables que definen en una sola virtud a todos ellos, pero estas búsquedas tenían un motivo concreto.

No es difícil comprobar y afirmar que la principal y primera virtud de un gran deportista, sobre todo en aquellos que elevan su principal talento hasta la cúspide, se ha convertido, paradójicamente, en un resorte automático de reacciones negativas. Por un lado, la automática minusvaloración del resto de sus capacidades, como si consiguientes virtudes fueran defectos y, por otro, ser uno de los motores fundamentales del enfrentamiento directo como fomento del odio entre seguidores de su deporte.

 

Si Guardiola o Simeone pierden, su principal virtud cae en desgracia y carga de supuestas razones a quienes venían advirtiendo de que todo era mentira. Pero, ¿qué pasa si eliminamos de la ecuación lo que les hace extraordinarios, y por ello denostados, y acudimos a sus virtudes más terrenales?

 

Esto cobra sentido porque al ser señalado el protagonista como el mejor de todos en un apartado concreto, y a la vez determinante, inmediatamente se genera una reacción opuesta fundamentada por el rechazo que genera el ego como parte de la envidia o de pertenencia a un grupo que percibe a dicho deportista como integrante del grupo opuesto. Es la regla básica de la polarización y posicionamiento en grupos o corrientes de opinión para sentirnos respaldados. Así, Mbappé no es tan bueno en espacios cortos o rodeado de defensores, Nadal no es tan extraordinario tenísticamente y Simeone es un entrenador defensivo de discurso único. O como citaba recientemente Valdano, “quienes hacen lo contrario de lo que Guardiola propone lo citan como si se tratara del diablo”.

Con tal de no reconocer lo extraordinario que resulta su principal talento, se minusvaloran los siguientes, fruto de un ego maltrecho que grita como antídoto preventivo de sus propias inseguridades. Esta automatización en la respuesta se produce, como en ningún otro escenario, en la derrota. En la derrota nacen los bandos, el enfrentamiento y la tempestad. Y se convierte su principal virtud en una herejía. Si Guardiola o Simeone pierden, su principal virtud cae en desgracia y carga de supuestas razones a quienes venían advirtiendo de que todo era mentira. Pero, ¿qué pasa si eliminamos de la ecuación lo que les hace extraordinarios, y por ello denostados, y acudimos a sus virtudes más terrenales?

El motivo de preguntarle a ChatGPT por la gran virtud de todos estos deportistas no era otro que el de dar valor a lo que podríamos llamar el principio de la segunda virtud. De alguna forma, reservar espacio para olvidarnos de su gran talento distintivo y reflexionar sobre otras de sus capacidades secundarias ajusta mucho mejor la dimensión del sujeto, sobre todo porque en esos espacios donde no son únicos deben trabajar más, tienen mayor margen de mejora, generan más empatía y encontramos más espacios para el detalle o el mérito. Y porque en realidad tampoco somos así. Todos los conflictos generados por el ego, la polarización y la dinámica de grupo como corrientes de opinión, como el famoso video en el que dos perros se ladran y ‘matan’ a través de un cristal o una reja y después se calman una vez la reja se abre, son en su mayor medida ruido. Esa reja es Twitter o tu asiento en el estadio.

Como la fuerza de un éxito es proporcional al odio generado, fijarse en que Guardiola es un obseso de la defensa ayuda a completar su figura, del mismo modo que reivindicar el tacto delicadísimo de Mbappé cuando le plantan seis jugadores entre su control de balón y el portero es un ejercicio mucho más honesto con el talento del futbolista. O caer en la cuenta de que Simeone está jugando con líbero y sus jugadores generan consistencia defensiva a través de rondos cercanos, distancias estrechas y pases cortos. Hace unos días, Juanma Romero, el gran Guardiolato, hacía referencia a esa mezcla de virtud denostada de Haaland, la de no tocar el balón y mandar a la red su primera intervención: “Dice Bernardo sobre Haaland que ‘puede estar en la sombra durante 85 minutos pero toca una y es gol’. Tal cual. Pero cuidado, que a veces nos confundimos con eso. Puede no aparecer en 85′ pero está concentrado todos y cada uno de los segundos del partido”. Esa respuesta colocaba a Haaland en un espacio empático donde todos veíamos al humano que hay detrás del cyborg.

 

Reivindicar el tacto delicadísimo de Mbappé cuando le plantan seis jugadores entre su control de balón y el portero es un ejercicio mucho más honesto con el talento del futbolista. Como entender que Haaland es mucho más que un intimidante rematador

 

Con la ventaja que da observar con tiempo las reacciones, es tranquilizador comprobar que la segunda virtud es un mecanismo útil para acercar posturas humanizando al deportista, entrando en aquellos terrenos en los que podemos y sabemos detectar que otros también los superan puntualmente, que no es otra cosa que vernos a nosotros mismos cuando afrontamos dificultades o nos vemos entre iguales. Seguramente esa segunda virtud los hará igualmente superiores a la media pero ajustará mejor su significado y dará menos pie a que lo indiscutible suponga comenzar, paradójicamente, su minusvaloración.

Por último, y aunque solo sea por esta última consideración, podemos valernos de este principio para diferenciarnos de lo que ha sido el arranque de este texto. Necesitamos poder contestar y valorar las cosas de una manera diferente a como lo haría una máquina, de la que siempre esperaremos que conteste, en primer lugar y como ya hemos comprobado, lo más evidente.

 


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Fotografía de Getty Images.