Hace unos días Xabi Alonso anunció su retirada y lo hizo de forma discreta, tal cual es él sobre el césped. Sin alardes, sin un efusivo adiós. Unas botas negras, una portería de fútbol y un saludo con clase. No le ha hecho falta una gira de despedida al estilo Kobe Bryant, o como a una estrella de rock. Su retirada da para reflexionar. Lo hará a sus 35 años, una edad más que suficiente como para haber vivido innumerables episodios y a tiempo como para no dejarse llevar. Lo difícil no es retirarse tras un fracaso, lo jodido es hacerlo cuando uno posee el éxito. Porque la victoria aturde y puede nublar las percepciones. Uno puede tener claro que dejará el fútbol en el mes de diciembre porque sus piernas ya no responden, o quizá su mente haya dejado el balón en segundo plano. Las razones pueden ser varias. Pero si llega el mes de mayo y ha logrado algún título relevante, las piernas ya pesarán menos y la mente ya no tendrá a la pelota en el ocaso. Serán percepciones nubladas por el éxito, por el bienestar ocasionado de haber cumplido unos objetivos. Es ahí, en el punto álgido, cuando se decide abandonar en todo lo alto o hipotecarse una temporada más.
Xavi no abandonó el fútbol profesional tras la conquista de la Liga, Copa del Rey y Champions League, pero sí fue una retirada espiritual. Ahora está en una cultura menos exigente, aislado de la actualidad y preparando su futuro. Al fin y al cabo, es una retirada en versión moderna. Xavi podía haber seguido un año más, incluso dos o tres. Ya no era titular, tenía treinta minutos de calidad y se llevaba la ovación del público. Además de estar en el club de toda la vida, en su casa rodeado de los suyos. Un final de carrera cómodo y placentero. El mérito reside en dejar de lado todo ello para decidir que esa capítulo ha terminado, el éxito no le cegó. Raúl, en cambio, salió del Real Madrid rumbo al Schalke para seguir haciendo historia. Podría haberse retirado en casa, pero prefirió hacerlo en Alemania conquistando algún título más y quedándose a las puertas de otra final de la Champions. Dentro de unos años recordaremos a Xabi Alonso, Xavi y Raúl por sus cualidades, títulos y legado. Pero ese recuerdo todavía será mejor al haberse retirado en el momento oportuno, el recuerdo no estará empañado por haberlos visto arrastrándose sobre el verde.
El contrapunto a estos tres casos podría ser Arsène Wenger. Cuando el técnico francés deje el Arsenal, ¿qué pensamiento nos quedará? En primer lugar nos vendrá a la mente que fue un entrenador perdedor, incluso alguno creerá que era mediocre. Porque esa es la imagen que proyecta en sus últimas temporadas. La de un entrenador que no se ha adaptado al fútbol moderno, que ficha jóvenes jugadores y que su mayor éxito es una cuarta plaza en la Premier League. Todo ello en un club importante en el plano histórico y en el apartado económico. En este caso, el recuerdo que nos quedará será nublado por sus caóticos últimos años y no tanto por “los invencibles”. Esa memoria es la que tendrán muchos acérrimos aficionados al Arsenal, esos que se están manifestando pidiendo su salida. Los que hasta hace unos años cantaban a favor del alsaciano, y ahora entonan en su contra. Porque esto funciona así, el último recuerdo es el importante. Nos guste o no, la memoria es frágil. Y más aún en un ambiente donde el éxito es ganar trofeos todos los años y la palabra fracaso se utiliza a la ligera. Wenger ha sido preso de un fútbol en el que ya no hay margen, se analiza todo en función al éxito y no ha sabido adaptarse a todo ello. Muchos pensarán que quizá debió retirarse como lo hizo Alex Ferguson. Pero, ¿y qué hacemos si Wenger conquista la FA Cup y mete al Arsenal en la Champions? Retirarse en la cumbre es lo difícil, lo fácil es hacerlo tras una mala temporada.
La comparativa entre las carreras de un futbolista y un entrenador es desigual, pero en ambos casos saber decir adiós es una difícil tarea. Cada uno de nosotros lo asumiría de una forma distinta, de ahí que sea una complicada situación.