Los vaqueros de Rents se están empapando, y no solo de agua. El suelo del baño está encharcado de orina y lo que acaba de salir de su cuerpo se mezcla ya con lo que han dejado los cuerpos anteriores. Pero Rents no se rinde; se limpia el culo y busca en el fondo del váter las dos pastillas de opio que lo han jodido todo. Son supositorios, para el mono. Rents es un yonqui del barrio de Leith acuciado por los estertores de sus propias tripas; busca un cuelgue suave, que le ayude a pasar el primer día sin caballo. Se sube los vaqueros y sale del baño, y después del bar. Antes, ha dejado un sello en el dorso de la puerta. HIBS, escrito en verde, con las entrañas de una mosca aplastada.
Los Hibs juegan a un par de kilómetros del bar en el que Rents se ha manchado las manos, en Easter Road, y lo hacen allí desde 1893. Lo fundaron dos religiosos irlandeses que querían que los suyos, inmigrantes de las hambrunas, pudieran jugar al nuevo deporte que se empezaba a ver en los Meadows, al sur del castillo. Se acababa de fundar otro club de fútbol en la ciudad, el Heart of Midlothian, formado solo por escoceses, y los inmigrantes de Edimburgo querían su propio bando en el que pelear. Lo llamaron Hibernian, por el nombre romano de su Irlanda, y lo vistieron de verde para luchar para siempre contra sus vecinos. Era 1875; nacía uno de los derbis más antiguos del planeta.
Guy lleva camiseta marrón y nada más. En la calle la temperatura ronda los cinco grados, pero en el Athletic Arms las voces y las pintas no sienten el frío. El bar está junto al cementerio de Dalry, cerca de Tynecastle, la casa del Hearts. Los del Hibs los llaman jambos, por el color de mermelada, y los detestan. “Se creen muy cool porque son rebeldes y se meten con los ingleses, pero ni siquiera se ven banderas de Escocia en Easter Road. Que se queden en su puto barrio”. Guy muestra en su móvil una foto del estadio, el suyo, el del Hearts; la bandera de Escocia teñida de marrón, y junto a ella, también de jambo, la Union Jack. En el fútbol de Escocia se mezclan las banderas, aunque Guy asegura que “la cosa no está tan dividida como en Glasgow”. De política no quiere hablar; en Leith todos parecen querer hablar de política, de Escocia, de Irlanda y de un nuevo referéndum.
Los Hearts son orgullosos y hablan sin parar, pero de fútbol, de ganar a los ‘hibees‘, del 5-1 de 2012 en la final de copa. Es un club enamorado de su propio pasado. Hablando con Guy, queda claro. “Ve a Haymarket. Allí está el recuerdo de los caídos del Hearts. Eso es lo que enseñamos, valores de verdad”. Guy habla del reloj que preside la pequeña plaza, cerca del New Town. Se levantó para honrar la memoria de los caídos del equipo en la Primera Guerra Mundial. 16 jugadores se enrolaron en el batallón McCrae, donde compaginaban el entrenamiento militar con los partidos de liga. El equipo perdió el campeonato y seis futbolistas murieron en combate.
Es sábado y hay derbi en Edimburgo. Un turista inocente pasea por la Royal Mile y observa a decenas de hombres escupiendo en la acera. “Es el Heart of Midlothian”, le explica un guía local, mostrando un mosaico de adoquines que señala el lugar donde estaba la antigua cárcel de Edimburgo. La gente escupía en la fachada del presidio, donde además se pagaban los impuestos, así que se decidió poner un mosaico amable allí y llamarlo ‘El Corazón de Midlothian’. Es el único lugar de Edimburgo donde la ley permite escupir en el suelo. En días de partido, lo hacen los hinchas del Hibs y del Hearts, por odio o por superstición, según el bando. Miles de esputos sobre un mosaico inmortalizado en la novela más célebre del más célebre escritor clásico escocés, Waverley, de sir Walter Scott.
Con el tiempo, Waverley se convirtió en un símbolo nacional y en el nombre de la estación de tren de Edimburgo. 200 años después, Irvine Welsh escribió su novela; una novela sucia sobre los problemas de drogas que se vivían en los 80; la novela en la que Rents salía corriendo a buscar un baño inundado, donde buscaba sus pastillas de opio y dibujaba en la puerta el nombre de su equipo con las entrañas de un insecto aplastado. La novela se llamó Trainspotting, el nombre de un viejo pasatiempo escocés consistente en ver pasar los trenes desde las alturas de la estación; y la estación se llamaba Waverley, porque en la vieja ciudad todo tiene nombre de libro, de lucha o de fútbol escocés.
Este texto está extraído del interior del #Panenka77, un número que todavía puedes conseguir aquí.