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El ‘calcio’ no es cosa de vida o muerte: es mucho más importante

Publicamos el prólogo de Enric González que introduce el libro 'Unico grande amore', un viaje de Toni Padilla por Italia a través del 'calcio'. Bienvenidos al país de los detalles

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Supongamos que un viajero recorre, uno a uno, los 301.230 kilómetros cuadrados sobre los que se extiende Italia: no encontrará un kilómetro igual a otro. Cambian el acento o el idioma, las recetas culinarias, el clima, la geografía, la historia, las fisonomías e incluso la actitud de la gente ante la vida.

Un hombre tan sabio como Johann Wolfgang von Goethe, que viajó por Italia entre 1776 y 1788, escribió lo siguiente sobre el país, que por aquel entonces eran varios: “Aquí todos se malquieren, el uno contra el otro, de un modo que sorprende. Animados por un singular espíritu de campanario, no pueden soportarse mutuamente”.

Las cosas no han cambiado. El autor de este libro ha realizado una investigación rigurosa sobre el asunto. Ha ido, por ejemplo, a Brescia para comer casoncelli alla bresciana, radicalmente distintos a los casoncelli alla bergamasca. Si los primeros se rellenan de queso, pan y mantequilla, los segundos, de ternera. Brescianos y bergamascos pueden mantener discusiones virulentas sobre sus respectivos casoncelli, y resulta inútil tratar de convencer a los participantes en el debate que Brescia y Bérgamo son ciudades lombardas que distan apenas 50 kilómetros: ambas partes de la polémica creen vivir en mundos muy lejanos.

Pero Italia existe, pese a todas sus singularidades. No se limita a existir: es uno de los países más hermosos, divertidos y amables; tal vez el más hermoso, divertido y amable. Y eso en su totalidad, desde los Alpes hasta la costa amalfitana.

 

Italia no se limita a existir: es uno de los países más hermosos, divertidos y amables; tal vez el más hermoso, divertido y amable

 

Existen numerosas teorías sobre los elementos que mantienen a Italia sólidamente unida. Uno de ellos es, sin duda, su hermosa lengua italiana, pariente lejana del idioma que se hablaba en Florencia hacia el siglo XII y milagrosamente renacida. Durante siglos fue considerada una lengua muerta y a finales del siglo XIX, con el país ya unificado, solo uno de cada diez habitantes era capaz de hablarla. Hay otros elementos más circunstanciales: la epopeya nacionalista del Risorgimento, la ópera, los carabinieri, la bandera tricolor, la selección de fútbol…

Un servidor sugiere, con toda humildad, que existe algo que distingue a los italianos en su conjunto del resto de la especie humana: el detalle. Es decir, el amor por el detalle. El detalle explica muchas cosas, desde la elegancia en el vestir hasta la exquisitez de la cocina popular, pasando por la belleza urbana e incluso por ciertos rasgos del calcio, como llaman los italianos al fútbol.

Me limitaré a un dato: tengo contabilizados 102 tipos de pasta, sin incluir, por supuesto, las que se rellenan ni la compleja materia de las lasañas. El observador inexperto puede pensar que los capellini ligures y los vermicelli campanos son lo mismo. O asombrarse ante el hecho de que un romañolo elija tagliatelle o fettucine (hay que recurrir a la lupa para apreciar la diferencia de anchura) según la receta que tenga planeada. O confundirá los penne (rigate o lisce) con los rigatoni o los tortiglioni y acabará pensando, craso error, que no son más que macarrones llamados de formas diferentes. No, no. ¿Alguien cree que el casi imperceptible pliegue de los trenette está ahí por casualidad? Cada detalle sirve para algo concreto y mejora el plato. Es más: define el plato.

 

Confío en que Toni Padilla no se haya trotado cada uno de los 301.230 kilómetros cuadrados que componen este paraíso del detalle: nadie tiene derecho a tanto privilegio. Pero ha recorrido Italia con un plan minucioso y los ojos bien abiertos

 

El amor por el detalle explica la portentosa artesanía italiana. Y no me refiero a canastos de paja o cerámica pintada. Un automóvil Ferrari es pura artesanía, igual que una lancha Riva. Podríamos seguir hablando de trajes, de muebles, de café, de helados, de la Vespa y de muchas otras maravillas. O, dando un paso (corto) hacia el arte, entregarnos a una vida de contemplación entre renacentistas y barrocos, desde Leonardo, Michelangelo y Rafael hasta Bernini o Caravaggio. Creo, como Arthur Schopenhauer, que las cumbres de la pintura y la escultura, inigualables por los siglos de los siglos, se encuentran en ese recorrido.

Confío en que Toni Padilla no se haya trotado cada uno de los 301.230 kilómetros cuadrados que componen este paraíso del detalle: nadie tiene derecho a tanto privilegio. Pero ha recorrido Italia con un plan minucioso y los ojos bien abiertos. Ha aprendido los peligros que puede entrañar la confusión entre el queso parmigiano y el queso reggiano, indistinguibles para el profano. Ha comprobado que los asuntos futbolísticos italianos, con sus millones de historias, anécdotas y desastres, no son cosa de vida o muerte, sino algo mucho más importante.

Ha captado, en fin, ese espíritu, esa atmósfera especial, esa vía secreta entre el pasado y el futuro que caracteriza Italia. Y que se esconde en los detalles.