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Correr es de cobardes

Este es un canto a los jugadores vagos, aquellos que derrocharon todo el talento que tenían. Intentamos entender aquí quiénes han sido sus máximos exponentes

“Yo quería desafiar al mundo entero, pero al mundo no le importa.”

Chantal Akerman

 

Siempre he admirado mucho a los vagos. Me caen bien los estudiantes que se duermen en clase, los trabajadores que llegan tarde o los futbolistas que no corren. En una época dominada por la productividad, yo apoyaré siempre a los perezosos, a los dejados, a los que abandonan. A los que prefieren no hacer nada.

Si algo tienen en común, más allá de la desidia, estos jugadores, es el talento. Este, al igual que el dinero, es un regalo inmerecido. Llegan al mundo con esa suerte, que ni han buscado ni han pedido. Quizás solo los muy talentosos, al igual que los muy ricos, puedan permitirse derrocharlo. Nosotros, los mediocres, jamás lo entenderemos.

El mundo del fútbol ha estado siempre lleno de personajes así. Talentosos y perezosos. Y aunque casi siempre han acabado criticados por público y prensa, a mí me apetece hoy recordarlos. Que cada uno piense ahora en su cuadrilla de vagos. Yo les propongo, queridos lectores, la mía: Cassano, Ronaldinho, Anelka, ‘Mágico’ González y Guti.

 

Más que haber vendido muchas camisetas, se contentarán con saber que hay algún pub en Copacabana que vende cócteles con sus nombres. En el fondo de la copa, una promesa: dejaremos de ser jóvenes

 

Cassano confesaba que en Madrid hacía exclusivamente dos cosas: el amor y comer croissants. Anelka se declaró en rebeldía y amenazó con jubilarse a los 20 años porque no jugaba en la posición que él quería. ‘Mágico’, aquel futbolista del que Maradona decía que era mejor que él, se quedaba dormido en los descansos y tenía que ir a su casa una orquesta a despertarle con música. Ronaldinho alquiló un hotel entero durante los tres días anteriores al derbi milanés, que evidentemente acabó perdiendo. Guti manifestaba que cuando tuviera 60 años no se veía en una discoteca, que su momento de fiestero era entonces, cuando aún jugaba cada fin de semana.

No está mal para un equipo de fútbol sala. Tampoco para una noche de copas. Me los imagino a todos juntos, después de un partido, en algún bar decadente, cantando a pleno pulmón A Hard’s Day Night, esa canción de los Beatles que habla de un tipo que ha tenido una noche tan dura de trabajo, que ya solo puede fantasear con llegar a casa de una vez por todas.

El jugador perezoso, al igual que el rockero, envejece mal. No creo que a ellos les importe demasiado. Al fin y al cabo, exprimieron bien la juventud. El respeto y el honor siempre fueron relativos. Más que haber vendido muchas camisetas, se contentarán con saber que hay algún pub en Copacabana que vende cócteles con sus nombres. En el fondo de la copa, una promesa: dejaremos de ser jóvenes.

 

Cassano confesaba que en Madrid hacía exclusivamente dos cosas: el amor y comer croissants. Anelka se declaró en rebeldía y amenazó con jubilarse a los 20 años porque no jugaba en la posición que él quería

 

Sin darse cuenta, llega un día en el que se han hecho mayores. Les ha salido alguna cana, la espalda les pega un crujido cuando se atan las botas y prefieren quedarse en casa que viajar hasta el fin de la noche. Sus compañeros de equipo llevan peinados raros, desplantan al entrenador y trotan por el campo. Casi sin querer, les sale un gruñido viéndolos. Luego un insulto a media voz. Luego una crítica. Con lo que cobran, con lo que representan. El tiempo ha pasado. Pocos años después, desde el sofá, los viejos ídolos vagos no podrán entender cómo los nuevos ídolos vagos derrochan el talento y la juventud desacatando órdenes, ganduleando por el campo. Ellos, que ahora sólo juegan en los recuerdos, matarían por regresar a un campo. Pedirían, por favor, poder volver a hacer el vago. Solo cinco minutos más.

Mi abuela siempre dice que lo daría todo para que sus padres la regañaran una vez más. Que volvieran, aunque solo fuera para echarle la bronca. Es posible que una vez retirados, los jugadores vagos se conviertan también en niños huérfanos, echando de menos incluso las broncas de sus mayores. El fútbol y la vida son igual de despiadados: nadie te lo advierte, pero vas a tener nostalgia de todo.

Guti se puso a entrenar y pidió que dejaran de llamarle Guti, Ronaldinho jugó partidillos en la cárcel. De los demás, en realidad, se sabe más bien poco. Quizás, retirados en una mansión solitaria, como Orson Welles en Ciudadano Kane, rememoren añorados el pasado. De vez en cuando, en alguna pachanga de solteros contra casados, recordarán lo que fueron. Allí se sentirán felices, fieles a su estilo: corriendo poco, defendiendo aún menos. Después celebrarán la victoria, la derrota, o los enigmas del tiempo. Aunque el tiempo siempre nos derrota.

 


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Fotografía de Imago.