“En los barrios de las periferias de las grandes ciudades, el fútbol se jugaba en los oratorios. Pero yo a los curas no les podía ni ver, así que no jugaba a fútbol”. Ninetto Davoli tenía 15 años cuando trabajaba reparando viejos muebles con su hermano en Prenestino, un barrio al este de Roma. Era esa Roma de grandes barrios con calles sin asfaltar, con descampados y esos oratorios que se convirtieron en la principal escuela futbolística del país. En los oratorios, patios al lado de las iglesias, centenares de grandes jugadores aprendieron a golpear el balón. Pero Davoli, pequeño diablo, tenía claro desde chico que no quería ver las sotanas, así que con 15 años perseguía chicas en vez de balones.
Hasta que un día unos amigos le propusieron conocer al joven director de cine que aparecía constantemente por los barrios romanos buscando caras nuevas y juergas. Se llamaba Pier Paolo Pasolini. Este lo miró y con 16 años lo incluyó en el reparto de Il Vangelo secondo Matteo, film que rodó con actores amateurs. La Virgen la interpretó la misma madre del director y Jesucristo fue Enrique Irazoqui, un estudiante catalán que en aquella época buscaba apoyo para la causa antifranquista. Fue durante el rodaje de esta película cuando Davoli se calzó por primera vez unas botas de fútbol. “Pasolini siempre encontraba un espacio para el balón. Conducíamos por los barrios buscando actores o escenarios y si se encontraba unos niños jugando, se paraba y se sumaba al juego. Organizaba constantemente partidos, y a mí me tocó jugar. Poco a poco me gustó, aunque era muy malo”, recuerda.
Escritor, poeta y cineasta, Pasolini (Bolonia, 1922-Roma, 1975) afirmaba que el fútbol era, después de la literatura y el eros, el placer más grande del mundo. Pasolini fue un poeta maldito. Odiado por los comunistas por ser católico. Odiado por los católicos por ser comunista. Y odiado por casi todos por ser homosexual en una Italia aún muy conservadora. Pasolini fue el intelectual italiano que más abiertamente abrazó el fútbol. Buen jugador, amó tanto este deporte que fue enterrado con la camiseta de la nazionale calcio-attori, una selección italiana de actores que creó para jugar amistosos con fines benéficos. Entre libros y películas, Pasolini fue un testimonio de lujo de una época dorada del calcio italiano, época de la que dejó testimonio en artículos, entrevistas o cartas cruzadas con otros intelectuales que no le dieron la espalda al balón. Ya en su primer libro, Ragazzi di vita (1955), le daba un espacio al fútbol, jugado por esos chiquillos de barrios marginales que tanto conoció. Era una Italia que se levantó de la guerra como pudo, quedando dividida entre democristianos y comunistas. Y entre juventinos, interistas y milanistas, las tres grandes familias que con apoyo de grandes dinastías empresariales, controlaron el fútbol italiano hasta dominar Europa en los maravillosos 60. Esa Italia donde los primeros niños nacidos después de la guerra aprendieron a golpear un balón en los oratorios y los descampados de los barrios marginales. Y todo fue observado y escrito por Pasolini.
1963: De rodaje con Helenio Herrera
En 1963 Ninetto Davoli se suma al rodaje de Il Vangelo secondo Matteo. Pero Pasolini encontraba tiempo para jugar partidos en los barrios con chavales y para escribir artículos sobre fútbol en el Corriere della Sera, retomando un trabajo que ya había conocido en 1960, cuando escribió crónicas de los Juegos Olímpicos de Roma. El país se dispone a entrar en una época maravillosa con la primera Copa de Europa ganada por un club italiano, el Milan. Es la época de los duelos entre el Milan de Nereo Rocco y el Inter de Helenio Herrera. Para Pasolini, Herrera era un entrenador “reaccionario”. Al ver que en algunos partidos dejaba en el banquillo al brasileño Jair, Pasolini escribió que “el máximo goleador de una temporada es el mayor poeta del país. El trabajador acude al campo porque quiere ver goles, alegrías. Herrera vive en la irrealidad”. Pero quién sonrió fue HH, que en 1964 le dio al Inter su primera Copa de Europa. El catenaccio estaba de moda.
1964: El evangelio según Bulgarelli
En 1964 Pasolini acaba declarando delante del juez acusado de blasfemia por su anterior film sobre Jesucristo. Pero ese mismo año vive una de sus mayores alegrías al poder ver como su equipo del alma, el Bolonia, gana la liga en el único spareggio para decidir el campeón en la historia del fútbol italiano. El Bolonia y el Inter de Herrera acabaron la liga empatados y se precisó de un partido de desempate en Roma, que ganó el Bolonia, guiado por el danés Harald Nielsen (máximo goleador de la temporada ) y su capitán, Bulgarelli, un tipo trabajador que jugó más de 400 partidos con su club. “El día que conoció a Bulgarelli, Pasolini se quedó pasmado, como si estuviera frente a Jesús”, recuerda el actor Sergio Citti. “Sin ídolos, el fútbol pierde sentido”, reconocía un Pasolini que “se pasó muchas veces por los entrenamientos. Lo quería saber todo de los jugadores, del ambiente, todo…”, recordaba el ya fallecido Bulgarelli. “En el fútbol se tiene que amar un equipo”, sentenciaba Pasolini, que creció entre fábulas de ese maravilloso Bolonia de los años 30.
1965: Uccellacci e uccellini
Pasolini fue un poeta maldito. Odiado por los comunistas por ser católico. Odiado por los católicos por ser comunista. Y odiado por casi todos por ser homosexual en una Italia aún muy conservadora
En 1965 Pasolini afrontó a la crisis de valores del Partido Comunista en un film humorístico llamado Uccellacci e uccellini, donde recuperó a un viejo cómico muy amado, el napolitano Toto. Después del fracaso de la selección italiana en el Mundial de 1966, usaría el mismo arma: el humor. “Quizás los jugadores tenían poco sexo. ¿No sería bueno que gozaran de cierta libertad?”, preguntó a diferentes futbolistas, que no sabían dónde mirar, avergonzados. Era esa Italia que perdió 1-0 con Corea del Norte. “Los jugadores se olvidaron de que jugaban para todo un país”, escribió el poeta.
1966: Los diálogos de Platón
Pasolini se obsesiona con los Diálogos de Platón después de pasar muchas semanas en cama por una úlcera. De esta época fechan muchas cartas con otros intelectuales apasionados por el deporte rey. Con Giorgio Bassani acude a partidos del Spal, el equipo de la ciudad que Bassani encumbró como escenario literario, Ferrara. Con el director de cine Mario Soldati, juventino, se discute sobre el rol de la ‘Vecchia Signora’. Y cuando puede, sufre con Paolo Volponi, hincha del Bolonia como él. Juntos visitan San Siro para ver un Inter-Bolonia, partido que servirá de excusa en una serie de artículos cruzados con el escritor interista Vittorio Sereni. “Somos pocos, pero quedamos escritores que amamos el fútbol”, reconoció en una entrevista Pasolini ese año. El escritor percibe que algunos clubes se hacen demasiado grandes y dejan de representar solo a una ciudad, como la ‘Juve’. “Antes los clubs eran la bandera de una ciudad o un pueblo. Ahora algunos representan una marca”, proclama a medida que el fútbol italiano arrincona entidades como el Spal. Con el dinero de los Moratti o los Agnelli, son tiempos en los que mandan la ‘Juve’ y el Inter.
1967: Roma-Bolonia
Interesado en los clásicos para criticar a la sociedad moderna, Pasolini estrena su adaptación de Edipo Rey. Pero al fútbol no lo critica demasiado. Era una época de estadios llenos, sin violencia, con niños y abuelos en las gradas. Pasolini define el balompié como “la última representación sagrada de esta sociedad”. Entregado al deporte rey, describe un gol como “un instante mágico que cambia la vida de personas”. Viviendo en la capital, acude al Olímpico para ver a la Roma, equipo que Davoli ha asumido como suyo. “Pero sólo una vez fuimos al estadio para ver un Roma-Bolonia. Se puso de muy mal humor con la derrota de los suyos”. El elemento popular e irracional jugaba malas pasadas.
1968: Teorema
Este año Italia gana la Eurocopa y el escritor se une a la euforia por una generación dorada de jugadores; uno de ellos, su amado Bulgarelli. Es uno de los pocos instantes de comunión con el resto de la sociedad, a la que critica con dureza con la polémica Teorema, cinta y libro que destripan a una familia de clase alta. Vituperado por su idioma cinematográfico, Pasolini insiste en afirmar que el fútbol también es un idioma, como ya apuntó en un artículo de 1965. “El catenaccio y la triangulación del balón es un fútbol de prosa: se basa en la sintaxis, en el juego colectivo y organizado, esto es, en la ejecución razonada del código”, afirmaba. “El fútbol es un idioma con sus poetas y escritores”, añadiría.
1969: El ‘Golden Boy’
Ese año se estrena otro film basado en un clásico, Medea. Pero el público italiano está más pendiente del Balón de Oro que del Vellocino de oro. El premio lo gana Gianni Rivera, jugador que lidera al Milan en Italia y en Europa. Rivera fue bautizado como el ‘Golden Boy’, mote que no gustó a un escritor que afirmaba que “el periodismo siempre tendrá menos calidad que la literatura, aunque hablemos de Gianni Brera”, refiriéndose al mejor periodista deportivo italiano. Para Pasolini, el maravilloso jugador del Milan encarnaba un fútbol en prosa. “Pero la suya es una prosa poética”. Pasolini compara los grandes jugadores de la época con los mitos clásicos. “Antes los héroes eran Hércules o Ulises por relatos orales y escritos. Ahora el periodismo nos transmite otros héroes”.
1970: Poesia brasileña
El inicio del fin de esa maravillosa generación de héroes es el Mundial del 1970, cuando Italia llega a la final para ser derrotada por el Brasil de Pelé. Fue el Mundial en que el seleccionador Valcareggi se negó a dar espacio a la vez a sus dos mejores jugadores, Rivera y Mazzola. “En un sentido puramente técnico, en México la poesía brasileña ha ganado a la prosa estetizante italiana”, pregonó Pasolini, quien definió a Mazzola, gran capitán del Inter, como “un jugador prosaico que podría escribir en el Corriere della Sera, pero es más poeta que Rivera: de vez en cuando interrumpe la prosa e inventa enseguida dos versos fulgurantes”.
1971 y 1972: Trilogía de la vida
Pasolini se aleja del fútbol como espectador y se centra en su faceta como jugador. A nivel artístico inaugura una trilogía de films basados en tres grandes obras clásicas eróticas: El Decamerón, Los Cuentos de Canterbury y Las Mil y una Noches. Preguntado por el fútbol, admite cierta decepción. “Demasiada táctica, demasiada destrucción. Se perdieron los grandes nombres”. Italia vive años de paso entre las gran generación de los años 60 y los que tocaran el cielo en 1982. Después de un ciclo en que equipos como la Fiorentina y el Cagliari ganan la liga, mandan de nuevo la ‘Juve’ y los dos gigantes de Milan. Y Pasolini admite cierta nostalgia. “Me habría gustado ser futbolista. Recuerdo esos partidos en el patio de la escuela. Cuánta felicidad”.
1973: “Una banda de fascistas”
Italia cambia y Pasolini no se adapta. Una nueva generación de jóvenes suben, y muchos recuperan abiertamente las banderas fascistas que parecían enterradas. En Roma se une una generación de buenos jugadores de la Lazio. Un grupo de grandes deportistas pero tipos duros que afirman votar al fascista Movimiento Social Italiano de Giorgio Almirante y llevan armas. Para Pasolini no dejan de ser “una banda de fascistas”. Una banda que esa temporada 73-74 ganó el Scudetto.
1974: Las mil y una noches
Pasolini estrena Las mil y unas noches. Pese al éxito, cada día está más triste, al considerar que la gente mira sus films por morbo y no por sensibilidad. Se refugia en Grado, en la costa del Friuli, donde conoce a un hijo de la región que triunfa en los campos de fútbol: Fabio Capello. “Nos conocimos en Grado. Era un buen amigo. Yo ya sabía quién era por sus artículos de fútbol en el Corriere della Sera. Nos presentaron y acabamos jugando partidos”. Como ese en que Pasolini invitó a Capello a la selección de artistas. Pasolini seguía mirando fútbol y celebró los primeros éxitos de la selección contra Inglaterra, alabando especialmente a Capello. “El juego cada día es más rápido. Esta velocidad nos ha dado un nuevo tipo de jugador: Capello. Antes el mito del juego italiano implicaba jugar al trote como Rivera y Meazza. Ahora que se corre más rápido, Capello se ha convertido en un grande”. Ese mismo 1974 Italia fracasa en el Mundial y Pasolini escribe que “Holanda ha demostrado que el fútbol se juega a otra velocidad. Pero la velocidad no riñe con la estética, como sucede en otros aspectos de la vida”. Su vida también estaba cambiando.
1975: El último partido
Cansado de todo, Pasolini decide pagar con su misma medicina a la gente que mira por morbo sus films eróticos dirigiendo su obra final: Saló o los 120 días de Sodoma. Un film donde difícilmente se encuentra placer, sino horror. Durante el rodaje, cerca de Parma, se le aprecia apagado. Sus ayudantes deciden que sería una buena idea organizar un encuentro con el set de rodaje de Novecento, obra que está grabando en la misma zona Bernardo Bertolucci. Bertolucci había sido ayudante de dirección de Pasolini, pero su relación se había roto y todo el mundo cree que sería una buena idea que hicieran las paces. Pero Pasolini propone una idea diferente: un partido de fútbol entre los dos equipos de rodaje en un campo al lado del estadio Ennio Tardini de Parma. Los responsables del rodaje de Novecento diseñan unas camisetas llenas de colores. Los de Saló contienden con las elásticas del Bolonia. La jornada festiva, con Pasolini jugando y Bertolucci mirando el partido, acabó mal. Ganaron los de Novecento por 5-2 y Pasolini se enfadó con todo el mundo. Se largó sin saludar, sin darle la mano a Bertolucci. Pocas semanas después estrena su film e Italia monta en cólera por ser tan desagradable. El 14 de septiembre del 1975, Pasolini llega al estadio Ballarin de San Benedetto del Tronto en un BMW conducido por Davoli. Le aguardaba un partido benéfico entre su selección de artistas y un equipo de antiguos jugadores de la Sambenedettese. Fue su último partido. El 2 de noviembre, fue asesinado en Ostia, teóricamente por el chapero al que contrató para una felación. Pero pocas personas creyeron esta versión.
* Texto publicado, bajo el mismo título, en el #Panenka14, en marzo de 2012. Suscríbete aquí.