Llevo 54 días aquí, más los casi 90 que estuve en Calcuta la temporada pasada, y aún estoy por ver a una persona que se aparte de un coche en la carretera. Porque con las vacas ya no cuento. Da igual que estén caminando por el medio de la calzada, en manada o que haya una que se quiera dar un paseo, que estén ‘como las vacas mirando al tren’, ahí quietas, o a veces incluso tumbadas ocupando tanto espacio que apenas dejan pasar a los coches. Da igual, no se van a mover, y además te miran con una mezcla de desafío e indiferencia, como si dijeran: “Sé que no me puedes ni tocar, así que a ver cómo te las apañas para pasar con el camión que viene por el otro sentido”. Y no importa, porque acaban pasando, y no siempre despacio. Los coches pasan contando con que el camión que viene de frente reducirá la marcha lo suficiente como para no chocar, aunque vaya de centímetros, o con que se apartará un poco hacia el arcén o a la hierba que linda con el asfalto para evitarse.
Pero lo de las personas me aterra. Al principio llevaba la cuenta: “Hoy hemos estado a punto de atropellar a tres, ayer a un niño con su padre…”, pero es imposible no perderla. El mismo sentido que tienen para evitarse con los coches lo han desarrollado para perder el miedo al tráfico. Es escalofriante de verdad. Niños que van al colegio, gente que espera el bus, que va a la compra o al trabajo, todos caminan por carreteras que normalmente no tienen arcén y que tienen que invadir. Se meten en mitad del tráfico y cuentan con que los coches se apartarán al pasar por su lado, sin más. Los niños pequeños aprenden a ir en bici por las carreteras o las calles de las ciudades, que no son menos peligrosas. Hace un par de días a una niña casi no le hace falta seguir practicando… No es temeridad, bueno sí que lo es, pero aquí se mueven así, porque en caso contrario tendrían que quedarse en casa.
Todo esto está siempre ambientado con la música del claxon, por supuesto. Lo primero que te llama la atención cuando te subes a un vehículo en la India es la cantidad de veces que el que conduce hace sonar el claxon. En Calcuta daba pavor. Los extranjeros graban videos solo para recoger el sonido que se escucha desde un taxi. No hay ni un segundo donde no estén sonando seis o siete a la vez. Aquí en Goa es distinto, porque no hay ocho filas de coches en una carretera de tres carriles. Aquí hay una sola carretera que cruza la provincia con un carril para cada sentido, más las pequeñas que te llevan hacia las playas y los pueblos, a veces acabando incluso en caminos de piedra. Los cláxones aquí se reducen mucho en número por la diferencia en cantidad de coches, pero si se adelanta se hace sonar, si se frena también, si hay alguien delante que te parece que va despacio también, si a 100 metros hay una persona que podría cruzar también la aviso con un par de bocinazos.
Y a pesar de todo no hay nadie que se moleste por ello. No ya por el innecesario ruido. Sino por el hecho de que te digan que te apartes, o que te pares o lo que sea con el claxon. Nadie hace un mal gesto, nadie recrimina. Todo el mundo acepta el aviso sin más, tanto sin más que la mayoría es como si no lo oyeran. Forma parte del sonido natural de la ciudad. Un compañero del año pasado, Basilio, siempre repetía que el negocio en la India, si quieres hacer billetes, es un taller de recambios de frenos y de claxon. Con el uso que se le da a un bocina, calculamos que debía tener poco más de un año de vida, y si sumas la cantidad de gente y coches que hay, pues a forrarse.