El masajista del Goa dice que Dios le ha traído al mundo para satisfacer a los demás. Y razón no le falta. Se llama Prakash y parece recién salido del libro Un perfecto equilibrio, de Rohinton Mistry. Ya el primer día que le vi me vino esa imagen a la cabeza. Y ahora, después de compartir con él charlas, comidas y viajes, todavía más. Es cristiano, muy creyente, como muchos aquí en Goa. Hoy me contaba que manda a sus hijos a rezar por él mientras está trabajando en la Superliga porque sus obligaciones laborales no le dejan ir a rezar tanto como querría. Bueno, él me dijo “debería”. También me explicó que cuando viniera mi familia les daría un masaje para relajarles después del viaje (aunque yo ya les había puesto al corriente antes de cómo se las gastan estos masajistas, por lo que no tuvieron agallas).
El año pasado ya tuve la ocasión de catar lo que era un masaje en manos de un especialista local, aunque no en gran medida, porque los dos que teníamos en el equipo habían venido de España de la mano del club. Pero esta temporada todo el cuerpo médico es indio. Médico, dos fisioterapeutas y dos masajistas. Repetirlo, no me atrevo a recomendarlo, porque es de valientes. Pero desde luego al día siguiente te duele menos. Sea por el dolor que te han infringido, sea porque los músculos se han rendido a esa presión, sea por los ungüentos que a veces utilizan, me he tenido que rendir a sus manos. Especialmente a las de Prakash, y no sólo por esas manos que tienen una fuerza asustante.
A menudo me ocurre que en mi entorno, amigos o familiares me envidian en el momento en el que les digo que voy a darme un masaje para tratarme el gemelo, el isquiotibial o el abductor de turno. Realmente no saben lo que dicen, porque yo no consigo recordar un solo masaje que haya recibido por una molestia muscular que haya sido placentero. El resultado, sí lo ha sido, para eso se aguanta el sufrimiento. Pero está muy lejos del “me voy a dar un masaje para relajarme”, y en el FC Goa y con Prakash, la norma se cumple sobradamente. Los primeros días creíamos que lo hacían para asustarnos. En pretemporada los fisioterapeutas suelen tener mucho trabajo, y para rebajar esa carga, aplican a cada uno de sus tratamientos, llamémoslo, un ímpetu extra para que el que realmente no lo necesite se lo piense bien antes de tumbarse en la camilla. Pero ya van casi 50 días y aquí no afloja nadie. Más bien al contrario.
No ponen ni cara de esfuerzo y allí donde hay un músculo duro, lo cual suele traducirse en dolor cuando te lo aprietan son capaces de dejarlo a su buen tono a costa de una presión desorbitada
La lista de masajistas que he tenido en mi carrera es bastante larga, porque todos nos hacemos mayores y a estas alturas ya he pasado por bastantes equipos. Aunque también ha influido el hecho que empecé pronto y que me he movido un poco. La cuestión es que he tenido masajistas de todos los colores, aunque en general puedo decir que casi todos han sido y son muy buenos. No me gustaría olvidarme de nadie, así que no los voy a nombrar a todos. Cuando estuve en el Rayo, por ejemplo, entre Marcos, Miguel Ángel y el Pato me alargaron la carrera unos cuantos años, estoy convencido. La carrera y las piernas también, porque las sesiones interminables de estiramientos postentrenamiento las tengo grabadas a fuego. En el Murcia estaban Arturo y Fox. Arturo tiene más de una operación en el pulgar del desgaste por la presión con la que hacia los masajes. Aún recuerdo los gritos que se oían desde fuera del vestuario en Cobatillas. En Valladolid, el Jincho y Ricardo me trataron con algo más de cariño. Solo recuerdo dolor con las agujas alguna vez. Juanky, en el Girona, me daba la vuelta en la camilla a peso muerto sin ningún tipo de esfuerzo; y Chema es mundialmente conocido por sus codos y por como te coloca todos los huesos del cuerpo en su sitio.
Pero a pesar de toda esa cantidad de experiencias y masajistas que me han ido colocando músculos, tendones y huesos en el sitio, nada, absolutamente nada, se parece a lo de aquí. Como la mayoría de las cosas. El tema es que tienen mucha fuerza. Mucha. Y sólo con los dedos. No ponen ni cara de esfuerzo y allí donde hay un músculo duro, lo cual suele traducirse en dolor cuando te lo aprietan son capaces de dejarlo a su buen tono a costa de una presión desorbitada. Y donde no llegan los dedos van los codos, que son más duros y obviamente más dolorosos para al que se los clavan. Y masajes largos, no vaya a ser una cosa dolorosa pero rápida. Van repasando uno por uno, el que está al lado del que te duele, que no sabías que te dolía hasta que te lo ha apretado, el de encima, el de la espalda que tiene relación con el primero, y así hasta molerte entero.
Eso sí, lo he dicho antes, si venís a la India y os consideráis valientes, no lo dudéis. Dolor, mucho dolor. Pero al día siguiente un cuerpo nuevo.