Los iconos del Real Madrid de los 90 son los símbolos de una reconstrucción y de una reconquista. Los tiempos en los que La Cibeles se volvió a llenar para celebrar las Ligas de 1995 y 1997 después de años peleando contra la adversidad. Pero aquella década marcó, ante todo, el fin de la espera más larga de la historia del club. La de los 32 años que pasaron entre su sexta y su séptima Copa de Europa. El retorno del rey. Háblame de Mijatovic y su gol eterno en Ámsterdam ante la Juventus. Del debut de un chaval llamado Raúl, que marcaría más de 300 goles (y una era) con una inteligencia nunca vista en el área. De un nuevo protagonismo en una Liga que se abría definitivamente a las estrellas. Llegaba Roberto Carlos y sus disparos imposibles, llegaba Clarence Seedorf y su visión panorámica, Fernando Redondo y su clase, Davor Suker y su talento goleador. Pero también permanecía la fortaleza de Fernando Hierro, la constancia de Manolo Sanchís. Novedad y tradición, pero siempre sobre la base de nombres inolvidables. Porque el Santiago Bernabéu seguía siendo el lugar al que ir, un sitio donde soñar y donde permanecer. Tras aquella Champions League del 98, que devolvería a los blancos a un lugar que ya nunca abandonarían, cayó también la Intercontinental del Aguanís, aquel regate de calle y de escuela con el que Raúl tumbó al Vasco da Gama en Japón.
El mundo a sus pies. Y al final de aquella década, como si se tratara de la promesa para un futuro brillante, el debut en 1999 de un portero que marcaría una época: Iker Casillas, que inspirado por el espíritu de los 90 madridistas, entre milagro y milagro, levantaría tres Ligas de Campeones más. Arbeloa estaba allí, años después, para descubrirlo. ¿Seguro? Después de comprobar cómo le cae el estilo noventero, tenemos el impulso de buscarlo en bases de datos de plantillas de hace dos décadas, en viejas guías de verano previas a alguna de aquellas temporadas. Ver al ‘Santo’ luciendo las líneas de una camiseta de portero madridista al estilo adidas equipment nos parece algo natural. El recuerdo se mezcla con la imaginación y surge el mito. Aún hoy, él ya retirado, nosotros peinando canas, lo vemos y regresamos a sus paradas, a acciones que pertenecen a una época cada vez más lejana que, sin embargo, rememoramos con la intensidad del primer día. Estos diseños son nuevos, originales, pero no surgen de la imaginación. Tampoco del recuerdo. Pertenecen al campo de los iconos. Al de todos aquellos a los que un día admiramos. A lo que un día quisimos ser. ¿Hemos mitificado esos tiempos? Puede ser. Pero es que hubiera sido imposible no hacerlo.




