EURO SIN CORTE – Vol.1 – La hora de los chiflados
La situación es grave, pero no seria. Ennio Flaiano.
Glasgow. Primera jornada de la Eurocopa. Minuto 51 de partido. Jack Hendry se anima a pegarle desde lejos pero el disparo choca contra el cuerpo de Tomas Soucek. El balón sale disparado hacia el centro del campo, y Patrik Schick, neuronas de chiflado, lo revienta nada más alcanzarlo. El envío viaja decidido hacia Marte, solo que, cuando ya ha cogido unos cuantos metros de altura, empieza a dibujar una comba con destino a la meta rival. Es en ese instante cuando el arquero escocés, que está adelantado, se da cuenta de lo que va a ocurrir, y empieza a correr desesperadamente bajo la estela del cuero. Es como si un edificio se le fuera a derrumbar encima. No hay belleza en su carrera; solo pánico y remordimientos. Todos hemos sido alguna vez ese pobre hombre, corriendo para no perder el bus, para cambiar el ticket del coche a tiempo, para no llegar tarde a una cena importante después de habernos retrasado haciendo nada. Todos nos hemos dejado los pulmones intentando evitar la enésima cagada. Y todos hemos acabado como David Marshall, estampados contra las redes de la portería, con el gol encajado.
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Vila-Matas escribió una vez que de la misma manera que cada vuelo lleva consigo la posibilidad de la caída, cada libro contiene en sí la posibilidad del fracaso. El éxito y la derrota son dos hermanos inseparables. Para que existan Schick y su increíble gol, tienen que estar ahí Marshall y su galopada estéril. Las historias son de los personajes y las Eurocopas son de los jugadores, de los que triunfan y de los que naufragan.
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Cualquier drama es el herencia envenenada de una alegría anterior. Los goles que no marca Álvaro Morata con la selección española son los que sí metían Villa o Fernando Torres. El delantero de la Juventus no solo lucha contra su mala pata, que algún día tendrá página propia en la Wikipedia, sino contra el esplendor del pasado. Hubo un tiempo en el que España marcaba goles casi sin querer. El gol había dejado de ser un misterio, como si para llegar a él bastara con hacer una suma sencilla en la calculadora. Pero ahora todo ha cambiado, nadie recuerda qué números había que marcar, y cada remate desviado de Morata es una constatación de que la ciencia ha muerto y de que volvemos a estar en manos de las brujas.
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Ponedélnik, Panenka, Bierhoff, Charisteas, Éder. La Eurocopa solo recuerda a sus héroes, pero no son los únicos que estuvieron ahí. Sus memorias también las escriben los que quisieron comerse el torneo y fueron devorados por el mismo. Quizá sea que en verano solo nos gusta que nos cuenten historias felices. Pero basta con girar la moneda para darse cuenta que nunca tiene dos caras.
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Por cada rayo de luz, un palmo de sombra. El inicio de esta Euro se resume en las dos dianas que un Romelu Lukaku intratable le endosó a Rusia, pero también en la sequía de Robert Lewandowski, que vio como los suyos tropezaban con los eslovacos sin que él fuera capaz de ponerle remedio al asunto con ningún tanto. Asusta ver a Lewandowski en este estado. El polaco es uno de esos delanteros a los que jamás habría que dejar solos en una habitación con un paciente crítico: podrían rematarlo. Ocurre que, cuando llega una gran cita de selecciones, toda esa ferocidad se difumina, y a uno le cuesta incluso enumerar los motivos por los que lo ha temido de septiembre a junio. Eso también es la Eurocopa: un sinsentido. El mundo al revés. Un manual para derrotados que nunca imaginaban que podrían serlo.
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Esto acaba de arrancar, sin embargo. Los principios son solo eso, principios. Decía Pavese que la única alegría en la vida es comenzar. También si el comienzo es malo, porque todavía estás a tiempo de corregirlo. Vendrán más partidos, y, con ellos, nuevas oportunidades para todos aquellos que necesiten redimirse. Después de todo, qué más da si pierdes el bus; en diez minutos pasa el siguiente. Solo trata de buscarte una buena excusa, y no le cuentes a tu cita la verdad, que te retrasaste porque estaba jugando Finlandia.
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Fotografía de Imago.