Cuando en unas horas las selecciones de Francia y Rumanía procedan a estrenar la Euro2016 la historia del fútbol -ya tan larga como para albergar guiños de todo tipo- habrá reunido a dos viejas conocidas. En su caso, dos combinados que compartieron un largo viaje hace ahora 86 veranos a través de las aguas del Atlántico. Ambos equipos compartieron la odisea del Conte Verde.
Armado en los astilleros escoceses a principios de los años 20 por encargo de la Compañía naviera Lloyd Sabaudo de Génova, el Conte Verde era hijo innegable del tiempo que le alumbró: la edad de oro del transporte marítimo entre ambas orillas del océano. En pleno auge de la emigración europea a Sudamérica, uno se puede hacer idea del negocio al que apelaba Lloyd Sabaudo con un barco así conociendo su estructura: albergaba a 450 turistas en primera clase, 200 en segunda… y hasta 1.780 en las llamadas ‘habitaciones de los emigrantes’. A pesar de que sus estancias más nobles estaban ricamente decoradas al estilo clásico italiano, parece obvio que su target se centraba en los miles de genoveses que abandonaron la Liguria durante el periodo de entreguerras con rumbo a Brasil o Argentina.
Sin embargo, en junio 1930 sus ocupantes no serán emigrantes; si acaso temporeros. 80 futbolistas, tres árbitros, un rey europeo y un trofeo de 20 centímetros. Todos ellos comparten 12 días de olas y viento racheado a bordo del Conte Verde, rumbo a un puerto incierto: el primer Mundial de fútbol.
El 5 de junio de 1930, el rey Carol de Rumanía fue coronado tras regresar del exilio. Una de sus primeras decisiones consistió en forzar a contrarreloj la participación de la selección rumana en el Mundial de Uruguay
El viaje comienza lejos de Montevideo y, sobre todo, muy lejos de los estadios. El 5 de junio de 1930, el rey Carol de Rumanía fue coronado por sorpresa en Bucarest después de regresar de su exilio en Inglaterra. Una de sus primeras decisiones para conseguir el favor de su pueblo consistió, ni más ni menos, que en forzar la participación de la selección rumana en el neonato Mundial de Uruguay. No sólo lo consiguió -sobre la bocina- sino que de paso convenció también al vecino reino de Yugoslavia. Pero no sería con los ‘plavi’ con quienes compartirían trayecto los abnegados futbolistas rumanos. Concentrados en Timisiora, los convocados de la ‘Tricolorii’ -a quienes el rey Carol había conseguido un permiso de tres meses en sus puestos de trabajo- se subieron en un tren con rumbo a Génova. “Los asientos eran horribles, los bancos de madera se nos clavaban en los huesos. Pero valió la pena”, escribiría en su diario el delantero Rudolph Weltzer. El propio rey Carol -cuyo papel preeminente en toda esta historia llega incluso hasta la confección de los onces titulares según explica So Foot– forma parte, cómo no, de la expedición.
A su llegada a Génova, se cambian las vías por las olas. Primero las del Mediterráneo, luego llegarán las del Atlántico. En Villefranche -una población cerca de la frontera entre Francia e Italia-, el Conte Verde hace una breve escala para que suban la delegación francesa, el presidente de la FIFA Jules Rimet, y la copa que lleva su nombre, que en apenas un mes habrá de reposar en las manos de los primeros campeones del mundo. Unos días después, nueva parada, ahora en Barcelona para que se incorpore la selección belga y tres colegiados. Diez días después, la última escala antes de llegar a Montevideo: en Río de Janeiro se incorpora la expedición brasileña. El 3 de julio, 80 futbolistas desembarcan en la capital de la República Oriental. “Solo se nos cayó un balón al agua”, apuntó el rumano Weltzer.

Ninguno de los cuatro equipos superó la fase de grupos, quizá consecuencia del largo viaje. El rey Carol consiguió asentarse en el trono en parte gracias a su pasión por el fútbol y fue acercándose hacia posiciones de extrema derecha que no le ahorraron un golpe de estado militar en 1940. Al Conte Verde, por su parte, le cambiaron las bitácoras en 1931: dejó el Atlántico para realizar la exótica ruta Trieste-Shanghai en 24 días. Superó un tornado en 1937 cerca de Hong Kong, y entre 1938 y 1940 sirvió como desesperada puerta al exilio para 17.000 judíos centroeuropeos, que en su huída del nazismo buscaron refugio en el Lejano Oriente. La entrada de Italia en la II Guerra Mundial le impidió regresar de uno de aquellos viajes, y permaneció varado en Shanghai. En 1942 realizó un extraño viaje a Mozambique para servir como transporte en un intercambio de prisioneros entre Estados Unidos y Japón que finalmente no se realizó. Poco después, la tripulación italiana decidió hundir la nave para evitar que cayera en manos niponas, cosa que acabaría sucediendo igualmente en 1944. En julio de aquel año, las tropas de Hiro Hito reflotaron el viejo Conte Verde, solo para que las bombas americanas lo hundieran de nuevo en agosto. Pero lejos de morir definitivamente, el ejército nipón resucitó el barco -que ya poco tenía de transatlántico italiano- y lo reconvirtió en el Kotobuki Maru, un barco de transporte de tropas. A finales de julio de 1945, una semana antes del bombardeo de Hiroshima, una nueva acción americana volvió a hundir el navío.
Esta vez, sería la definitiva.
Fuentes:
So Foot
Wikipedia
Hemeroteca Mundo Deportivo