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Yo soy portero | La columna de Álex Remiro

No es muy común que un futbolista en activo se anime a escribir en un medio de comunicación. Pero Álex Remiro ha dado el paso


Lo que sigue a continuación son las reflexiones sinceras del guardameta de la Real Sociedad sobre su carrera y su profesión.


 

Cuando Panenka me propuso escribir una columna para su revista lo tomé como una oportunidad para compartir mis experiencias y que pudieran ayudar a los jóvenes. Todo lo que estoy viviendo estos últimos tiempos es espectacular, pero el camino no siempre ha sido sencillo. Por eso quiero aportar mi granito de arena. Me gustaría empezar a hablar de la gestión de las emociones, que están inevitablemente vinculadas a mi posición, la de portero, en un equipo de fútbol de máximo nivel.

Aunque mucha gente quizá no lo sepa, llevo ocho años trabajando con una psicóloga. Es Mar Rovira, exjugadora de baloncesto, que hoy se dedica a atender a deportistas de élite. Tengo que confesaros que cuando hablé con ella por primera vez no veía muy claro en qué podía ayudarme. Yo había llegado al Levante, en mi primera cesión como jugador del Athletic, y no estaba pasando por un buen momento. Había jugado cuatro partidos malos y me habían mandado al banquillo. Ahora me doy cuenta de que todavía era un crío. Pensaba que me iba a comer el mundo, pero en realidad estaba muy confundido. Culpaba de mi fracaso a la decisión de haber ido a ese club, pero eran excusas para no admitir que no estaba centrado. Fue entonces cuando uno de mis representantes me habló de Mar.

 

Cada vez le doy menos vueltas a los fallos o a las buenas actuaciones. No me martirizo con el error ni me regodeo en el acierto

 

Ella todavía me lo dice: ‘Cuando empecé a hablar contigo, era un suplicio’. La verdad es que no se lo puse fácil. Aunque ella admite que, debajo de mi coraza, veía en mí un razonamiento de ganador… Siempre he sido muy competitivo. Los navarros somos así, muy cabezotas. Con el tiempo he aprendido a valorar todas estas charlas. Esto es una maratón y requiere constancia y compromiso. El trabajo psicológico funciona a largo plazo. Es curioso, porque cuando más lo he agradecido ha sido en estos últimos años, cuando todo se me ha dado de cara. Me sirve para no perder el foco.

Otro aspecto de mi profesión en el que es clave el control de las emociones es la concentración durante los partidos, aunque eso lo he trabajado más con los entrenadores de porteros. Se trata de estar siempre enchufado, y eso hay distintas formas de provocarlo: comunicación continua con tus compañeros, vivir con intensidad cada lance del juego, participar en la salida de balón, no dejar que un fallo o un acierto te alteren… En la Real Sociedad tenemos mucho la posesión. Y nos generan poco. Pero, claro, las dos o tres veces que nos llegan, por normal general, suelen ser acciones decisivas. Eso es o éxito o fracaso; o la paras o no la paras. Pero, más allá de lo que ocurra, debo conseguir que no me saque del encuentro. Cada vez le doy menos vueltas a los fallos o a las buenas actuaciones. No me martirizo con el error ni me regodeo en el acierto. Yo soy portero, y vivo en esa fina línea que separa una cosa de la otra.

Lo que mejor me funciona para sentirme bien es ir a fuego durante la semana. La guerra se libra ahí, de lunes a viernes. Durante esos días, me lo exijo todo. Entrenamiento, gimnasio, comida, análisis del rival… Si durante la semana hago todo lo que está en mi mano para rendir, llego a los partidos con la cabeza despejada. Ese es mi truco. Si eres profesional te tienen que importar las cosas, no puedes pasar de puntillas por los entrenos, porque luego lo pagas.

Los aficionados también ejercen un rol importante en esa preparación mental. Cuando juegas fuera, los seguidores del adversario, que están sentados durante los 90 minutos a pocos metros de tu portería, te hacen comentarios, pero yo intento convertirlos en motivación. Hay una cosa que solo puedes vivir cuando eres portero y juegas en campo rival: sacar la mano en el último momento y escuchar a todo el público casi cantando el gol. Buf. Lo que sientes es indescriptible. Así es como trato de enfocarlo.

 

Hay una cosa que solo puedes vivir cuando eres portero y juegas en campo rival: sacar la mano en el último momento y escuchar a todo el público casi cantando el gol. Buf. Es indescriptible

 

También es verdad que no todos los hinchas son iguales. Algunos se tiran el partido entero diciéndote de todo, pero luego también los hay que reaccionan según tu comportamiento. O sea, que solo te dan caña si estás perdiendo mucho tiempo o haces algún gesto.

Uno se acostumbra a jugar delante de miles de espectadores sin sentir presión. Bueno, también hay algo innato, seguro. Depende de cada cual. Esto se vio en la pandemia, cuando no había gente en los estadios. De repente, había futbolistas que, sin público, jugaban mucho mejor. Y que luego les costó adaptarse cuando regresaron los aficionados. La élite te exige que estés preparado para eso. Si no, te expulsa. Yo también tuve que hacer mi camino. Al principio, cuando debuté, mi sensación era que respondía a las acciones. En el segundo año, ya comencé a sentir que las intuía e interpretaba mejor. Y en el tercero, por fin, me di cuenta de que era yo quien dominaba las acciones, no ellas a mí. En mis inicios, cuando un rival se me plantaba delante, en un uno contra uno, pensaba que seguramente sería gol. Pero hoy la actitud es la opuesta. Antes sentía que el delantero jugaba conmigo; ahora soy yo el que juega con el delantero. Esa es la prueba de que he madurado.

 


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Fotografía de Velezito.