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Unas risas

En un deporte que no se entiende sin la persecución de un resultado, no deja de ser hermoso y perverso cuando dos personajes le dan la espalda al electrónico

Como Argentina y la literatura de su fútbol parece que cada vez nos quedan más lejos, los aficionados españoles hemos venido confeccionando en la última década un nuevo espejo en el que ver reflejados nuestros defectos y carencias: la Premier League. Siendo la de compararnos con otro y salir perdiendo una de nuestras ocupaciones favoritas, la liga inglesa se ofrece hoy como el mejor postor. Un torneo igualado, noble, fuerte económicamente y con gradas entregadas por las que apenas desfila el aire. Guardiola admitía en una entrevista recientemente que lo venden tan bien que los que forman parte de él “parecemos mejores de lo que somos”. Es la fantasía perfecta. Desde el Canal de la Mancha nos llega incluso el rumor de que las hinchadas de Anfield u Old Trafford ganan partidos. Literalmente.

Visto así, cómo no vamos a caer. Cómo no vamos a creer. Cómo.

Cada semana aparece un nuevo motivo para que lo celos rebroten. Un locutor volviéndose loco con un gol, una parada bajo la lluvia a cámara lenta, un brazalete contra la homofobia, una canción de Oasis cantada a capela por 60.000 almas en un estadio. La escena nos alcanza a través de un tuit con miles de likes. Nos revolvemos en el sofá, pasamos una pierna por encima de la otra, desviamos los ojos hacia el jarrón de la estantería, incómodos. Hasta que el remordimiento avisa: “Hazte así, que tienes un poco de envidia en el batín, miserable”.

El último impacto lo recibimos hace unos días, cuando se dio a conocer en los medios la conversación que mantuvieron Maurizio Sarri y Jürgen Klopp mientras sus dos equipos protagonizaban un enfrentamiento vibrante en la séptima jornada del campeonato. Como se ha podido saber ahora, el italiano, cuando restaban diez minutos para que terminara el choque, descubrió que su colega en la banda le estaba mirando, y no dudó en interpelarle. “¿De qué te ríes?”, le preguntó. “¿Acaso tú no te estás divirtiendo?”. “Sí, mucho”“Yo también”, concluyó el alemán. Los suyos perdían 1-0.

 

“¿De qué te ríes?”, le preguntó Sarri a Klopp. “¿Acaso tú no te estás divirtiendo?”. “Sí, mucho”.“Yo también”, concluyó el alemán. El Liverpool, en ese momento, perdía 1-0

 

Por un instante, fue legítimo imaginar a Klopp acercando su boca a la oreja de Sarri para tratar de traducirle aquel verso de Benjamín Prado: “Yo solo puedo estar contigo o contra mí”.

En un deporte que, como cualquier otro, no se entiende sin la persecución de un resultado, no deja de ser hermoso y perverso cuando dos personajes le dan la espalda y se ponen a bromear justamente sobre la intrascendencia del mismo. Este tipo de salidas geniales hacen del fútbol un lugar más imprevisible todavía. Me viene a la memoria una amiga mía que en una ocasión me contó la historia de dos borrachos que, supuestamente por un divorcio, empezaron una reyerta en un casino de Chicago. Cuando ya se habían propinado varios golpes, uno de ellos, necesitado de un respiro, sacó un pitillo de su abrigo. El otro, en lugar de aprovechar ese paso atrás de su adversario para rematarlo, hizo lo propio y a modo de aprobación le acercó su fuego. Mientras fumaban, sentados en dos sillas, echaron unas risas. Luego aplastaron las colillas en el cenicero y retomaron su pelea donde la habían dejado.

La pregunta es, una vez más, por qué estas cosas nunca ocurren aquí.