Lo que sigue a continuación son las reflexiones sinceras de Álex Remiro, el guardameta de la Real Sociedad, sobre su carrera y su profesión. Aquí puedes leer el resto de columnas
Hay una frase que se repite mucho en el fútbol: es imposible que un equipo consiga los objetivos de la temporada si su vestuario no está unido. Del 0 al 10, le doy un 9,5 de credibilidad. Siempre hay alguna excepción. Pero, por lo general, es vital que exista esa comunión para que todo funcione en el campo. En nuestro caso, por cómo trabaja la Real Sociedad, por la actitud con la que llegan los nuevos jugadores o por la propia cultura vasca, que siempre acoge al que viene de fuera, es muy fácil conseguir ese ambiente sano. Incluso cuando atravesamos malas rachas.
Dentro del equipo, no hay una única persona que se encargue de cuidar al grupo. Lo hacemos entre todos. Y eso que somos muy jóvenes. Imaginaos: yo, que tengo 28 años, soy el cuarto de más edad de la plantilla. A veces me toca asumir el papel de veterano. ¡Pero si todavía me siento un niño! Siempre les hago bromas a los compañeros, tratando de que se centren en entrenar y no se machaquen cuando no les salen las cosas o no tienen minutos. Es trabajo de todos que los futbolistas se dejen llevar y estén cómodos sobre el césped.
“La competitividad genera menos problemas de lo que la gente cree entre los jugadores que luchan por un mismo puesto. Yo mi trabajo lo afronto contra mí mismo, no contra nadie. Lo afrontamos con naturalidad. Los dos sabemos que en la portería solo se puede poner uno”
Yo tengo la suerte de haberme encontrado siempre buenos vestuarios en mi carrera. En Bilbao, donde comencé, el ambiente era muy parecido al de San Sebastián. Había mucha gente de la casa, y son clubes que están muy vinculados a sus ciudades. En un vestuario donde la mayoría son canteranos, con edades y gustos similares, es más sencillo hacer piña. Pero ya os digo, he tenido suerte, porque cuando estuve cedido en el Levante y en el Huesca, también me encontré plantillas muy unidas.
Los jugadores de la Real intentamos hacer bastantes planes fuera de los entrenamientos y las concentraciones. Hay algunos que, al tener familia u otras responsabilidades, en ocasiones no se apuntan. Pero para muchos de nosotros, esos planes son casi obligatorios. Cuando renueva un compañero, por ejemplo, se compromete a pagar una cena, y allí que vamos todos. Es importante estar presentes.
La competitividad está ahí, claro, pero genera menos problemas de lo que la gente cree entre los jugadores que luchan por un mismo puesto. Yo mi trabajo lo afronto contra mí mismo, no contra nadie. Y si en ese proceso el que está a tu lado es tu amigo y lo pone fácil, mucho mejor. Lo afrontamos con naturalidad. Los dos sabemos que en la portería solo se puede poner uno, no nos podemos pegar y estar unidos en el campo. Es lo que hay. Puede resultar difícil, por supuesto, porque eres uno de los ‘culpables’ de que ese compañero no esté jugando. Pero hay que intentar ser maduros, y al final entre porteros debemos ayudarnos. En mis inicios en el club yo tuve el privilegio de coincidir con Miguel Ángel Moyá, que me trató de lujo y que incluso me ayudó a acabar siendo el titular. Lo nuestro fue una conexión inmediata. Hicimos una amistad que durará para siempre. Y eso, hay que reconocerlo, no pasa muchas veces.
“Es difícil despedirse de un compañero cuando se va del equipo, pero desde dentro se le da una naturalidad enorme, porque ya hemos entendido que eso va con nuestro puesto de trabajo”
En la Real y en todos lados, la figura del capitán sigue teniendo una ascendencia enorme sobre el vestuario. Un capitán gestiona si hay un pique entre compañeros, o una entrada fea en un entrenamiento, o una mala contestación… También está pendiente de que se cumplan las normas internas en cuanto a puntualidad, a hábitos, a peso o a vestimenta. Fijaos: nosotros tenemos casos como Oyarzabal, Merino, Elustondo o Zubeldia, que aparte de ser muy buena gente, son chavales que lo viven, que se involucran y que dan ejemplo. Si ellos se portan bien, si ellos se comprometen con el grupo, cómo no vas a hacerlo tú también.
O como Illarra, que al año que viene ya no estará con nosotros. Es difícil despedirse de un compañero cuando se va del equipo, pero desde dentro se le da una naturalidad enorme, porque ya hemos entendido que eso va con nuestro puesto de trabajo. Por mucho que no juegues con esa persona, seguirás viéndote con ella y manteniendo el contacto. Como esos amigos con los que, por más que la vida os lleve por caminos diferentes, te sigues juntando cuando puedes. Sí, te da pena que el trato ya no sea diario. Pero también sabes en todo momento donde estás, y que el fútbol siempre son cambios. Siempre.
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Fotografía de Velezito.