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Santi Castillejo, el ‘capocannoniere’ de bronce

Del pequeño pueblo de Valtierra al récord goleador de la Segunda División B. 380 partidos y 184 goles para convertirse en el mejor artillero de la categoría de bronce

Este artículo, firmado por Denís Iglesias, se publicó originalmente en la web de Highbury, socio digital de Panenka.


Año 1992: ¡Centro al área, la engancha Castillejo y adelanta a Osasuna B! 1995: ¡Despeja la defensa, rechace que caza Castigol y tanto del Alavés! 2001: Aparece el killer del Nàstic y no falla, engaña al portero y el conjunto tarraconense está más cerca de Segunda. Todas estas líneas están registradas en el sismógrafo de Santi Castillejo (Valtierra, Navarra; 1971), el máximo goleador histórico de Segunda División B, con 184 dianas -“150 al primer toque” según el jugador- en más de 380 partidos, carne de ascensos y descensos pero siempre con la pólvora a punto.

“Tenía un don que ni se enseña ni se trabaja”, relata el ex de los equipos citados anteriormente. Y del Numancia, Leganés, Castellón, Conquense… Escuadras que cumplieron sus objetivos gracias a “un rematador nato, que sabía dónde iba el balón, tanto en los centros como en todos los rebotes”, según su autodefinición. El ahora entrenador del FC Ascó de Tercera División pone a “los alemanes prototípicos como Rummenigge o Klinsmann” en su mesa de referencias, por lo que las florituras y los gracejos no van con él.

El Capocannoniere -término italiano usado para designar a los máximos goleadores- de la categoría de bronce no fue una estrella prematura. Decidió federarse muy tarde, con 17 años. Comenzó entrenando con el Valtierra, el equipo de su villa natal, que militaba en Preferente, pero que no tenía representante juvenil. Sí contaba con él el Castejón, conjunto vecino que le abrió las puertas de una curiosa manera: “Tres de mi pueblo jugaban allá, pero uno de ellos al llegar la época de caza en invierno dijo: ‘Me voy, no vuelvo más’. Me llamaron porque metía goles en los entrenamientos, aunque no jugaba arriba. Y así empecé a competir”.

Osasuna, del debut en Primera a las maletas obligadas

Castillejo relata cada paso biográfico con suma precisión. Lo hace con una mezcla de orgullo, por el trabajo hecho; y humildad, por haber tenido siempre los pies en el suelo. El año que sustituyó al apasionado cazador, siendo juvenil de primer año, metió 45 goles en 17 partidos. Este demente promedio le permitió subir al primer equipo del Castejón, con el que ascendió a Preferente.

No era de extrañar que el referente de Navarra, Osasuna, le echase guante: “El gol siempre atrae”. El conjunto rojillo lo cedió al Tudelano de Liga Nacional Juvenil, con el que clavó 26 tantos. A los 20 años ya era uno de los artilleros destacados de Segunda B. En la temporada 1991/1992 anota 10 dianas con Osasuna B y al curso siguiente dobla la cifra.

Estos guarismos hacen que debute en el Sadar en Primera el 14 de marzo de 1993. Contra el Real Zaragoza, uno de los grandes rivales rojillos. Aquel equipo, entrenado por Zabalza, aseguró la permanencia tras vencer por 1-0. Lo que parecía una puerta abierta para el futuro de Castillejo se convirtió en una pieza corrediza. Ésta se rompió con el fulgurante relevo de entrenadores: “El año siguiente (1993-1994) no fue bueno. Desde el principio estuvimos abajo. Tuve 11 oportunidades pero con la llegada de Quique Martín acabé haciendo la segunda vuelta con el filial y el primer equipo descendió”.

“Antes se optaba por jugadores desconocidos y no por los de casa”

Castillejo tenía 22 años y nunca más volvería a Primera. En la 1994/1995 se marchó cedido al Alavés, en un curso que definió un destino y un idilio con la Segunda B. En Vitoria se convierte en el estilete de un equipo (21 goles) que consigue el ascenso: “Me repescaron, a pesar de que el Alavés quería que siguiera con ellos en Segunda”. Lo que iba ser el regreso de un hijo pródigo fue todo lo contrario. Al final de la 1995/1996, el artillero da por cerrada su etapa en Navarra.

“Me fui con todo el dolor del mundo, con apenas 24 años, porque ficharon a jugadores como De Freitas o Simmons, ingleses (nacidos en Surinam) que nadie conocía y que no rindieron. Antes no se apostaba por los jugadores nacionales como ahora, donde ves, como por ejemplo el grueso de Osasuna lo componen Sergio León o los canteranos Kenan Kodro o Roberto Torres”, argumenta el jefe artillero de Segunda B, con cierto amargor, pero sin negar que fue en Tajonar donde se formó como persona y jugador. “Ahora, con perspectiva, ves todo esto como algo normal…”, añade.

Brillo en los años del ‘boom’ de Segunda B

En la situación de Castillejo se vieron muchos otros jugadores, sobre todo españoles, que hicieron de la Segunda División B una competición diferente. Un reducto competitivo que en sus años dorados movió ingentes cantidades de dinero, según recuerda el goleador, al ser un perfecto campo de cultivo para los constructores. Era una categoría compleja y competitiva, de la que no era fácil salir como desmostraron después Cádiz o Real Oviedo. “Se veía que iba la burbuja explotar y la primera víctima fue el fútbol modesto”, argumenta. Él mismo fue tentado, cuando estaba en el Nàstic por Luis Oliver Albesa, que tras fracasar en el Xerez CD asumió el Cartagena: “Era una oferta irreal. Si me hubiera llegado con 25 años podría colar… Pero ya tenía una edad. Acerté. A los dos meses ya había problemas para cobrar en ese equipo”.

“Cuando subes de categoría, toda la ciudad lo hace contigo”

El atacante navarro considera una meta “mucho más grande” ascender a Segunda o a Primera que ganar un título, que “es algo más personal del equipo, pero cuando subes de categoría, toda la ciudad lo hace contigo”. Precisamente, en una fase de ascenso con el Nàstic realizó su partido fetiche, el 20 de mayo de 2001. Ante el Cádiz anotó un ‘hat-trick’ que resultó decisivo para el regreso del club tarraconense a Segunda 21 años después.

Ante el equipo gaditano se desmelenó un poco más en los festejos, aunque siempre guardando las formas como alguien que ve en el gol su única forma de sobrevivir. “Era muy rancio para las celebraciones. Alguna vez levantaba el puño y ya. Nunca dedicaba, ni a mis hijos, que cuando nacieron jugábamos fuera de casa. Luego lo dije en rueda de prensa”, bromea un bombardero que nada más derribar un enemigo tenía al siguiente en mente. En Tarragona también disfrutó de la otra gran competición que estimula a los modestos, la Copa del Rey. “El Bernabéu ha sido el estadio que más me ha impresionado de los que he jugado. Pude enfrentarme al Real Madrid de los Galácticos y les plantamos cara (el Nàstic perdió en la capital la ventaja que trajo de casa)”. De aquella eliminatoria guarda un recorte donde aparece ante un jovencísimo Casillas, que acabó expulsado por derribarle.

Olvidar para ser entrenador

Pero llegaron los 37 y Castillejo vio el momento para colgar las botas. En su última temporada en activo fichó por el Vilafranca, que militaba entonces en 1ª Catalana. El de Valtierra venía de meter 13 goles con el Reus en Tercera, pero todavía se sentía bien. Además, tenía que quedarse en Tarragona para sacarse el carné nacional de entrenador, por lo que era un perfecto epílogo y transición pacífica hacia una nueva vida. “Fue un año diferente. Por primera vez jugué en hierba artificial. Tampoco había entrenado nunca a las 8 de la noche. Así que bueno, aunque hubo oportunidades para seguir, incluso en categorías más altas creí que era el momento para decir adiós”.

Tras entrenar al Reus de Sergio León y compañía, al Nàstic “donde se quería muy rápido que el club estuviera arriba”; al Llagostera, “donde el presidente quería ser el entrenador”; y al Olot, fue contratado por el FC Ascó, donde intenta olvidar parte de lo aprendido como jugador: “Cuando eres futbolista crees que lo sabes todo. Piensas un 80% en ti y un 20% en el resto, como entrenador sólo puedes el 20% en ti”. Por eso él, profesor en un curso de técnicos, no se muerde la lengua al decir que volvería a ser jugador antes que estar en los banquillos, con los que tiene más empatía que nunca. Y no se corta al afirmar que en ciertos campos le entra un cosquilleo que le hace pensar: “Pues igual aquí sí me volvía a poner el ‘9’ a la espalda”.

El de Valtierra honró con todas las de la ley este número cuando la categoría era más dura y el jugador no estaba tan protegido por los árbitros. “Recuerdo algún equipo, cuyo nombre no mencionaré, que era llegar a su área e hincharse a puñetazos contigo…”, afirma la antítesis de estos futbolistas, un Castillejo que concluye presumiendo con orgullo, tanto o más que de sus goles, de “no haber sido expulsado ni haber cumplido un ciclo de tarjetas en mis 18 años como profesional”.