“¡Ulises 31, como tú no hay ninguno!”, le gritaban desde la grada del Bernabéu. Empezaban los 80 y en la tele emitían series de dibujos inspiradas en héroes griegos trasladados al siglo XXXI. No había muchos futbolistas con barba y pelo largo, así que era fácil identificar a Juan José Jiménez con el Ulises de los dibujos, aunque años antes ya le habían bautizado como ‘Sandokán’ por su aire al actor Kabir Bedi. Fue en su época en el Cádiz, el equipo de su ciudad, de donde nunca se fue pese a sus tres años en el Real Madrid.
Era un lateral derecho de recorrido -carrilero antes de que existiera la palabra-, generoso en el esfuerzo pese a que no le gustaba entrenar y que a los desplazamientos se llevaba cuatro paquetes de tabaco. Cuando empezó a ser reconocido empezaron los rumores sobre sus juergas nocturnas: en realidad era otro tipo con barba y melena que se hacía pasar por él para rapiñar copas gratis en las noches gaditanas. En abril de 1982 iba a viajar a Barcelona para firmar por el Barça, pero unas horas antes le llamó el Real Madrid. No lo dudó. Pasó de ganar 250.000 pesetas en el Cádiz a tres millones y medio en el Madrid. Su carrera internacional fue breve: después de un partido en Malta, ya subido en el autobús del equipo, le dio por hacer un calvo a unos aficionados. Resultó que los aficionados eran directivos de la Federación, entre ellos el presidente Pablo Porta. No volvió a ser convocado. En 1985, el Madrid no le ofreció la renovación. Había jugado poco –“el entrenador era Amancio, no tenía feeling con los jugadores andaluces”– y Chendo era el titular.
Era un lateral derecho de recorrido -carrilero antes de que existiera la palabra-, generoso en el esfuerzo pese a que no le gustaba entrenar y que a los desplazamientos se llevaba cuatro paquetes de tabaco
Volvió al Cádiz gracias a la iniciativa popular: la peña Enrique Mateos recogió firmas para convencer de su fichaje al presidente, Manuel Irigoyen. Coincidió con ‘Mágico’ González y empezó a llamarlo ‘Lola’ porque decía que el salvadoreño se parecía a Lola Flores. En 1991 se fue de vacaciones convencido de que seguiría en el Cádiz y a la vuelta de verano se vio sin equipo. Resignado, colgó las botas. Tocaba ponerse a trabajar: encargado en el restaurante de su excompañero Pepe Mejías, albañil, repartidor de publicidad y tubero en el astillero Navantia. “Tengo 37 años cotizados”, presume. También subió al escenario del Teatro Falla con la chirigota ‘El tren de Arganda, que pita más que anda’. Operado de una hernia y pensionista desde 2011, ahora disfruta de una vida tranquila. Es embajador del Real Madrid en actos de peñas, abuelo activo y, sobre todo, gaditano ilustre.
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Este texto está extraído del #Panenka101, un número que todavía puedes conseguir aquí.