“A cada ciudad que voy de Kazajistán, veo hinchas de los equipos rivales que quieren hacerse fotos conmigo y que me regalan la camiseta porque ven que soy un jugador diferente“. Y no es para menos. Un colombiano, de gran tallo (1,90m) y piernas enjutas, emerge en un vestuario repleto de kazajos, bielorrusos, armenios, lituanos y bosnios, para trazar una de las singladuras más quiméricas del fútbol internacional.
Róger Cañas Henao (Medellín, 1990) acapara todos los flashes en un Shakhter Karagandy que ha estado a punto de irrumpir en la enciclopedia del fútbol como el primer representante de Kazajistán en colarse en una fase de grupos de la Champions. Un gol de Jamie Forrest en el último minuto de la prórroga evaporó el sueño del Shakhter de codearse con los grandes del continente (de hecho, el Celtic, su verdugo, ha quedado encuadrado en el grupo con Barcelona y Milan). Róger sólo tiene 23 años pero su maleta vital ya acumula retales insólitos, forjados en la estepa futbolística de Europa del Este.
“Yo iba a prueba al Chievo Verona. Cuando llegué a Italia, el representante que tenía me salió con que no estaba la posibilidad, pero yo no quería volver tan pronto a Colombia. Entonces, apareció otro representante ruso, que es el que tengo ahora [Mikhail Lebedev], y me dijo que entrenara uno o dos meses en Letonia para poder llegar al fútbol ruso porque él me veía con capacidad de jugar allá“, repasa, biografía en mano, un Róger Cañas consciente de que su estrambótica historia no la hubiera alumbrado ni el mejor guionista de Hollywood.
De esta forma llegó a la Premier rusa, previo paso por el Tranzits de Letonia. Tuvo minutos y regularidad en el Sibir Novosibirsk pero, cuando el equipo bajó a Segunda, empezó a frecuentar el banquillo: “Sólo podían jugar tres extranjeros y éramos un total de diez en el equipo“. La fortuna también le fue esquiva al bueno de Róger en su siguiente desembarco en Polonia: “El entrenador del Jagiellonia me vio jugar y me pidió a préstamo, pero tuve la mala pata de llegar y el entrenador ya había renunciado“.
ÚLTIMA PARADA: KAZAJISTÁN
Su suerte cambió al aterrizar en la ciudad minera de Karagandy en enero de 2012. “Yo no tenía ni idea, ni conocía el país, sí entendía un poco el ruso al haber jugado allí, y me decidí porque tenía la posibilidad de jugar los repechajes de la Champions y de mostrarme en un equipo campeón“, evoca un Róger Cañas al que el exotismo del Shakhter no le amilanó en su propósito de prosperar como futbolista.
Un colombiano de gran tallo y piernas enjutas emerge en un vestuario repleto de kazajos, bielorrusos, armenios y lituanos
Tras vencer al Bate Borisov bielorruso y al Skenderbeu Korce albanés, el Shakhter Karagandy ha estado a punto de escribir un capítulo más del sorprendente libro de la democratización del fútbol.
¿El escenario de la epopeya? Un enclave post-soviético como el de Kazajistán, donde el aroma del fútbol se empieza a respirar con más frecuencia, no sólo por la irrupción del Shakhter, sino también por la eclosión de un FK Aktobe, que cayó en la última ronda previa de la Europa League a manos de un abusón en este tipo de lides como el Dinamo de Kiev (8-3 en el global de la eliminatoria).
Pese a claudicar en el último suspiro de la prórroga ante el Celtic, el Shakhter Karagandy, conocido también por sus extraños ritos de sacrificar ovejas antes de los partidos, afrontará el reto de disputar, por primera vez en su historia, Europa League en un grupo bastante homogéneo, compuesto por AZ Alkmaar, PAOK y Maccabi Haifa. “En Kazajistán, el fútbol se juega igual, pero se corre demasiado, se corre más de lo normal, el entrenador trabaja la presión 30-40 minutos durante los entrenamientos, algo que no se ve en el fútbol europeo o latinoamericano“, analiza un Róger que reparte juego en el centro del campo tal y como se expresa por teléfono: de forma pausada y sosegada, trazando pases en corto y en largo, pero siempre con el balón abanicado en el lomo de su bota derecha.
UN FUTBOLISTA CAMALEÓNICO
Aparentemente, un juego más correoso y bronco no cuadra con los estándares futbolísticos de un pelotero colombiano, pero el camaleónico Róger se adapta a lo que haga falta: “Acá me ha ido bien porque he implementado el correr más en la cancha, el presionar, y más la técnica que tengo, me ha ayudado muchísimo a crecer como jugador“.
[quote]¿El escenario de la epopeya? Un enclave post-soviético como el de Kazajistán, donde el aroma del fútbol se empieza a respirar con más frecuencia[/quote]Impresiones de un nómada colombiano, plenamente adaptado, tanto a la aspereza del juego kazajo como a la afabilidad de su cotidianidad: “Es una vida muy tranquila, no pasa mucho en comparación con Colombia: sales a comer con la familia, entrenas y vuelves a casa. La ciudad donde yo vivo no es muy grande, más bien pequeña, y no hay mucho que hacer“.
Preseleccionado varias veces con el combinado colombiano sub-20, Róger anhela vestir la zamarra de su país y reencontrarse con Jackson Martínez, con el que coincidió hace cinco años en Independiente Medellín, poco antes de abrazar el sueño europeo: “Por ahora es complicado, ellos están jugando en mejores ligas. Yo estoy trabajando duro acá para estar en un equipo mejor y tener un puesto en la absoluta“.
Róger es el diferente: el futbolista de trazo fino que despunta entre tanta albañilería, aunque el corazón del equipo es el voraz Andrei Finonchenko, una especie de Gattuso del Este que, además de trabajar a destajo, percute en ataque con facilidad. Por ahora, la mente de Róger está en Kazajistán, pero ningún objetivo es demasiado lejano e inalcanzable para un colombiano que ha recorrido toda la Europa del Este en busca de una oportunidad que capitalice su meta: triunfar en el fútbol.