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Ribéry, el último apasionado del misterio

Lejos de los focos, ya se puede recordar cómo inspirará a los que lleguen. Siempre estará Ribéry presente en aquellos que ganen la línea de fondo desde la izquierda

Hubo un momento en la carrera de Franck Ribéry que sus piernas le hicieron perder la conciencia que lo definía como jugador de fútbol. Franck, que había sido la consecuencia de todas sus heridas y vivencias, conocedor de su talento y cometido dentro del juego, luchó por el Balón de Oro en 2013 tras sentir que su mente y sus dos pies iban más rápido que nunca mientras su precisión los acompañaba en lugar de quedarse atrás y fallar más. Fue en aquella temporada cuando Ribery exploró sus límites y rompió esa combinación con la que subrayaba su(s) jugada(s): era consciente de lo que le diferenciaba y por ello se dedicó a expresarlo como Uma Thurman salió del ataúd en Kill Bill, insistiendo hasta el derribo. Cómo sería el conocimiento que tenía de su talento y la gravedad de su juego que se autodefinió como no pudo hacerlo nadie en menos de diez palabras: “No marco tantos goles como Cristiano, lo mío es incendiar defensas”.

En un juego tan grande como el fútbol, que cubre las más de 100 páginas mensuales de esta revista o sus innumerables artículos en su versión web, encontrar jugadores intransigentes que hayan triunfado es difícil. Hay muy pocos, y Ribéry ha sido uno de los jugadores más intransigentes que se recuerdan en la élite. Su motor competitivo nace de un estigma facial y visible que marca su carácter y que lo hace indestructible ante toda condición que intenta forzarlo o malearlo, colocándolo como un extremo mucho más bello que lo recordado al lograr parecer siempre espontáneo siendo un jugador fundamentalmente repetitivo. Esa frescura ininterrumpida durante toda su carrera parte de haberse negado a que otras formas de juego pudieran pensarse en su cabeza y que algún que otro corsé táctico y de liderazgo en el camino pusiera en duda el valor de su personalidad. Franck Ribéry no hizo nada diferente a otros que llegaron antes que él pero en el fondo siempre fue otra cosa, hasta el punto de hacer de la repetición algo mítico.

Sin mayores luces ni sorpresas, Ribéry apareció desde Marsella con un desparpajo insolente que le valió el salto a un Bayern que posteriormente ascendería hasta el triplete. Junto a la llegada de Robben, el francés hizo del gigante muniqués un eterno equipo de bandas, conquistando al aficionado bávaro, siempre enérgico y feliz de ver cómo el juego del equipo se actualizaba desde las señas de la tradición: jugadores con carácter, determinados y determinantes, verticales, sin grandes discursos y con toneladas de personalidad. Había nacido para jugar en el Bayern e iba a vivir su plenitud como jugador con Pep Guardiola. No obstante, fue con el de Santpedor con quien apareció su conocido temperamento. “No necesito que me estén diciendo: ‘Haz esto o lo otro’. Tengo que ser libre (…). Carlo es cool. Sabe cómo tratar a grandes futbolistas. Me hace falta alguien como Ancelotti, Jupp Heynckes u Ottmar Hitzfeld. Necesito esta confianza para dar lo mejor de mí. Todo depende de cosas como la confianza, el respeto y la cercanía. A partir de ahí, no sólo puedo dar el cien por cien, sino el 150 por ciento.”

 

Tomarse cada uno contra uno sin memoria negativa tras el fallo, con la misma predisposición e ilusión que la primera vez, va a situar a Ribéry en un lugar conceptual prácticamente único

 

No sé sabe si antiguo, atemporal o paradójico, Franck Ribéry es un buen pellizco de la historia del Bayern Munich y del fútbol europeo de los últimos veinte años. Y lo ha conseguido jugando como extremo puro pero a banda cambiada; uno que no salía hacia dentro para disparar sino hacia fuera, y que además no lo hacía para centrar sino para dar, principalmente, pases atrás o en paralelo a la portería, en un popurrí extraño que a la vez define bastante bien al acuoso juego del fútbol. Lo suyo, más bien, fue inspirador por su forma de ganar la línea de fondo. Ganar la línea de fondo. Un límite del campo que finalizaba su participación en la jugada, sin poder tirar a puerta, pero que Ribéry afrontó como una oportunidad perfecta para conseguir un bien mayor ya definido por él mismo: incendiar la defensa a base de cambios de ritmo, agresividad en su lenguaje corporal y dominio majestuoso a la hora de enseñar y esconder indistintamente el balón como primera ley del engaño.

No será, por tanto, su relación creativa con la pelota o la globalidad de su arsenal técnico lo que le defina para los restos. Es precisamente su concepto de ganar la línea de fondo como objetivo, con el engaño y el cambio de ritmo como acompañantes, lo que hace trascender finalmente a Ribéry como figura futbolística. Tomarse cada uno contra uno sin memoria negativa tras el fallo, con la misma predisposición e ilusión que la primera vez, va a situar a Franck Ribéry en un lugar conceptual prácticamente único, porque en el momento en el que Franck Ribéry recibía la pelota, el juego volvía a la casilla de salida. Lo que para todo el mundo era rutina, para Ribéry era misterio.

Eduardo Martinez de Pisón, el gran geógrafo español del siglo XX, reflexionó sobre ese espíritu que mantiene vivo el sentido del asombro. “La espontaneidad, lo primario, sigue siendo vital. La visión espontánea parte únicamente del alma, de uno mismo (…). Manifiesta el espíritu de la exploración; buscando el asombro, buscando la admiración. Como cuando John Muir va por los glaciares de Alaska y exclama: ‘¡estas maravillas no han tenido nunca espectadores!’. Es en el siglo XIX cuando se hace la gran exploración, con el Romanticismo. Los tiempos de la Conquista del Oeste, el descenso a la Patagonia, la entrada en Asia del Imperio Británico, la conquista del Himalaya. Es el momento de los exploradores, y todos ellos entraban y volvían con un mapa. Y el mapa es una consecución formidable de la mente humana pero al mismo tiempo es una pena, porque se pierde el misterio”.

Sin aparente agotamiento por no poder resetearse desde otras áreas del campo y de juego durante tantos años, sólo la falta de físico ha privado a Franck de su pasión, llegando a la Serie A como segundo punta, más centrado y pasador. Viviendo lejos de los focos, pleno de sabiduría, ya se puede recordar cómo inspirará a los que lleguen. Siempre estará Franck Ribéry presente en aquellos que ganen la línea de fondo desde la banda izquierda y enseñando el balón, indagando en cómo conquistarla como si fuera la primera vez que se logra. Sin mapa, incendiando defensas a su paso.

 


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Fotografía de Imago.