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Nadie cree a Neymar

Las lesiones, su carácter, irse a la Ligue 1… Excusas para perdernos a Neymar hay muchas, pero la pelota no engaña. Y con ella hay cosas que hace él y nadie más

Queda poco más de un mes para que se cumplan tres años de aquella remontada histórica del Fútbol Club Barcelona ante el Paris Saint-Germain. Tres años de aquella épica foto que se llevó Leo Messi pero que pertenecía a Neymar Junior. En este tiempo el brasileño no sólo no se ha acercado a ese número uno que parecía perseguir cuando cambió Barcelona por París, sino que de hecho, para la opinión pública, que es juez pero que también siempre es parte, éste ya no está a su alcance.

Pero nadie que haya visto con cierta continuidad a Neymar en el PSG puede estar decepcionado con su evolución como futbolista. Las lesiones, su carácter, el irse a la Ligue 1… Excusas para perdernos a Neymar hay muchas, pero la pelota ni se mancha ni engaña. Y con ella hay cosas que, ahora mismo, hace él y nadie más.

 

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En el fútbol actual, más si cabe si estás fuera de La Liga o de la Premier League, se mide, juzga y evalúa a partir de siete partidos al año. Octavos de final, cuartos de final, semifinales y final de la Champions League. El resto no existe. Y evidentemente en este tiempo Neymar Junior sólo ha disputado un partido. Guste más o guste menos, es así.

La cuestión es que el debate futbolístico se ha pervertido hasta tal punto que, en vez de lamentarnos por habernos perdido a un talento genial y diferente en los días más grandes, hemos utilizado este hecho para simplificar la realidad hasta amoldarla a nuestro prejuicios. “¿Cómo va a ser Neymar uno de los mejores del mundo si se ha borrado dos años de la Champions por el cumpleaños de su hermana?”. “Normal que se lesione si está todo el día de fiesta. No es un buen profesional y así le va”.

 

Nadie que haya visto con cierta continuidad al brasileño en el PSG puede estar decepcionado con su evolución como futbolista

 

Poco o nada importa que además de perderse la Copa de Europa, la primera lesión le hiciera llegar completamente mermado a todo un Mundial. Poco o nada importa que estas dos lesiones no fueran musculares, sino óseas. Y poco o nada importa que éstas estén mucho más relacionadas con su particular físico y su forma de jugar que con cualquier otro factor. Una vez cayó lesionado, Neymar ya estaba juzgado: era culpable, se había perdido él solito y debía pagar la condena más dura, la del olvido.

 

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Todas estas lesiones obviamente han afectado a su carrera y afectarán a su recuerdo. Neymar cada vez tiene menos tiempo para remontar y poner su legado a la altura de su talento. Pero esto, aunque suene incoherente, no quiere decir que Neymar sea ahora el mismo o incluso peor jugador que cuando se marchó del Barcelona. Porque el brasileño no es que sea mejor, es que en el PSG es un jugador de otra dimensión, una muy superior, aunque no haya prácticamente ninguna cámara para atestiguarlo.

En realidad ésta es una evolución que comenzó en Barcelona. Desde hacía tiempo el brasileño demandaba más libertad para dejar de ser ese futbolista de lado débil que debía empezar abierto y luego atacar el pico del área para recibir y marcar la diferencia cual Perisic, pero no fue hasta la última temporada cuando el brasileño logró alterar ligeramente el sistema de contrapesos del conjunto de Luis Enrique.

Neymar se aprovechó del caos colectivo para atraer el balón, balancear el juego hacia su banda y comenzar a tomar decisiones creativas. Pero aun así esto era insuficiente. Que acabara como carrilero, por muy ofensivo que fuese, la temporada 2016-17, explica a la perfección cómo el Barcelona no podía darle a Neymar Junior todo lo que éste necesitaba. A fin de cuentas, eso ya se lo daba a otro que era -mucho- mejor.

Sea como fuere, en esos últimos meses, gracias también a la llegada de Tite a Brasil, Neymar Junior comenzó a comprender y a gestionar la trascendencia de su talento individual. O lo que es lo mismo, comenzó a ser un talento colectivo. Y en París no tardaría demasiado en demostrarlo. Siguió comenzando la mayoría de partidos desde la banda, pero al igual que hacía en Santos esto sólo era un punto de partida. Su destino era el carril central, allí donde se ganan los partidos. Y lo bordó.

 

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Neymar, en el otoño de 2018, era el jugador que más diferencias marcaba en el mundo. Y no las marcaba sólo ante el Montpellier, el Lyon o el Nantes, equipos a los cuales se desprecia a pesar de obviamente no conocerlos, sino que lo hizo ante el Nápoles de Ancelotti y, sobre todo, ante el Liverpool de Jürgen Klopp, a la postre gran campeón.

Ya nadie se acuerda de esos partidos por una razón muy evidente: “nadie los vio”. Era fase de grupos, no uno de los siete partidos que importan cada año. Pero el caso es que en aquellos encuentros explotó un talento incontenible. Un jugador que recibía del único centrocampista, Verratti, y que trasladaba la pelota hasta la zona en la que ya podía dejar solo a Kylian Mbappé delante del portero. Desbordes, paredes, giros… A su disposición estaba cualquier acción individual para eliminar marca, batir línea y girar al rival, pero ahora, además, éstas las empleaba para integrar a sus compañeros.

 

Su capacidad para generar y construir ventajas definitivas es impresionante. Es una amenaza constante que necesita muy poco para activarse

 

Cuando estamos ante un talento como Neymar, la diferencia entre un jugador individual y uno colectivo es casi imperceptible, pues al final hace (la forma) exactamente lo mismo. Lo que cambia es el sentido (el fondo). Neymar puso todo su fútbol a disposición de Tuchel para construir un equipo que sólo se entendía con su presencia. Sin él, el sistema tuvo que cambiar porque no valía absolutamente de nada. Esa es la diferencia entre quién hoy es Neymar y quién es, por ahora, Mbappé.

Esta temporada el PSG está más preparado para sobrevivir a una baja del brasileño. La llegada de Leonardo, el cambio en la política de fichajes y la pizarra de Tuchel han contribuido a ello. Pero esto no ha quitado importancia a un Neymar al que, ahora, ya sólo podemos considerarlo mediapunta. Parta de un 4-3-3 o del 4-2-2-2 que viene empleando el PSG en los últimos meses, Neymar es el enganche del equipo.

Su capacidad para generar y construir ventajas definitivas es impresionante. Es una amenaza constante que necesita muy poco para activarse y que sigue siendo determinante cerca de la frontal. Neymar es, en definitiva, el futbolista que todos esperábamos que fuera cuando le conocimos con brakets. Pero ahora nadie se lo cree.

 

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Neymar permanece atrapado en un limbo que no distingue la realidad de la fantasía, la verdad de la mentira o el ser del estar. La única salida que le queda para cambiar esto se llama Champions League, pues no hay mejor polígrafo que la competición que acostumbra a poner desnudos y ante el espejo a clubes, jugadores y aficionados.

A punto de cumplir los 28 años, la edad en la que mayoría de cracks han ofrecido la mejor versión de su fútbol, Neymar solamente espera una oportunidad de la Copa de Europa para volver a ser visto. El resto, si la salud le respeta, correría de su cuenta.

 


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