El balompié continúa alejándose a pasos agigantados de su esencia. Pero este precioso e histórico miércoles 13 de noviembre del 2019, tan solo dos días después de que la federación española confirmara que la renovada Supercopa de España se disputará en Arabia Saudita, en la enésima estocada a un fútbol herido de muerte, 20 pequeños grandes equipos, abanderados de la ilusión, nos dibujarán una sonrisa; reconciliándonos con este deporte tan pervertido, tan esclavo del dinero, del capitalismo más feroz.
Son el Club Deportivo Becerril castellanoleonés, con un estadio, el Mariano Haro, que casi triplica el número de habitantes del municipio que, emocionado, orgulloso, lo acoge; el Urraca Club de Fútbol asturiano, que se desplaza a los partidos con dos furgonetas de nueve plazas porque le sale más barato que un bus; el Futbol Club Andorra de Gerard Piqué, que tras sumar un ascenso administrativo al logrado en el césped el curso pasado ahora compite en Segunda B; el Club Esportiu Andratx balear, el Tolosa Club de Fútbol, el Club Deportivo Pontellas gallego, que esta temporada juega en Tercera División por primera vez en sus casi seis décadas de historia; el Club Deportivo Barquereño, que hace poco más de dos años celebró el ascenso a Regional haciendo una rúa por las calles del marinero municipio de San Vicente de la Barquera, de apenas 4.000 habitantes, con una camioneta; el Melilla Club Deportivo, la Asociación Deportiva Lobón, cuyos integrantes del primer equipo han puesto rumbo hacia tierras melillenses a las cinco de la mañana, nada excepcional en un grupo de futbolistas, de jornaleros del balompié, en el que, como apuntaba este mismo miércoles Juan L. Cudeiro en las páginas de El País, la mayoría trabajan en el campo; la Unión Deportiva Fraga, el Club Deportivo Peña Azagresa navarro, que este mediodía, tan solo unas horas antes de visitar el conjunto aragonés, recibió el calor de los niños y niñas de la escuela de Azagra, que dejaron unos minutos las clases para animar a sus nuevos ídolos; el Club Atlético Antoniano sevillano, el Atlético Porcuna Club de Fútbol jienense, el Club Deportivo El Álamo madrileño, el Club Deportivo Pedroñeras castellanomanchego, dirigido por un joven David Rodríguez que rechazó un contrato indefinido en el BBVA para perseguir su sueño de llegar a entrenar en el balompié profesional; el Club de Fútbol Intercity valenciano, la Unión Deportiva Gran Tarajal canaria, cuna del central osasunista Aridane Hernández; el El Palmar Club de Fútbol murciano y el Club de Balonmano Ramón y Cajal ceutí, cuyo presidente, Younes Mohamed, acentuaba esta misma semana en el Marca que “lo que para otros son migajas para nosotros es el banquete de nuestra vida”; en unas palabras que recuerdan al “para muchos es una competición pero para nosotros es la más grande” que pronunció hace casi siete años Carlos Pouso, el entrenador de aquel humilde Mirandés que se ganó el corazón del balompié español al rebelarse contra la historia, contra la lógica, para alcanzar las semifinales del campeonato del KO.
Son los 20 equipos que, inmersos en un cuento de hadas futbolístico que, por otra parte, debería hacernos replantear, reconsiderar, la realidad en la que habitan normalmente, se medirán este miércoles, apenas cinco meses después de coronarse campeones de sus grupos de Preferente autonómica, en la previa interterritorial de la Copa con la certeza de que si superan a su rival en el que es, de lejos, el encuentro más importante de toda su historia materializarán una utopía que parecía irrealizable, inalcanzable, una realidad con la que ni siguiera podían llegar a soñar: recibir, a mediados de diciembre, en la siguiente ronda de la competición, a un conjunto de la máxima categoría del balompié español; a excepción del Barcelona, el Valencia, el Atlético de Madrid y el Real Madrid, que disputarán la Supercopa en enero. Tan solo 90 minutos separan de la gloria a 20 clubes que, esquivando, driblando, el anonimato, anhelan aprovechar la oportunidad única, quizás irrepetible, que se les ha presentado para conseguir un billete para codearse con la aristocracia de nuestro balompié, para situar los focos encima de un fútbol acostumbrado a malvivir, a sobrevivir, siempre a oscuras.
Diez de ellos avanzarán hasta la siguiente ronda; obteniendo, además, los 23.000 euros, superiores a los presupuestos de algunos de los citados equipos, que la federación española ha estipulado como recompensa. Los otros diez se quedaran en esta primera fase, a las puertas del cielo. Pero, aunque suene a tópico, aunque los 20 sueñen con verse una noche más, al menos una noche más, en el Marca, en el Livescore, todos ganarán. Todos ganaremos. Porque estos 20 clubes no solo representan a 20 pueblos o ciudades y a sus habitantes. Representan mucho más. Muchísimo más. A sus clubes vecinos; que en las últimas horas han inundado Twitter con preciosos mensajes de ánimo, deseándoles suerte. A todos los que han pasado por el fútbol modesto. A todos los que algún día, ingenuos, soñamos con hacerlo. E incluso a todos los que nos hemos pasado una semana preguntándole a nuestra pareja si era una locura recorrer las dos horas en coche que separan Torelló de Fraga para presenciar uno de estos diez encuentros que, a partir de las siete de la tarde, se convertirán en un bello, emotivo, homenaje al balompié más humilde, al de los estadios tan pequeños como rebosantes de ilusión, de pasión. Y en una reivindicación del fútbol más humano.