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“¿Qué acabamos de hacer?”
Era sábado por la noche en Londres. Estaba en una llamada grupal con un par de amigos de mi país de origen, India, dando vueltas frenéticamente en mi habitación. Reiss Nelson acababa de marcar un gol para ganar un partido en el minuto 97 y todos estábamos fuera de sí. El delirio y la incredulidad fluían libremente.
“¿Qué acabamos de hacer?”, dijo uno de mis amigos de nuevo. Había estado siguiendo el partido en una boda y había abandonado antes la fiesta para ver el desenlace del encuentro.
“Nosotros no hacemos cosas como esta”, continuó.
La frase resumía perfectamente lo que había sido seguir al Arsenal durante la temporada 22-23 para los aficionados de mi generación. La ‘Emirates Generation’. Los que crecieron con Van Persie en lugar de Vieira. Los que fueron a la escuela después del famoso 8-2 contra el United en Old Trafford. El gol de Aaron Ramsey contra el Hull City en 2014 fue nuestro ‘momento Michael Thomas’ y Wojciech Szczęsny, nuestro señor y salvador.
La temporada pasada fue un recorrido mágico y misterioso para todos los aficionados del Arsenal, pero especialmente para los de mi generación. Sentimos cosas que nunca antes habíamos sentido. Me llevó un tiempo acostumbrarme a que la gente no se riera ni sacudiera la cabeza con desdén cuando les decía de qué equipo era. Me llevó un tiempo aclimatarme a la sensación de salir de casa con seguridad el lunes por la mañana. Habíamos soportado la peor parte de la ‘Era de la Burla’, nosotros, la sección más activa dentro de la masa de seguidores ‘gunners’. Así que nos llevó un tiempo adaptarnos a no ver al Arsenal constantemente en las páginas de memes.
Ahora, por supuesto, entiendo que a todos los que siguen a clubes de menor categoría, estos comentarios les huelen a privilegio. Que el dolor de algunas temporadas fuera de la Liga de Campeones se queda corto en comparación con el descenso o la mediocridad de merodear por la mitad de la tabla. Pero, ojo, la victimización es un elemento central de los aficionados al fútbol. Todos tenemos aires de personaje protagonista. Todos somos underdogs.
Es un sentimiento con el que la ‘Emirates Generation’ puede empatizar fácilmente. Desde los últimos años de Wenger hasta la etapa de Emery y las temporadas inciales de Arteta, toda nuestra existencia futbolística se basó en confiar en el proceso. Después de una década y media fantaseando con competir de manera creíble por los grandes títulos, finalmente nos otorgaron la licencia para soñar. Y, Dios, nos sentó de maravilla.
La temporada pasada fue un recorrido mágico y misterioso para todos los aficionados del Arsenal. Sentimos cosas que nunca antes habíamos sentido. Me llevó un tiempo acostumbrarme a que la gente no se riera ni sacudiera la cabeza con desdén cuando les decía de qué equipo era
El tanto ganador de Nelson cristalizó aún más ese sueño. Fue la segunda victoria del Arsenal en el tiempo añadido en un espacio de tres semanas y nos aupó cinco puntos por encima del Manchester City. Sentíamos que era uno de esos momentos sobre los que se construyen los campeonatos. El tipo de instante que, hasta entonces, sólo habíamos experimentado indirectamente. Para procesarlo teníamos que compartirlo.
Después de la llamada grupal improvisada al final del partido, llamé a otro amigo de la infancia que estaba a medio mundo de distancia. No habíamos hablado desde hacía aproximadamente un año, pero sólo después de un exhaustivo análisis del partido pudimos preguntarnos cómo nos iba la vida. La alegría trascendió la distancia.
Cuando el disparo llegó al fondo de la red, recuerdo claramente que me quité la camiseta y la lancé al otro lado de la habitación. La última vez que había reaccionado así a un gol del Arsenal fue con el cabezazo de Danny Welbeck contra el Leicester City en 2016 y, antes de eso, con la final de la FA Cup de 2014.
El retorno a esa costumbre de la infancia de expresar la euforia quitándome la camiseta fue otra prueba de que estaba envejeciendo al revés. A lo largo de la temporada, volví a ser un joven de 15 años.
La primera prueba de esto se manifestó en mi forma de vestir, cuando noté que había vuelto a usar camisetas de mi equipo mientras veía los partidos. Durante las primeras jornadas de la temporada, incluso elegía la camiseta que iba a usar un día antes. Camiseta a rayas azul de Puma de 2014 para el Fulham en casa. Camiseta retro JVC para el partido en el campo del Palace. Camiseta rosa Adidas para el partido fuera de casa contra el United.
Toda esta cantidad de ropa, únicamente para ver el partido en el sofá, normalmente solo o, como máximo, acompañado por un par de amigos.
Este hábito surgió del hecho de que había pasado la mayor parte de mi vida siguiendo al Arsenal fuera del Reino Unido. El materialismo futbolístico, he descubierto, es una característica común de los aficionados internacionales. Es una forma de sentirse más cerca del club. Algunos encuentran ese sentido de pertenencia a través de Twitter y otros, como yo, necesitamos ese toque sintético para sentirlo.
Hay que señalar que es una costumbre cara. Una aflicción que bordea la adicción. Constantemente caigo presa del marketing que acompaña cada lanzamiento de una nueva equipación y, hasta donde yo recuerdo, he empezado cada temporada con una nueva camiseta. El primer dinero que cobré por escribir lo invertí rápidamente en una camiseta de Tierney.
Para la temporada 2021-22, sin embargo, no compré ninguna camiseta en señal de rebeldía. Mi desilusión con el club y la dirección en la que parecía encaminarse estaba en su punto máximo. Todavía estaba involucrado con lo que sucedía en el césped, pero por primera vez en 14 años, me sentía indiferente. Sentía que pesaba sobre mí una sensación de fatalidad. El punto más bajo fue la eliminación en las semifinales de la Europa League contra el Villarreal. El club parecía haberse roto, y para un periodista que estaba en una situación económica difícil en ese momento, aquello simplemente no parecía valer la pena.
Pero la trayectoria de esa temporada me enganchó de nuevo. Es cierto que no se aseguró el Top 4, pero se había sentado una base importante. Había brotes de crecimiento que parecían destinados a florecer. Entrando en la 22-23, no tenía tantas expectativas como emoción. Eso es lo que hizo que el viaje fuera tan emocionante.
Que me pusiera esas camisetas para ver los partidos también se derivaba de un sentimiento de orgullo. Las llevaba porque, finalmente, había un grupo de jugadores en el campo que entendía su importancia.
El gol de Nelson fue el momento que debería haber marcado nuestra ascensión hacia el título. En cambio, sigue siendo el punto culminante. La sensación de lamento por lo que podría haber sido sin duda ha empañado el brillo del aquel tanto. Pero eso pasará
La presencia del Arsenal en mi vida creció hasta niveles preocupantes a lo largo de la temporada. Vestía mucho de rojo, escuchaba tres podcasts diferentes sobre el club durante la semana y encontraba una forma de incorporarlos en cualquier conversación que tenía. A menudo había lamentado hasta qué punto era un ser unidimensional en la escuela, cómo había permitido que el fútbol dominara mi personalidad. Es algo que había comenzado a corregir activamente como adulto, pero justo cuando pensaba que había salido de aquello, me volvieron a atrapar. Era el tipo que en las reuniones sociales, escondido en un rincón, ve un partido en su teléfono. Ni siquiera me disculpaba. Después de una victoria por 0-1 ante el Leicester a fines de febrero, recuerdo claramente que me pregunté si Fiebre en las gradas, en realidad, no trataba de mí todo el tiempo. Me alarmó lo contento que me puso ese resultado.
No puedo seguir sin mencionar cómo terminó la temporada para el Arsenal. Me gustaría decir que encajé el golpe con estoicismo y me reconforté con los progresos que habíamos hecho, y que hice caso omiso al hecho de haber perdido contra el posiblemente mejor equipo de esta era. Pero estaría mintiendo.
La forma en la que terminó la temporada me quebró. No fue una sensación de desesperación, sino de apatía. La intensidad del sueño había sido tan fuerte que una vez que se rompió, se me escapó de inmediato. Los partidos después del empate a tres contra el Southampton son un borrón en mi cabeza. Es una herida que no se ha curado, simplemente se ha dejado secar. Gran parte de este dolor aún no ha sido procesado y quizás nunca lo sea.
El gol de Nelson fue el momento que debería haber marcado nuestra ascensión hacia el título. En cambio, sigue siendo el punto culminante. La sensación de lamento por lo que podría haber sido sin duda ha empañado el brillo del aquel tanto. Pero eso pasará. Con el tiempo, el gol de Nelson será recordado por haber enseñado a los aficionados del Arsenal cómo volver a apasionarse.
Y eso mismo es válido para la temporada en su conjunto. Tal vez los verdaderos trofeos sean las camisetas que usamos (y nos arrancamos) por el camino.
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Fotografía de Getty Images