No me imagino a Jacques-Henri Eyraud, presidente del Olympique de Marsella, buscando entre la infinidad de canales de su televisor un partido del Sevilla. Me cuesta representarlo, no sé con exactitud por qué. Quizá sea por la facilidad que tenemos de prejuzgar a la gente sin tener ni la más remota idea de quiénes son, por la cara de no conocer el gusto de patear un balón, por sus gafas hipsterianas, por haber cursado sus estudios en la imponente Harvard, por un currículum plagado de cargos en directivas de empresas que facturan tantos ceros que creemos que esos números no existen, por dejar atrás todo su éxito previo para centrarse exclusivamente en la presidencia de un equipo de fútbol, o por, simplemente, haberse pasado el juego de la vida con 50 primaveras y comenzar una nueva partida en el PC Fútbol, pero este de carne y hueso.
La cuestión es que si algún día lo ha hecho, si por asomo se ha echado en su sofá para tragarse un ratillo del fútbol de los de Lopetegui contra el Getafe, la Real Sociedad o el Valencia de turno, me gustaría imaginar su reacción al ver al ‘5’ hispalense correteando por la banda diestra del Pizjuán del mismo modo que disfruto viendo cómo los amantes a las ligas fantásticas caen rendidos y resignados cuando observan un gol del futbolista al que acaban de vender para que otro ocupe su lugar. Caras desangeladas, incomprensión, arrepentimiento. Vaya cagada. Lo que en agosto costaba 15, Jacques, ahora ya multiplica su valor por cuatro. Y al otro lado del vaso comunicante, cómo no, Ramón Rodríguez Verdejo, ‘Monchi’, que ha vuelto a dar con el clavo -qué novedad- tras contratar a un Lucas Ocampos acoplado perfectamente al carril de Jesús Navas, haciéndolo con la misma facilidad con la que el de Los Palacios sube y baja enganchado a la línea de cal; sobradísimo.
Puede parecer absurda la sentencia, quizá lo sea, pero es tan sencillo, y tan vital, como esto: haciendo cosas, Ocampos genera y provoca muchas otras
En el fútbol actual, y en el que viene, entre tácticas, estratagemas, análisis súper exhaustivos del rival y defensas infranqueables, poco espacio queda ya sobre el tapete para aquellos jugadores cuya función es la de generar dudas e incertidumbres en defensas casi robotizadas que se mueven al unísono con una coordinación sin fisuras; para, así, mostrar el camino de las certezas a sus compañeros de equipo. Por ello, cada vez echamos más de menos a futbolistas que crean, inventan e imaginan, que agitan, revolucionan y excitan los partidos como si, con coctelera entre manos, les diera por remover todo líquido que conviva dentro del terreno de juego para que, básicamente, sucedan cosas.
De Lucas Ocampos no importa tanto el por qué ni el cómo de sus acciones, sino que son sus acciones, sus jugadas, en sí mismas las que cobran sentido. Sí, su fútbol trasciende porque hace cosas. Puede parecer absurda la sentencia, quizá lo sea, pero es tan sencillo, y tan vital, como esto: haciendo cosas, Ocampos genera y provoca muchas otras. Sin probar una y otra vez el centro con intenciones al área, nunca habrá un remate; sin un regate efectivo, no existirá la posibilidad de que salte el siguiente defensor a tapar el hueco, generando así otro espacio a su espalda; sin una conducción intensa y vertical, no se hallará una defensa desajustada. Sin una presión asfixiante, voraz, en la construcción del juego rival o tras pérdida, no habrá lugar para la sorpresa ni el error. Si Juanma Lillo decía en sus tiempos en el banquillo del Tenerife que “no arriesgar es lo más arriesgado, así que, para evitar riesgos, arriesgaré”, el extremo argentino, dogmático del riesgo, aplica cada una de estas palabras cuando le toca actuar, ya sea con regates, remates, centros, presiones o lo que se dé en cada momento del partido. Y lo hace siempre, ignorante él de cualquier tipo de reposo entre lances, desconocedor del significado de fatiga.
Con apenas una docena de encuentros ataviado con la camiseta del Sevilla, Lucas Ocampos ya ha conseguido ponerse en el bolsillo a la afición del Ramón Sánchez-Pizjuán, al seleccionador argentino, que ya le ha hecho debutar con la ‘Albiceleste’, y a su entrenador, un Julen Lopetegui que tan solo le ha dejado respirar en los tres primeros encuentros de la fase de grupos de la Europa League; en la Liga, en cambio, el ex del Olympique de Marsella apenas se ha perdido un partido por lesión, ante el Celta, y 50 minutos más por sendas sustituciones -Espanyol y Real Sociedad-. Mientras en Marsella seguramente haya muchos tirándose de los pelos recordando las cifras de su traspaso, entre ellos Jacques-Henri Eyraud, el fútbol de Lucas Ocampos no hace nada más que ganar adeptos. ¿Por qué? Por un único motivo, porque cuando él está en el campo todos sabemos que, de una manera u otra, pasarán cosas. Tan sencillo, tan vital.