De la alegría más pura a la tristeza más desoladora, al vacío más insondable. La vida de Paco Alcácer cambió para siempre en la noche del cruel 12 de agosto del 2011, cuando el artillero de Torrent ni siquiera había cumplido los 18 años. Apenas once días después de darle a la selección sub-21 el que fue su octavo entorchado continental de la categoría con dos dianas en la prórroga de la final contra el combinado de la República Checa, el joven ariete ‘ché‘ aprovechó una visita de la Roma de Luis Enrique a Mestalla, con motivo del cuadragésimo Trofeo Naranja, para reivindicarse como uno de los más prometedores del panorama nacional, alimentado las fundamentadas esperanzas de todos aquellos que ya empezaban a adivinar en él al futuro líder del Valencia, al que llegó con solo 12 años.
Alcácer, que durante la noche fue homenajeado por haber ganado el Europeo sub-21, acarició las nubes al presentarse ante Mestalla poniendo la guinda a la goleada (3-0) con su primer gol ante su afición; aquel con el que tanto había fantaseado cuando era un crío que soñaba acunado entre balones, cuando era un chaval que despedazaba, a chuts, los cristales del primer piso de la escuela de su Torrent natal. Pero la felicidad que sintió al marcar su primera diana con el primer equipo de su equipo se convirtió en tristeza al término del encuentro, cuando el corazón, tan repleto de orgullo, de su padre, que había presenciado la confirmación de su hijo desde las graderías de Mestalla, dejó de latir de forma repentina en los aledaños del mismo estadio. La vida, a veces tan cruel, siempre tan impredecible, había dibujado el final más trágico posible para el que estaba destinado a ser uno de los días más felices de la, todavía corta, existencia de un Alcácer que, en tan solo unas horas, pasó de disfrutar la cara más bella de la vida a sufrir la más amarga; la que le arrebató su padre a los 44 años, la que tiñó de un luctuoso negro aquella cruel noche del 12 de agosto del 2011. “Lo que le hizo ayer la vida a Alcácer no tiene nombre. Qué injusto. Qué desgracia. Aún no me lo creo”, reconocía Juan Mata, uno de los capitanes del Valencia. “Del todo a la nada, de la felicidad máxima a la tristeza absoluta, media un paso”, suspiraba Javier Pérez en las páginas de El País, en un texto, titulado El gol y la muerte, que los valencianos Els Jóvens rescataron del olvido el año pasado para dar nombre a un precioso tema sobre aquel triste drama; sobre el más triste de todos los goles, sobre el gol en el que se escondió la muerte.
Era el primer que marcava
davant la seua afició.
I ell encara el celebrava
quan el va trair la sort,
quan el va trair la sort.
Trenta mil cors beneïen
aquell xicot de Torrent.
Però un dels cors es va fondre
com un ciri cara al vent,
com un ciri cara al vent.
Son pare moria a l’estadi,
encara als ulls aquell gol.
I tornarà a xafar l’àrea,
desmarcant-se dels centrals.
I davanter i pilota
es tornaran a ajuntar.
El doloroso e inesperado adiós de su padre cambió para siempre la vida de Paco Alcácer, obligándolo a madurar cuando todavía ni había alcanzado la mayoría de edad. “Cuando falleció mi padre, tras un palo tan duro, tenía dos opciones: irme, entre comillas, por la mala vida o hacer lo que hice. Estoy muy orgulloso de cómo me han ido las cosa. Es lo que hubiera deseado mi padre. Tenía solo 17 años y mi carrera estaba a punto de empezar. Maduré muchísimo. Y eso fue lo que me empujó para todo. A mí nadie me ha regalado nada y gracias a todo eso estoy donde estoy”, acentuaba el atacante de Torrent en El País en una entrevista publicada esta semana, en la previa del encuentro que este martes le enfrentará al Barcelona, al equipo en el que su sonrisa quedó relegada a la sombra de Leo Messi, Luis Suárez, Neymar, Ousmane Dembélé e incluso Philippe Coutinho. Olvidadas aquellas dos “complicadas” campañas en las que vivió rebajado a la categoría de revulsivo, de recambio ocasional, obligado a ofrecer un rendimiento excelso en cada rato que estaba sobre el césped, aunque fuera arrinconado al extremo; Alcácer, de 26 años, ha encontrado, por fin, su sitio en Dortmund; donde ha vuelto a ser feliz, a disfrutar del balompié; donde se ha erigido en uno de los goleadores más prolíficos del continente, tal como lo demuestran los 26 tantos que ha gritado en los 38 partidos que ha jugado con un Borussia que anhela romper la hegemonía del Bayern.
Enamorado de Dortmund, del sentimiento con el que la ciudad alemana vive el fútbol; desatado, desencadenado; Alcácer se ha convertido en el complemento perfecto del eléctrico e indomable Jadon Sancho, conformando una sociedad de ensueño junto a Marco Reus y Julian Brandt que hace soñar al pasional Signal Iduna Park. El Borussia, de hecho, ni siquiera dudó a la hora de desembolsar los poco más de 20 millones que estipulaba como opción de compra la cesión que acordó con el Barcelona a finales de agosto del 2018. “Hemos hecho saber al Barcelona que la ejecutaremos. Paco se ha convertido en una parte esencial de nuestro equipo”, reconocía Michael Zork, el director deportivo de un Borussia; seducido por el olfato goleador que Paco Alcácer atesora en sus botas, tan letal como insaciable. “Siente el fútbol”, contestó Lucien Favre, el técnico del equipo, cuando, hace un año, le preguntaron cómo era posible que, tras dos años más que discretos, el delantero valenciano hubiera anotado seis goles en sus primeros 83 minutos con el conjunto alemán, que acabó a tan solo tres puntos de un Bayern al que ahora quiere destronar. Pero el killer de Torrent no solo ha recuperado la sonrisa con el cuadro de Dortmund, con el que la temporada pasada firmó hasta 16 dianas en 21 partidos, acabando tercero en la clasificación de máximos goleadores, solo superado por Robert Lewandowski y Luka Jović, y promediando 0,76 goles por partido, si no que además también volvió a las convocatorias de la selección después de once meses de ausencias continuadas. Sin ser ni el más rápido, ni el más potente, ni el más habilidoso; Alcácer, inmerso en una nube, anhela ahora convertirse en el hombre que cierre de una vez por todas el sempiterno debate sobre quién debe ser el ‘9’ de la selección; en el futbolista que acabe de una vez por todas con el casting para encontrar al heredero de David Villa, el último que supo comprender el singular estilo de la ‘Roja’, con la que debutó a los 21 años y con la que ha anotado 12 goles en 17 partidos.
Alcácer ha encontrado su sitio en Dortmund; donde ha vuelto a ser feliz, a disfrutar del balompié, donde se ha erigido en uno de los mejores delanteros del continente
Pero, por encima de todo, Paco Alcácer, que esta temporada ha marcado en todos los partidos que ha disputado hasta la fecha, tanto con el Borussia como con la selección, reafirmándose como uno de los grandes delanteros del panorama continental con diez goles en ocho duelos, quiere seguir honrando la memoria de su padre; homenajeándole con cada diana, utilizando cada tanto para reencontrarse con él. “Lo recuerdo cada día. Cada vez que salto al terreno de juego está conmigo y me ayuda mucho”, reconocía el atacante valenciano justo después de estrenarse como goleador con la selección, hace ya cinco años. Desde aquella triste noche del 12 de agosto del 2011 en la que se bautizó en Mestalla, de hecho, todos los tantos de Alcácer han sido para la misma persona, para su padre; el hombre que le legó la humildad que le ha convertido en un jugador diferente; en un trabajador incansable que celebra cada tanto como un precioso homenaje a la vida: santiguándose, con los ojos cerrados, y elevando los brazos, los mismos en los que lleva tatuado un bello e inequívoco Always in my mind, y la cabeza hacia el cielo. Hacia el cielo en el que, como cantan Els Jóvens, Paco Alcácer padre se sienta para ver jugar a su hijo.