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Pacheta, madera de mochilero

José Rojo Martín tenía claro que quería jugar en Primera. Cumplió su sueño en el Espanyol. Y al retirarse, se convirtió en un trotamundos de los banquillos

Hay algo telúrico en su forma de afrontar la vida, en su manera de sentir la tierra, la gente y las costumbres; las de su pueblo de Burgos, Salas de los Infantes, o las de la ciudad tailandesa de Ratchaburi, donde ahora vive. Solo alguien como él, de nombre real Pacheta (José Rojo Martín según su DNI), podría trazar ese recorrido, primero, futbolista todoterreno, y ahora, entrenador multiusos, trabajador en una maderera y en una fábrica de puertas, siempre el a sí mismo. Todo arrancó en la Sierra de la Demanda, la comarca burgalesa en la que se hunden sus raíces y también su sobrenombre, porque ni siquiera él sabe de dónde viene eso de Pacheta. Ya le decían así a mis abuelos y a mis padres, lo he preguntado mil veces y nadie sabe darme una respuesta concreta”, admite.

Empezó en el Burgos, pero no había sitio para él en Primera y cruzó el mapa para jugar en el Marbella. Dejó un trabajo fijo en la potente industria maderera de su pueblo.Quería ser futbolista profesional a toda costa”. Lo consiguió, pero no fue fácil: problemas de impagos en el Marbella y en el Mérida, hasta que en el verano de 1994 lo fichó el Espanyol. Fernando Lara, entonces vicepresidente, tuvo que dejarle 200.000 pesetas para ir tirando. En Barcelona demostró ser un centrocampista fiable y constante, trabajador incansable. Camacho y Bielsa le dejaron un recuerdo especial. En 1999 volvió a casa para jugar en el Numancia. Allí se retiró y allí comenzó a forjar su futuro, con viajes nocturnos a Zaragoza para sacarse el carnet de entrenador (no pudo hacer el intensivo que se reserva a los que han cumplido al menos ocho temporadas en Primera porque solo jugó siete). En Soria fue director deportivo y poco después, dejó el fútbol. Un amigo me ofreció trabajar en su empresa, Puertas Norma”, recuerda. Pero el balón pudo más que la corbata. Volvió al fútbol para comprobar las dos caras del banquillo: respetado en Soria y en Oviedo, pero quemado tras salir antes de tiempo del Cartagena y del Hércules.

Alérgico al sofá, se dedicó a entrenar a la selección AFE de jugadores sin equipo sin imaginar que sería su trampolín internacional: de ahí surgió la posibilidad de entrenar a un modesto de Polonia, el Korona Kielce. Volvió a España para dirigir al Hércules, donde solo estuvo seis meses, antes de recibir la llamada de Kero, un ex del Numancia que se ganaba la vida en el fútbol tailandés. Dejó a su familia en Soria para hacerse cargo del Ratchaburi y vivir una experiencia única. Costumbres, comida, tráfico, calor… todo es muy diferente aquí”, explica. Le costó adaptarse, pero es feliz. Antes de venir a Tailandia pensaba que era un tipo fuerte. Ahora, lo sé”.