Las primeras incursiones europeas de Osasuna dejaron huella. El cuadro ‘rojillo’ sorprendió en la UEFA a dos históricos
Este reportaje está extráido del #Panenka93, un número que dedicamos a Osasuna y que sigue disponible aquí
Eran tiempos de aroma a puro y patxaran, de bengaleos infernales en el Graderío Sur; del altavoz de ‘Txikilin’, aquel hincha entrañable de orejas grandes que se colgaba en la valla y animaba a grito pelado, y de estrechez en las gradas porque el partido todavía se veía de pie o con el culo pegado al de al lado; de aguaceros, barro y nieve, o cualquier otra circunstancia que se pusiera por delante; de un fútbol más rudo, de pierna fuerte, menos estético pero más auténtico, tal vez. No tan postizo. Melenas y bigotes, nada más. En las calles de Lo Viejo resonaban el guitarreo de Kortatu y las viscerales letras de La Polla Récords. Cómo no, el En blanco y negro de Barricada a todo trapo. Son los agitados 80, cuando los pelotazos de los antidisturbios castigan a la juventud en los recovecos del Casco Antiguo mientras en Tajonar va germinando un grupo de valientes que impulsan a Osasuna y quieren aventura.
Hola, querida Europa.
El banquero Fermín Ezcurra -en las cuentas, siempre una peseta más de la que sale…- preside el club y concede el timón del equipo a un yugoslavo con muy malas pulgas, Ivan Brzic, que instruye con mano de hierro a una camada con muy buena pinta. “El míster al principio era muy autoritario, con una metodología, pero luego fuimos cogiéndole mucho cariño”, recuerda Enrique Martín Monreal, uno de aquellos muchachos que lograron el primer billete europeo para Osasuna. “Él me llamaba Castaneda, sin ñ, o Casta. Entonces siempre comíamos un caldo, pescado y carne, y él me decía: ‘¿Esto es comida de partido o una boda?’. Y yo le decía: ‘aquí se come así, entrenador…'”, evoca Javier Castañeda, zaguero elegante que procedía del filial del Real Madrid y encajó como un guante en el espíritu de aquel bloque.
Era 1985 y una carambola condujo a los ‘rojillos’ a la aventura continental. “Estábamos ya de vacaciones y nos avisaron, y recuerdo que el ‘presi’ nos dio una prima, aunque no muy alta, en su línea…”, cuenta Patxi Rípodas, centrocampista con siete pulmones que lideraba aquella hornada incandescente. Un triunfo contra la Real de Alberto Ormaetxea en la última jornada de Liga, con gol de Echeverría, situó al equipo sexto. A la vez, el Athletic y el Atlético accedieron a la final de Copa, confirmándose la buena nueva en Pamplona: sí, la temporada siguiente tocaría viajar, descubrir mundo y saborear el saberse entre los más fuertes.
Aunque sin ser un club habituado a jugar en Europa, Osasuna ha hecho que las noches europeas en su estadio, pero también lejos de él, sean especiales
PIPIOLOS EN IBROX PARK
De entrada, Osasuna aterrizó en Glasgow, donde le esperaban el 19 de septiembre los fornidos escoceses del Rangers. Un rival de pedigrí. “Yo tenía un problema de pubis y no pude jugar allí, así que les vacilaba a mis compañeros diciéndoles: ‘haced un buen resultado, que aquí ya lo solucionaré yo…'”, introduce Martín. “Eran como rocas. Se trataba de balón adelante y chocar, chocar y chocar”, aporta Castañeda. “Allá todo olía a fútbol. ¡Ellos eran unos hombretones y nosotros unos pipiolos! Hacían un fútbol muy directo y tenían a gente muy alta, así que estuvimos la mayor parte del rato en nuestra área, achicando agua”, añade Rípodas, que recupera un pequeño sobresalto de aquella expedición primigenia, cuando se disparó la alarma del hotel en plena noche, y una matinal de compras por el centro de la ciudad, aderezada con la visita a la ‘jaula’ del eterno rival, Celtic Park.
Por la noche, en Glasgow llovía a mares e Ibrox Park, con el césped completamente empantanado, rugía como de costumbre. 30.000 gargantas locales, según recuerdan las crónicas, y 300 de los navarros que se habían desplazado con pañuelos ‘sanfermineros’ al cuello. En un choque durísimo, de remar, remar y remar, decidió un remate de Patterson al saque de una falta botada por Burns en el minuto 54. Sin embargo, Osasuna se fue con un buen sabor de boca porque había atado en corto al desequilibrante Cooper y aguantado la embestida, mientras que el técnico Jock Wallace negaba cualquier pregunta a los enviados especiales y elogiaba al adversario: “Son un equipo muy luchador, muy batallador, que juega muy bien al fútbol. Peleaban y peleaban y no nos dejaban hacer nuestro fútbol”.
En la vuelta, el 3 de octubre, Osasuna diseñó una encerrona en toda regla. Luis Roldán, entonces delegado del Gobierno en Navarra, organizó un dispositivo con 450 policías en el estadio y la noche previa transcurrió entre cervezas y un ambiente festivo, aunque ocho supporters fueron detenidos. “Jugamos al 200%. Hicimos algo similar a lo que hace Osasuna hoy día: salir y asfixiar al rival, apretarle a fondo desde el principio. Fuimos a por ellos, sin especular”, precisa Rípodas, que igualó la eliminatoria a los once minutos al cabecear un centro de Martín, autor este del 2-0 definitivo en el 40′. “A un compañero le había comentado que si marcaba me subiría a la valla, como se hacía en Argentina… Y así lo hice, hay una foto preciosa abrazándome con la gente”, detalla Martín.
“Recuerdo esa noche contra el Rangers como la más inolvidable. Mira que en El Sadar hay ambiente siempre, pero como el de aquella noche, nunca. Fue terrible”
Fue una victoria febril, en una de las veladas más recordadas en Pamplona. “Recuerdo esa noche como la más inolvidable. Mira que en El Sadar hay ambiente siempre, pero como el de aquella noche, nunca. Fue terrible, porque ahora caben 17.000, pero entonces entraban 30.000 personas que estaban como sardinas; me río yo de la presión de ahora… Creo que a ellos, pese a estar acostumbrados a su estadio, les impactó mucho”, rememora ‘La Bruja’ de Campanas. “¡Fue una noche terrorífica! La gente se dejó la garganta y algo más”, valora Castañeda, en la retaguardia aquel día junto a Lekunberri y Purroy, y uno de los grandes activos de un equipo en el que también destacaban Biurrun, Mina, Bustingorri, Lumbreras, Benito, Orejuela o De Luis; también empezaba a asomar la cabeza un galgo llamado Jon Andoni Goikoetxea.
Posteriormente, la suerte deparó un cruce con el Waregem, en una eliminatoria que se resolvió por un palmo. Con menos entidad que el Rangers, los belgas completaron un magnífico trazado europeo aquel año, eliminando a un coloso como el Milan y cediendo únicamente ante el Madrid de ‘La Quinta del Buitre’, campeón de esa edición. “Nos quedamos a muy poquito de pasar, los tuvimos contra las cuerdas”, puntualiza Rípodas, ausente en la ida por una amonestación. “Debíamos haberles eliminado porque tuvimos muchas ocasiones, pero la pelota que debía entrar no entró y además el árbitro fue demasiado riguroso”, añade Castañeda.
En la ida, el 24 de octubre, Osasuna encajó un 2-0 -en el segundo gol, el balón rebotó desafortunadamente en Bustingorri- y Purroy falló un testarazo con todo a favor; en la vuelta había igualado en solo diez minutos, por medio de Orejuela y Sola, pero la euforia dio paso al desencanto: un remate cruzado de Veyt sentenció en el 62′. “Fue un día de pelea y pelea, pero se nos escapó por un pelo. Se nos hizo largo…”, lamenta todavía Rípodas. “Además, nos pitó un italiano [Luigi Agnolini] que no ayudó nada, por decirlo suavemente, y le anuló el 3-0 a José Luis [Orejuela]”, suma Martín. “En una de las porterías había un charco enorme y cuando ganábamos 2-0 un contrario tiró a puerta vacía, pero el balón se quedó en la balsa. Nos decíamos: si esto ya no ha entrado… Pero, al final, nos hicieron ese maldito gol”, añade.
ÁMSTERDAM O CAER CON CLASE
Cada vez más cohesionada, esa remesa de jugadores fue asentándose y creciendo para irrumpir en los 90 con más fuerza. Entonces, el estricto método de Brzic dio paso a la templanza de Pedro Mari Zabalza en el banquillo. Hombre de club, dio carrete a esos jóvenes y Ezcurra se rascó el bolsillo para incorporar algunos pluses. “Urban destacaba sobre los demás, pero nadie tenía aires de figura. Íbamos todos a una”, explica Ángel Martín González, otro madrileño pulido en ‘La Fábrica’ blanca que se integró como uno más.
“El equipo estaba más hecho. Ya no peleábamos solo por no descender, sino que en el vestuario ya existía el ánimo de mirar hacia arriba”, aprecia Miguel Sola, un llegador de buen pie que regresó tras la experiencia en Bilbao. “Osasuna toda la vida ha sido un equipo muy físico y yo volvía del Athletic, que a priori comparte el estilo, pero también me tuve que integrar porque o te subías al tren o no tenías nada que hacer ahí. Trabajábamos como jabatos. Cada uno tenía sus virtudes, pero había que dejarse el alma cada segundo”, comenta. “Estábamos más consolidados y ese año logramos el mejor puesto histórico [cuartos, al igual que en la 2005-2006] en la Liga”, interviene Iñaki Ibáñez, advenedizo en el 85 y en el 91 ya uno de los puntales. “Teníamos hambre y éramos una familia. No había broncas si perdíamos y estábamos muy identificados con la cultura del club. Fue la base del equipo que permaneció 13 o 14 años en Primera”, aprecia Castañeda.
En la 90-91, Osasuna guerreó como nunca antes lo había hecho y rubricó un 0-4 celestial en el Santiago Bernabéu. La temporada siguiente enfiló la UEFA con el ánimo combativo de siempre, pero con mayor empaque. Ya ejercían Pepín y los hermanos Larrainzar, Txomin e Íñigo; Merino y Martín Domínguez amasaban el cuero y acompañaron refuerzos como Aguilá, Stevanovic o Spacic, ese central alopécico que a veces se confundía de portería; y el polaco Urban, con el ‘7’ a la espalda, era el pura sangre que necesitaba el colectivo para rematar la idea solidaria.
Vieja Europa, aquí estamos de nuevo.
En esta ocasión, el punto de partida fue Bulgaria. El Slavia enredó en Sofía y viajó con un valioso 1-0 a Pamplona, pero en El Sadar la historia fue bien distinta. “Ellos eran bastante físicos, pero tenían dos o tres jugadores con buena pierna como Angelov, que al año siguiente lo fichamos. Allí no hicimos un gran partido, pero entonces el equipo era un poco como el de ahora, que pase lo que pase siempre da la cara. En la vuelta les arrollamos, les desarbolamos de arriba abajo”, señala Ibáñez, delegado de Osasuna en el presente y que en ese 4-0 (Cholo, Bustingorri -2- y Sola) tuvo que abandonar pronto el césped porque se le salió el hombro a los 14 minutos.
La del Rangers fue una victoria febril. Pero para exhibición, lo que ocurrió en Stuttgart
Al igual que Sola, también lesionado, no pudo actuar en la siguiente función: Stuttgart. Palabras mayores. En aquella época, todo un peso pesado de la Bundesliga, su futuro campeón, con Matthias Sammer abarcando campo como un panzer. “No podía jugar, pero quise viajar con los compañeros”, dice, mientras que a Martín González le tocó ‘bailar’ con el que cinco años después ganaría el Balón de Oro. “En Alemania hicimos un partido tremendo, y creo que ni ellos mismo pensaban que les iba a ocurrir algo así. Tras la ida [0-0], tal vez se relajaron un poquito y nosotros lo aprovechamos. Acabamos un poco metidos atrás, pero es uno de los recuerdos más bonitos que tengo como jugador”, rebobina.
La niebla envolvió el Neckarstadion en una noche verdaderamente gélida. Cuenta Ibáñez que las camas del hotel no tenían sábanas y que las declaraciones bravuconas de Christoph Daum fueron el mejor acicate. “Dijo que eran muy superiores y eso nos pinchó. Las leímos y pensamos: ‘estos van a tener que ganarnos, pero ganarnos de verdad’. E hicimos una exhibición al contragolpe. Y, claro, teníamo a Urban, que con terreno por delante era como un caballo desbocado, no había quien lo parase”, relata con orgullo en referencia a ese sorprendente 2-3 que heló a los alemanes. ¡Pim, pam, pum! 0-1: balón en profundidad a Urban, que deja atrás a la defensa en velocidad y bate a Immel con un tiro cruzado. 0-2: centro del delantero que remata Merino en el segundo palo, y la icónica celebración en el banderín que ahora reproduce su hijo Mikel con la Real. 0-3: latigazo de Urban desde la frontal. Luego, el mal rato de rigor. Buchwald y Sverisson aportan el suspense, pero Osasuna consigue derribar al gigante.
Sin embargo, luego llegó un mastodonte inabordable, el Ajax emergente de Louis van Gaal. 0-1 (27 de noviembre) y 1-0 (12 de diciembre), con el doble sello de un estilista llamado Dennis Bergkamp. “Era un escándalo”, le define Sola. “Un futbolista impresionante. He visto pocos jugadores con ese poderío, ese control de la pelota, esa fuerza arrancando… También estaban Blind, Roy, Jonk, Frank de Boer, Winter… Se me quedó grabado. Eran rápidos, eran fuertes, eran técnicos. Lo tenían todo. Ahí había más de media selección holandesa, así que tiene mucho mérito lo que hicimos”, observa Martín González. “Jugaban de memoria, muy abiertos y con mucho control, pero de tres cuartos en adelante eran pura verticalidad”, radiografía Ibáñez, que se detiene en una anécdota.
Osasuna compitió de principio a fin contra el Ajax, enganchado todo el rato a una eliminatoria decidida en dos chispazos majestuosos de Bergkamp. Puestos a caer, mejor hacerlo con clase, ¿no?
En lugar de Ámsterdam, con el vetusto De Meer cerrado a cal y canto, el duelo de vuelta tuvo que disputarse en el Rheinstadion de Düsseldorf, donde el frío hacía estragos. “No teníamos botas para jugar en un campo tan duro, así que por la mañana tuvimos que ir a comprar unas tipo turf”, describe el exjugador. “El día antes les espiamos en el entrenamiento y veíamos todo normal, pero cuando salimos nosotros parecíamos patos. La hierba estaba helada y no nos teníamos en pie. Por suerte pudimos comprarlas, pero acabamos todos con unas ampollas tremendas”, acompaña Martín González, quien incide en que Osasuna compitió de principio a fin, enganchado todo el rato a una eliminatoria decidida en dos chispazos majestuosos de Bergkamp. Puestos a caer, mejor hacerlo con clase, ¿no?
Ahí, en los octavos, terminó el romántico trazado ‘rojillo’. Ese Ajax lisérgico se adueñó de aquella UEFA derrotando en la final al Torino de Scifo, Lentini y Martín Vázquez, y tres años más tarde, en 1995, conquistaría con su osadía pueril la Champions. Mientras tanto, Osasuna sigue recordando esas expediciones europeas como una genuina obra de autor, modesta pero única. Y ahí quedarán para siempre esas incursiones.
Ay, querida Europa. Quién te pillara otra vez…
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