La cuenca de Durham, en el noreste inglés, alimentó la industria acerera y minera inglesa durante más de un siglo y medio. Hasta que se secaron las tripas de la tierra y los pozos cerraron. Poco quedaba por hacer más que bajar las persianas, pellizcar los subsidios y ponerse a mirar las nubes grises sobre el polvo negro del carbón agotado. Pero en Sunderland, por ejemplo, encontraron soluciones con cierta originalidad y optimismo para urbanizar y revivir algunos de esos viejos yacimientos: levantar encima de las antiguas instalaciones de la mina un campo de fútbol, como el Stadium of Light, inaugurado en 1997 sobre el pozo abandonado de Monkwearmouth Colliery, la que fue gran mina de Sunderland y marcó el acento obrero de la ciudad. De allí salió carbón durante casi 160 años, pero bastaron diez meses para que ese terreno escupiera oro: los 30 goles que marcó Kevin Phillips y que le invistieron como el primer y único conquistador inglés de la Bota de Oro de toda la historia del fútbol.
La película de esa gesta, aumentada por el contexto en el que la consiguió Phillips, con un equipo recién ascendido el Sunderland y siendo un futbolista debutante en la Premier, se mantiene en los archivos del club como una de las más especiales y carismáticas de su tradición. La proeza también la potenció el prestigio de los artilleros abatidos en toda Europa: Ruud Van Nistelrooy (PSV), Thierry Henry (Arsenal), Mario Jardel (Oporto), Raúl (Real Madrid), Alan Shearer (Newcastle), Andriy Shevchenko (Milan), Hasselbaink (Atlético), Hernán Crespo (Parma), Batistuta (Fiorentina), Sonny Anderson (Lyon) o David Trezeguet (Mónaco).
“Phillips venía canijo. Cuando apuró sus últimas hormonas del crecimiento, se quedó en metro setenta. Eso eran menos de seis pies. Y en Inglaterra nadie podía ser delantero con menos de seis pies”
Todo arrancó dos temporadas antes. Kevin Phillips había llegado al Sunderland que buscaba escapar de la First Division desde el Watford de la Second Division. No había mucha expectativa concentrada en su figura. Había sufrido problemas con lesiones y, en cierto modo, el Watford se lo quitó de encima por poco más de trescientas mil libras. Phillips había nacido el 23 de julio de 1973 en Hitchin, cerca de Luton, y crecido como futbolista en las etapas infantiles del Southampton. Siempre pedía jugar de delantero, pero los entrenadores, más los ingleses, esa especie durante tantos años determinada por la anatomía de sus futbolistas, lo ponían de lateral derecho. Porque Phillips venía canijo. Cuando apuró sus últimas hormonas del crecimiento, se quedó en metro setenta. Eso eran menos de seis pies. Y en Inglaterra nadie podía ser delantero con menos de seis pies.
Pero Phillps fue en su día un delantero terriblemente listo. No tardaría mucho en demostrarlo en el Stadium of Light: a mitad de temporada, rompió a golear y triturar los registros del mítico Brian Clough, el mejor atacante que el Sunderland había disfrutado después de la Segunda Guerra Mundial. Cerró el año con 31 goles en 46 partidos. El ascenso se escapó en la promoción, pero no lo haría un año después. Phillips se había roto un dedo y pasó cuatro meses parado. Cuando regresó, soltó la metralla: acabó la temporada con 23 goles en 26 partidos. Inglaterra se frotaba los ojos. Keegan lo llamó para que debutara con la selección en Hungría. Era el delantero del momento y aún no había pisado la Premier. Rodney Marsh, casi tan retorcido como buen delantero en su etapa de futbolista, sacó la siguiente conclusión de su bola de cristal: “Kevin Phillips no marcará más de cinco o seis goles en la Premier“. Marcó 30. Debutando. Y enero ya subía por los 20. Goles que sirvieron para que el Sunderland labrara un año notable, con una primera vuelta imponente, y clausurado con el séptimo puesto. Rozando Europa, una de sus mejores clasificaciones en décadas y confirmándolo como revelación del curso en Inglaterra.
Los 30 de ‘Super Kev’
Phillips fue bautizado como ‘Súper Kev’ y compuso con Niall Quinn una sociedad ilimitada. A los treinta goles de Kevin se le unieron los 14 del veterano irlandés: en total, 44 de los 57 marcados por el Sunderland ese año, un 77% de dependencia del que fue el mejor dúo de Inglaterra. Quinn se alzaba desde sus pies como una grúa. Medía 1,93 y todo en él era esencialmente británico: sus movimientos rígidos y desacompasados, su estilo aéreo, confuso y desapacible, y un espíritu combatiente. Nada que sorprendiera en un futbolista que hasta los 16 años había jugado al fútbol gaélico. En todo caso, Phillips encontró en él un aliado perfecto. Y, en cierto modo, lo necesitaba para subsistir. Nunca alcanzaría los niveles de juego y gol alcanzados junto a Quinn cuando se separó definitivamente de él.
Phillips era un delantero mortal a la espalda de los troncos que crecían en las defensas inglesas. Rápido, vivo y astuto. Su intuición en el área, además, le permitió sobrevivir en muchos duelos aéreos. Phillips medía 1,70, mucho menos que cualquier central británico de la época, pero cabeceaba como un especialista. En realidad lo era, no remataba arriba por centímetros sino por inteligencia. Pocos delanteros explotaron la sospecha de que hubo un tiempo no muy lejano en el que lo centrales locales eran grandes, pegajosos y contundentes pero que casi siempre defendían mal. Phillips acentuaba esa percepción, con un juego animado por la naturaleza de aquel Sunderland entrenado por Peter Reid: choques, balones cañoneados, centros de Nicky Summerbee, prolongaciones de un Quinn que mediapunteaba y carreras de ‘Súper Kev’. Les fue bien.
El gol que brindó la primera victoria contra el irreconciliable Newcastle desde 1979, su chilena al Coventry, el hatt trick en Pride Park frente al Derby County, su exhibición frente al Chelsea en un partido memorable y culminado con un golazo a una escuadra de Edwin De Goey, los dos zarpazos que empataron la ventaja del Newcastle en Sunderland y que provocaron una pequeña invasión de campo y el gol número 30, al West Ham, en la penúltima jornada… Instantes inolvidables junto a la orilla del río Wear.
Una producción que le dio a Phillips el trofeo de máximo goleador de la Premier, destacándose sobre los 23 de Alan Shearer. Otra pequeña conquista para Sunderland. Mientras, en Europa, (30 goles y 60 puntos) se calzaría el botín dorado, aventajando a Van Nistelrooy (29 y 58) y a Mario Jardel (38 y 57). Nunca más ‘Súper Kev’ puliría unas cifras así en la Premier. Abandonó tres años después el Sunderland y ahora sigue batallando las redes, cuando puede, con 40 años, en el Leicester. Con el recuerdo de que fue el primer gran héroe del Satadium of Light, el hombre que sacó oro de la vieja mina de Monkwearmouth Colliery.