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Olympiacos y el derecho a celebrar

Gracias a la gesta de Olympiacos en la Conference League, el fútbol griego ya tiene su primer título continental de clubes. Un país marcado por la rivalidad entre sus equipos... que ahora comparten un hito del que presumir

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Supporters of Olympiakos FC celebrate after their team won the UEFA Europa Conference League final football match against Fiorentina, in Athens on May 29, 2024. (Photo by Aris Oikonomou / AFP)

Los griegos no destacamos particularmente por nuestra puntualidad. Se podría decir que hemos contribuido un poco a la creación del cliché infantil de la respuesta “voy saliendo”, mientras el teléfono se va oxidando encima de la tapa del bidet, al lado de la ducha. El miércoles 29 de mayo, sin embargo, a los aficionados del Olympiacos no les quedaba otra que ocupar su asiento y contar los minutos hasta la aparición de su equipo, que les había tendido una invitación histórica: la de su primera final europea, en su propia ciudad, contra una Fiorentina que venía a vengarse por la final anterior, reforzada por una racha imbatible en la competición.

Los primeros trenes con destinación la modesta estación de Perissos, sin paradas, estaban programados para salir a las 18:30h, pero la zona alrededor del punto de encuentro fuera de la cancha de baloncesto del Olympiacos ya se estaba llenando horas antes. Ultras, familias con niños, ancianos y personas con movilidad reducida, perfectamente mezclados, intentaban contener los nervios. Siendo empujados hacia la escalera que conducía a los andenes, un hombre de 40 años me contaba cómo había viajado por todo Europa para apoyar al equipo en sus peripecias en Roma, Coruña o Ámsterdam. Nunca había imaginado que podría vivir semejante experiencia y menos en territorio nacional. Acabamos menos amontonados de lo que esperábamos en un vagón, en la megafonía del cual sonaba el himno del equipo y la voz del conductor que daba el tono a los cánticos de los miles de pasajeros rojiblancos. La brisa que entraba de las ventanillas y se mezclaba con el sudor de los pasajeros, terminó creando un extraño olor a optimismo.

 

Contra el hartazgo, la miseria y la vida estrictamente calculada que demanda la dura realidad, parte de los aficionados griegos salieron a festejar sin escrúpulos un trofeo que al principio de la temporada parecía un disparate

 

Caminar entre calles llenas de murales del AEK de Atenas, en el barrio donde la gente vive y vibra con un oponente histórico del Olympiacos, fue como una proyección, quizás algo utópica, de un futuro diferente. Un futuro anhelado por algunos que en el pasado tuvieron la oportunidad de ver las caras de los del otro lado, tanto en sus victorias como en sus derrotas. El fútbol griego se va vaciando de emoción, carente de rivalidades intensas pero a la vez respetuosas. Al pasar uno de los numerosos controles de seguridad, la imponente águila bicéfala, símbolo transcendental del AEK, daba una bienvenida contundente a los visitantes griegos e italianos. Los tifosi ‘viola’ venían a montar una fiesta por lo que la suerte les había robado. Lo lograron en parte, bailando con brío y sorprendiendo a una de las gradas más poderosas del mundo.

Lo que trascurría en el terreno de juego parecía algo condicionado por la narrativa que acompañaba este partido de coincidencias únicas. El Olympiacos lo intentaba con Podence pero se encontraba con la experiencia de Terracciano, un portero que había jugado más partidos en ligas inferiores en Italia antes de proteger la red de la Fiore. En la otra portería, Tzolakis seguía parando todos los intentos de los atacantes del equipo contrario. Lo había hecho ya bloqueando penaltis de Tadic y Under en la tanda contra el Fenerbahce en los cuartos de final y lidiando con la furia intermitente de Watkins, Diaby y Bailey en las semis. Dedicar aún más líneas a la transformación del Olympiacos desde la llegada de Mendilibar sería probablemente innecesario, pero su decisión de dar la titularidad a un joven de 21 años nada más llegar es la prueba de que entre las arrugas del vasco se almacenan datos futbolísticos que los algoritmos no han alcanzado a descodificar. Y cuando la fibra de una final ilusionante se empezó a desgastar entre pelotazos y todo apuntaba a la resolución frustrante de los penaltis, apareció el protagonista de la competición. El marroquí Ayoub El Kaabi entró de puntillas al area de los italianos, como entró en el fútbol europeo el año pasado, y cuatro minutos antes del pitido final regaló a los del Pireo el momento con el que solo tenían derecho a fantasear hasta entonces.

 

Un joven aficionado de PAOK de Salónica celebró el titulo con los jugadores del Olympiacos: “No soy el Giannis del PAOK, soy el Giannis de todos los equipos”

 

“¿Ya ha salido el bus?”, me preguntó un joven sin camiseta subido a una scooter que no debería estar permitida en las calles de una capital europea. El espíritu de la fiesta todavía habita en las almas de cientos de miles de personas de cualquier edad, que buscan una redención indefinida a través del fútbol. Contra el hartazgo, la miseria y la vida estrictamente calculada que demanda la dura realidad, parte de los aficionados al deporte más popular salió a festejar sin escrúpulos la conquista de un trofeo que al principio de la temporada parecía un disparate cinematográfico. Es solo una Conference League, han dicho los que permiten que la amargura y la toxicidad impregne momentos como este; los griegos tampoco destacamos por nuestra capacidad de celebrar la felicidad del prójimo. No se me ocurre mejor respuesta que la maravillosa declaración de un joven aficionado de PAOK de Salónica que celebró el titulo con los jugadores del Olympiacos: “No soy el Giannis del PAOK, soy el Giannis de todos los equipos”.

 


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Fotografía de Getty Images.