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Milán se pone gótica

Las catedrales se construyen para la eternidad. Para quien las tema o las adore, siempre estarán ahí. Pero San Siro no es un 'duomo' porque no durará para siempre

Del Duomo de Milán me impresionó el aspecto afilado de sus pináculos. Sus formas me parecieron severas, peligrosas, una sensación a la que contribuía un episodio reciente que se había vivido pocos meses antes en esa misma plaza que yo pisaba. El rostro de Silvio Berlusconi ensangrentado no se olvida fácilmente. El poco creíble cutis del primer ministro se humanizó de golpe. Del golpe que le asestó un hombre armado con una miniatura de la catedral.

En el escenario del crimen comenzaba nuestra visita a Milán un día de septiembre de 2009. Habíamos llegado esa mañana, regresábamos en el primer vuelo de la siguiente. Por una vez, lo que nos empujaba a Italia no era el arte ni la mesa, sino el fútbol. Había Champions League en San Siro, jugaba el Inter, y yo tenía una entrada en la cartera y el acento del rival en mi italiano impostado. Aun así, no percibía hostilidad alguna. Claro que la capital de la Lombardía está partida en dos. Conservo todavía la nota que me entregó un motorista en medio del tráfico infernal, en la que afirmaba en dos palabras que aborrecía al Inter. También recuerdo el castellano de un milanés que se presentó como juventino. Pero lo más agradable fue poder conversar apaciblemente con seguidores del Inter. Será que en Italia, cuando brilla el sol, es norma vivir y dejar vivir.

La tarde, plácida (a Milán se llega sin la presión ‘stendhaliana’ que uno siente al caer, pongamos, en Florencia), avanzaba, así que tomamos el metro. Fue entonces cuando empezaron las sorpresas. Con el atardecer, el ambiente se transformó como un hombre lobo. Primero, la soledad: ¿dónde se habían metido los nuestros? A un lado y otro, solo ‘neroazzurri’. Sus cánticos retumbaban en el vagón, imponían respeto. Llegamos, y dos antidisturbios nos apartaron de la multitud. Al parecer, los visitantes tenían sus propios transportes. Nos habíamos dejado llevar. Pero Italia se ponía gótica: era también de noche cuando le partieron la cara a ‘Il Cavaliere‘.

No llenamos la grada visitante, pero qué poco mediterráneo hubiera sido hacerlo en una fase de grupos. El asunto acabó 0-0, así que no hablaremos del partido, sino de la fascinación que le despierta el Giuseppe Meazza al que lo contempla por primera vez. ¿Cómo un templo? No del todo. Las catedrales se construyen para la eternidad. Para quien las tema, las adore, las estudie o las use como arma, siempre estarán ahí. San Siro ya sabe que no es un duomo porque no durará para siempre. El fútbol hoy no es religión, pues se articula en futuro, nunca en pasado. Al menos, cuando lo tiren abajo, podré contar que lo viví. Que estaba de los nervios al caracolear por sus torres. Que se me pasó el susto al sentir su vértigo subido a su asiento más alto.

Supimos lo que era una noche europea en Milán y nos marchamos ordenadamente, escoltados, con gritos en italiano como hilo musical. En un autobús y en un metro, está vez sí, sellados. Única y última parada, Duomo. Al salir de la estación, la plaza había mutado, y dormía como una bestia cansada. Ya despuntaba el sol cuando llegamos al aeropuerto.

 

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Fotografía de Imago.