Este reportaje está extraído del #Panenka90, publicado en noviembre de 2019, que sigue disponible aquí
Nadie sabe qué le pasó a Roni Calderon. Y si alguien lo sabe, opta por mentir o colgar el teléfono cuando se le hace la pregunta. Durante años se han ido esparciendo rumores: hay quien dice que lo vieron rondando la casa de sus padres; otros dicen que lo adoptó una comunidad ultraortodoxa de Nueva York y que se esconde tras una barba en Borough Park; algunos juran que un señor de la droga sudamericano lo asesinó hace tiempo y que su cuerpo nada por el río Hudson.
Nacido en Tel Aviv en 1952, Roni se crio con su abuela en Kerem HaTeimanim, un barrio del sur de la ciudad que en los viejos tiempos vio nacer música underground y a algunos de los mayores malhechores de Israel, pero que hoy la gentrificación ha reducido a una zona de restaurantes de humus. Uno de los que lo apadrinó en sus inicios futbolísticos en el Hapoel Tel Aviv fue Haim Nurieli, casi diez años mayor y ya integrante del primer equipo. Los excompañeros del joven Calderon cuentan que en su adolescencia vivía a un ritmo frenético, que era incapaz de sentarse. Él mismo contó que a los diez años ya daba 400 toques seguidos al balón y, cuando pasó a formar parte de las inferiores del Hapoel, alcanzaba los 1.000. Siendo un adolescente, el Hapoel lo hacía jugar en varias categorías a la vez, y se desplazaba de un campo a otro con taxis pagados por el club. Pero aun controlando el balón mejor que sus compañeros, no era capaz de controlarse a sí mismo. Así, su primera suspensión le llegó como juvenil. Ocurrió después de que acudiera tarde a un partido amistoso contra el Maccabi Jaffa. “El entrenador nos citó a las 10 de la mañana -explicó Calderon en una entrevista en el periódico Hadashot Hasport-, pero llegué pronto, así que fui a ver a otro equipo del Hapoel y aparecí 20 minutos tarde. El técnico se enfadó y me expulsó. De vuelta a casa, vi a unos amigos que iban a jugar con el equipo del barrio. Me dijeron que no llegaban a once. No me lo pensé dos veces y me fui con ellos. Di un gran espectáculo y alguien de la grada me reconoció. La federación me suspendió durante seis meses”.
Sin Calderon, ese Hapoel iba bien encaminado para ser campeón, pero con él era mucho más ‘brasileño’. Su asombrosa capacidad para driblar quedó enseguida demostrada, pero también que a sus entrenadores no les resultaría fácil lidiar con su comportamiento fuera del campo. “Tengo un buen disparo desde la distancia”, dijo Calderon en una entrevista, “pero siempre prefiero volver a regatear a mi defensor”. En un derbi contra el Maccabi de Tel Aviv, un defensa le acabaría haciendo una aparatosa entrada. Calderon lo persiguió y le dio un puñetazo. Recibió un mes de sanción. Allí donde Calderon triunfaba, Roni hacía algo que lo hundía.
EL REGATE A UN SOLDADO
Al final de la primera temporada de Calderon en el Hapoel (1968-69), el Beitar de Jerusalén visitó el estadio Bloomfield para un encuentro que siempre ha sido más político que deportivo. Cuesta encontrar a dos personas que acudieran al campo ese día y describieran lo que pasó de la misma manera. Solo coinciden en el resultado: un estadio en ruinas, desmantelado, y una victoria para el Hapoel. Unos hechos que se han convertido en uno de los mayores mitos en la historia del fútbol israelí, por mucho que no se hayan podido probar -o quizá, precisamente, debido a ello-.
El fútbol israelí de la época era bronco, los defensas lucían bigotes frondosos y pintas de tipos duros. No sabían cómo enfrentarse a figuras como Roni. Estaban acostumbrados a saltar al campo con espadas y antorchas, y Calderon llegó con una guitarra eléctrica. Eso solía provocar batallas campales sobre el terreno de juego, unas peleas que inspiraban a Calderon. “Sin esa tensión, no podría jugar. Es lo que me impulsaba”, decía. En aquel partido contra el Beitar, Calderon hizo que los nervios se trasladaran también a la grada, y de ahí, regresaran al campo. Con 3-1 a favor, mientras driblaba en dirección al fondo norte del Bloomfield, un aficionado del Beitar vestido con uniforme de soldado, escopeta al hombro, saltó al campo y empezó a perseguir al número ’14’. La leyenda dice que Calderon logró engañar y driblar al soldado, y según varias versiones, también le hizo un caño. Segundos antes de que Calderon marcara el cuarto gol del Hapoel, la valla que separaba a los aficionados del Beitar del campo se vino abajo y les dio vía libre para saltar al césped y quemar y desmantelarlo todo.
Varios periódicos eligieron a Calderon como mejor jugador de la temporada, aunque se había pasado la mitad del curso sin jugar. Su estatus de estrella, con apenas 17 años, ya era indiscutible. Tras asociarse con Avraham Pashanel, el representante de talentos más famoso del show business israelí, Calderon aceptó buscar un nuevo destino en Europa sin pensárselo dos veces -como haría en tantas ocasiones-. Pero según las normas de la federación israelí, un jugador que quisiera competir en el extranjero entraba en una situación de bloqueo que lo tenía durante uno o dos años sin jugar hasta ser ‘liberado’. Calderon inició el proceso, pero luego descubrió que el famoso promotor no tenía ningún plan. Intentó retractarse, pero tuvo que pasar un periodo de enfriamiento de seis meses. En sus dos temporadas en el Hapoel, pues, apenas jugó los partidos correspondientes a una sola campaña. Pero se convirtió en leyenda. Sin embargo, con la selección, los problemas disciplinarios lo apartaron de la Copa del Mundo de 1970 y de los Juegos de Montreal’76.
Sí que viajó con el combinado juvenil a los Países Bajos en marzo de 1970, en lo que supuso un punto de inflexión inimaginable en su carrera. Allí, Israel perdió en un partido de entrenamiento celebrado ante escaso público. Unas semanas después, cuando un representante de la aerolínea neerlandesa KLM llegó a casa de Calderon para invitarlo a hacer una prueba en el Ajax, se supo que, entre los pocos espectadores que había en las gradas, estaba el técnico Rinus Michels. Calderon, delgado y pequeño, tenía un físico distinto al del arquetipo holandés, y el juego que practicaba no era ni mucho menos ‘fútbol total’ -el concepto ‘defensa’ le era totalmente ajeno-. Pero Michels vio algo en él.
LA GRAN ESTAFA HOLANDESA
Lo que hoy suena a cuento de hadas -un jugador israelí en el Ajax más grande de la historia- parecía en los años 70 una ficción absoluta. “Cuando llegó, yo estaba en el equipo infantil” -explica David Endt, que ha ocupado casi todos los cargos posibles en el Ajax en todo este tiempo-, “pero recuerdo la sorpresa cuando anunciaron su llegada. Los medios de comunicación lo definieron como una estrella que iba a cambiar el futuro del club. Junto al hecho de que era israelí, y siendo el Ajax considerado un equipo judío, todo parecía encajar. Nos resultaba muy exótico. Con su pelo rizado y su piel morena, nos parecía alguien venido de Sudamérica”.
Calderon llegó a Ámsterdam acompañado de Nurieli. Cuando el presidente del club, Jaap Van Praag, lo invitó a firmar un contrato de dos temporadas, Calderon solo tenía una condición: si lo querían en el equipo, tenían que fichar también a su compañero. De algún modo el Ajax accedió a que Nurieli entrenara con el equipo y jugara con los reservas mientras, al mismo tiempo, representaba a Calderon. Tras firmar, el Ajax descubrió otra sorpresa: la federación israelí les informó de que Calderon no iba a poder jugar en partido oficial porque las normas federativas lo obligaban a seguir parado una temporada. El Ajax deseaba a Calderon lo suficientemente como para esperarle, y le dejó entrenar con el equipo mientras pagaba su sueldo y el de Nurieli. “Cada primer día de mes, dos sobres nos esperaban en las oficinas. Uno contenía 60.000 florines y en el otro habían 30.000. Ni los banqueros ganaban tanto”, dijo Nurieli en una entrevista con el periódico Maariv. El hecho de que no pudiera jugar un partido oficial hizo que Calderon pudiera conocer las otras caras de Ámsterdam. “Lo reconocían en todos lados -contaba Nurieli-, íbamos a una discoteca y anunciaban nuestros nombres por los altavoces. Una vez alguien le dijo algo, él contestó y, antes de que empezara la pelea, llegó la policía y nos metió a todos en el coche. Les enseñé varios documentos acreditativos del Ajax a los agentes, que entraron en pánico. Nos pidieron perdón y abofetearon a los otros dos tíos. Tampoco reparábamos en gastos: entrábamos en las tiendas y nos gastábamos 500 o 1.000 dólares sin pensar”.
Cuatro meses después, en octubre de 1970, el Ajax recibió una nueva notificación por parte de las autoridades israelíes. Esta vez, a Calderon lo reclamaban para que hiciera el servicio militar, obligatorio para todos los israelíes de 18 años. Hoy, a sus 70 años, Nurieli afirma que el ejército arruinó la carrera de Calderon y, probablemente, también su vida. En vez de jugar en aquel Ajax campeón de Europa de 1971, Calderon ingresó en una prisión militar por deserción.
En el conjunto ‘ajacied’ no solo había dejado sueños e historias; también deudas. Según el club, fueron varios los que denunciaron que Calderon y Nurieli habían comprado productos prometiendo que el Ajax cubriría los gastos. Van Praag no sabía nada al respecto. Unos años después, Calderon dijo: “Otro habría hecho lo máximo para quedarse en el Ajax. Yo hice lo máximo para que me echaran. Solo quería saber hasta dónde podía llegar. Era mi único objetivo”. Cuando salió de la cárcel, el presidente del Hapoel lo citó para reunirlo con el comandante encargado de la base militar. A cambio de dos entradas para los partidos del Hapoel de cada sábado, el oficial le buscaría una tarea lo suficientemente cómoda para que pudiera entrenar. Tras llegar a un acuerdo, el jugador dijo que estaba aburrido y abandonó la sala. Unos minutos después, volvía a estar camino de prisión. Cuenta la leyenda que, al cruzarse con un coronel, le dijo: “Oficial, cuando vea a Roni Calderon, salude”.
Dejó Israel para montar un negocio en Brooklyn. Cuando regresó al país, lo hizo esposado
DEL FÚTBOL AL CRIMEN
En los años siguientes, como en los anteriores, Calderon tuvo dificultades para completar temporadas enteras en un solo equipo. Volvió a mirar hacia el Ajax, pero Van Praag no estaba dispuesto a escucharle, y el futbolista optó por acercarse al gran rival, el Feyenoord. El entrenador Ernst Happel había visto a Calderon en un partido contra el Hamburgo y quiso firmarlo. El Feyenoord llegó a aceptar pagar los 12.000 florines de deuda que había dejado en su anterior experiencia en los Países Bajos. Pero el hecho de que ya hubiese jugado para el Hapoel ese curso le impidió tomar parte de nuevo en un partido oficial. Su nuevo destino sería el FC Paris, donde jugó solo tres partidos. “El entrenador quería que jugara de centrocampista defensivo. Yo le dije: ‘Muy mal, para ti y para mí’. Y me fui”, contó el propio futbolista.
Su retirada nunca se anunció. En 1977, a los 25 años, Calderon se marchó en silencio de Israel y abrió una tienda de zapatos en Brooklyn. Cuando volvió a su país, en 1982, lo hizo esposado. Un año antes, un traficante de drogas americano había sido arrestado en el aeropuerto de Tel Aviv con dos kilos y medio de heroína en su maletín. Confesó durante la investigación que Roni le había asegurado que le ayudaría a producir una película de acción. Calderon, al parecer, era miembro de una banda neoyorquina que se dedicaba a falsificar tarjetas de crédito y que había robado ya más de un millón de dólares. Con el dinero, el grupo compraba drogas e intentaba traficar con ellas. Fue extraditado a Israel y sentenciado a diez años de cárcel. Pero Roni nunca cumplía con todos los términos de un contrato, por lo que, en junio de 1985, durante un permiso, y con la ayuda de un pasaporte falso, voló hasta Grecia y, desde allí, a Brasil.
Ese verano, en Sao Paulo, Calderon conoció a una modelo llamada Persia. Se presentó como ‘John’, y le ofreció 5.000 dólares creyendo que era una prostituta. La policía los acabaría arrestando a ambos, y se casarían en prisión. En una entrevista publicada en el diario Yedioth Ahronoth, Persia reveló cómo el exfutbolista se había acabado convirtiendo en el mayor traficante de Brasil. “Una vez fuimos a visitar a un amigo. De repente, un coche se cruzó en nuestro camino y dos personas salieron gritándole que parara. Se identificaron como policías y le dijeron que estaba arrestado. Roni me dijo que no me preocupara y que llevara a uno de los policías a casa de un amigo, donde encontraría 2.000 dólares que le entregaría al agente. Lo hice, e inmediatamente lo soltaron. Cuando le pregunté a Roni por qué lo iban a arrestar, me contestó que era debido a su condición de inmigrante ilegal. Ese día me di cuenta de que, con su dinero, podía hacer lo que quisiera en Brasil”, explicaba en la entrevista.
Después de cuatro meses viviendo en Sao Paulo, Persia supo que Roni había desparecido. Uno de sus socios acudió a su apartamento y le dijo: “Ahora veremos si realmente lo quieres o se trata solo del dinero”. Le pidieron, y ella lo aceptó, que viajara a Roma y le entregara un pasaporte falso a su amante. Con su nuevo pasaporte escondido en la ropa interior, Persia se encontró con Calderon, que ahora usaba bastón y gafas con cristales gruesos, una imagen ante la que ella no pudo evitar reír. Tras pasar la prueba, le rebeló de dónde procedía su sustento: era contrabandista de heroína desde su etapa como jugador.
En octubre del 86, la policía federal arrestó a Calderon, que poseía un carnet de identidad paraguayo con el nombre de Ronaldo Ventura Silviera. La prensa brasileña publicó una foto de policías de Sao Paulo junto a cientos de kilos de cocaína, la mayor cantidad incautada en el país hasta ese momento. La banda liderada por Calderon compraba las drogas en Bolivia, las preparaba en Brasil y, con una flota de cinco aviones, transportaba el equivalente a cinco millones de dólares cada mes. Calderon fue sentenciado a 32 años de cárcel. En el penal, jugaba al fútbol con el resto de reclusos y tomaba whisky con el director de la prisión. En 1994, a los 42 años, lo transfirieron de un centro de alta seguridad a uno abierto, del que los presos se marchaban temprano y volvían por la noche para dormir. Una mañana, en septiembre de ese año, se fue a trabajar y no volvió nunca más.
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Ilustración del Sr. García