El Palermo ya nació asimilando que el fútbol también podía ser ingrato. Uno de sus fundadores, el inglés Joseph Isaac Whitaker, un ornitólogo y arqueólogo con buena vista para los negocios, propuso que los colores del equipo correspondieran al rosa y el negro, el color de dos bebidas de aperitivo producidas por su familia, una de las más acomodadas de una ciudad conocida por entonces (principios del siglo XX) como una París sureña que olía a jazmín. La camiseta sería rosa, como el rosolio, licor rosa y muy dulce, perfecto para celebrar las victorias.
El color del pantalón sería negro, como el áspero licor amaro, aliado ideal para encajar las derrotas. Hoy en Palermo sólo algunos monumentos y avenidas recuerdan a París, y el olor a jazmín se ha eliminado con los efluvios del tráfico y el urbanismo desmedido. Pero motivos sobran en el estadio de la Favorita para seguir bebiendo amaro. En una sola semana la afición se ha enfrentado a dos disgustos: el descenso a Serie B del Palermo, víctima de los manotazos presidencialistas del presidente Maurizio Zamparini, y a la caída en desgracia del gran ídolo Fabrizio Miccoli.
Esta semana, con el descenso en carne viva, el valeroso periodista Salvo Palazzolo, cronista de mafia en la Repubblica de Palermo, ha ido desgranando los lazos de unión entre el goleador y capitán del Palermo con el entorno mafioso. Una relación susurrada en mercados como el bullicioso Ballarò, referente de contrapoder laico frente a los confesionarios de la iglesia, donde era habitual hablar de la amistad entre Miccoli y Mauro Lauricella, hijo de Antonino Lauricella, alias ‘U Scintilluni‘ (‘el hombre que brilla’ en dialecto siciliano), detenido el año pasado y ‘boss’ de la céntrica Kalsa, barrio árabe de Palermo. Miccoli nunca ha negado tal relación, probada incluso en enternecedores videos en youtube, y Mauro a efectos legales está limpio, sin antecedentes y sin vínculo alguno con la malavita.
No obstante, la policía y la magistratura no han perdido nunca esa conexión, sobre todo después de que en diciembre se averiguara que Miccoli encargó a Lauricella que negociase la recuperación de algunos créditos relativos a una sociedad que gestionaba una discoteca en Lecce, localidad natal del jugador, de 33 años. La novedad aportada por Palazzolo ha sido que en manos de Miccoli habían caído cuatro tarjetas telefónicas “limpias”, y que una de ellas, para alerta de las autoridades, fue entregada a Lauricella Jr.
Esta misma semana desde la delegación de la Repubblica ha emergido otra revelación. Un pinchazo interceptó a Miccoli avisando a Franceso Guttadauro de que no acudiese al entrenamiento del equipo “perchè ci sono degli sbirri nuovi” (porque hay nuevos policías). Guttadauro, sin antecedentes como Lauricella, es sobrino de Matteo Messina Denaro, fugitivo desde 1993 y actual número 1 de la Cosa Nostra tras las detenciones en 2006 y 2007 de los dos capos supremos de la organización: el corleonés Bernardo Provenzano y Salvatore Lo Piccolo. La exclusiva ha causado un fuerte revuelo en la sociedad palermitana que ha llegado hasta Sonia Alfano, presidenta de la Comisión Antimafia Europea, que ha censurado la actitud de la estrella del Palermo. Hasta el presidente Zamparini ha señalado que lo mejor para Miccoli será “cambiar de aires” y le aconsejó que, con 33 años, puede firmar un último gran contrato en alguna liga de los Emiratos Árabes.
A pesar de que no hay probada ninguna ilegalidad, las relaciones de ‘el Romario del Salento’ han disgustado porque, desde su posición de “fantasista” e ídolo del Palermo, se le tenía como un referente para los más jóvenes. En el Panenka 01 se destacó incluso una historia personal del delantero, simpatizante del partido comunista, con la población de Corleone, que lucha por quitarse de encima la fama de ser la cuna armada de la Cosa Nostra. Miccoli dedicó un gol a la pequeña localidad desde la que Totò Riina llegó a dominar el país. Un gesto que emocionó a las autoridades y asociaciones antimafia locales. Le invitaron a conocer Corleone y le concedieron la ciudadanía honorífica, en una fiesta que engalanó a la ciudad y en la que Miccoli no pudo escapar del marcaje de los chavales más jóvenes, obnubilados con la presencia del goleador.
No habrá amaro suficiente en Palermo para digerir la doble decepción del descenso y el desencanto por el adiós por la puerta de atrás de Miccoli.