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Lamine Yamal no tiene sentido

Todos se preguntan cómo Lamine hace estas cosas con 16 años, pero es que quizá la única forma de hacerlas, precisamente, es tener 16 años, y no comerse la cabeza al intentarlo

lamine

No fue un gol. Fue un sinsentido. Como un rayo cayendo del cielo y dejando sin luz a todo el edificio. No es que Lamine Yamal le pegara desde su casa, es que prácticamente lo hizo desde otro planeta. No tenía cercanía, no tenía hueco, no tenía visión. Por suerte, tampoco tenía vergüenza, porque si la llega a tener ni siquiera lo prueba. El balón salió de su pie izquierdo echando leches, como si lo persiguiera el demonio, y aterrizó de emergencia en la portería de un indefenso Maignan, que cayó como caen los capos en las películas de mafiosos, con el batín puesto y el periódico en la falda. Todos se preguntan cómo Lamine hace estas cosas con 16 años, pero es que quizá la única forma de hacerlas, precisamente, es tener 16 años, y donde otros ven estadios con 80.000 espectadores, cámaras, responsabilidades y presión, tú sigues viendo un balón, una portería y unas risas, que es lo mismo que veías en el patio del instituto y en el parque del barrio. Hay cosas complicadísimas que solo puedes hacer a una cierta edad, es decir, de 16 para abajo: tirar desde 30 metros en unas semifinales de la Eurocopa, dedicar los goles a tus colegas haciendo gestos raros con las manos, ser feliz todo el rato. Nada tiene mucha lógica ya en Lamine, un chaval de Rocafonda que se está pasando la vida cuando tú todavía te sentabas en un pupitre para que te la explicaran. Las mejores historias que cuenta el fútbol son las más exageradas. Como ese disparo descabellado que ya no olvidaremos. Después de la repetición, lo normal es que hubiera aparecido un fondo negro en la pantalla con un mensaje: “No lo intenten en sus casas”. Pero no porque nadie se pudiera hacer daño, sino porque hay platos que no entran en el menú de los mortales. 

 


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Fotografía de Getty Images.