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La verdadera cara de la gloria

Mientras lo normal en mi contexto era pedir ser Ronaldo, Batistuta o Luis Hernández, yo me reservaba la carta de Aleksandr Mostovói

El ‘EuroCelta’ de finales de los 90 y el albor del siglo XXI es una de las primeras imágenes conscientes que tengo del fútbol. Supongo que tiene que ver con esa extraña fascinación que desde siempre he desarrollado por dos cosas: los jugadores cerebrales de ritmo bajo y Europa del Este. Mientras lo normal en mi contexto era pedir ser Ronaldo Nazário, Gabriel Omar Batistuta o Luis Hernández, yo me reservaba la carta de Alekxandr Mostovói. Y eso que entonces estaba lejos de controlar muchas cosas en torno a su biografía, por ejemplo que nació y creció en Lomonósov, en el oblast de Leningrado. Es decir, mientras yo daba mis tradicionales paseos matinales en un parque bullicioso y decadente, en el que había más delincuentes en potencia que aves, Mostovói acampaba en el palacio y los jardines de Peterhof, en la orilla meridional del golfo de Finlandia.

Por todo eso me resultó especialmente reconfortante aterrizar en Como siempre, lo de siempre, un libro sobre la filiación con los colores del Celta de Vigo, escrito por la periodista Lucía Taboada y enmarcado en la ya legendaria colección de Hooligans Ilustrados de Libros del KO. Ahora que lo pienso, con Mostovói me pasaba algo similar a lo que describía Lucía respecto a Gustavo López, otra gloria celtista de aquella época: le juraba amor en la clandestinidad de mi habitación. Con la salvedad de que no tuve que imponerme a la fiebre dicapriana de Titanic, sino a mi precoz militancia política con la izquierda capitalina en México, que entonces era plenamente encarnada por Cuauhtémoc Cárdenas, de quien repartí no pocos panfletos en los semáforos de la Ciudad de México por sugerencia de mi padre.

Como bien dice Lucía, Mostovói no fue realmente el Zar que todos conocimos en Vigo hasta la llegada de su compatriota Valeri Karpin a modo de Robert Redford. No sólo por la complicidad que desarrollaron en el vestuario y en los onces de Javier Irureta —el Elia Kazan del fútbol gallego— y Víctor Fernández, sino porque cumplían a cabalidad el estereotipo con el que son vinculados los rusos; porque con los rusos, como con los defensas, los maquinistas de tren, los lectores de biografías, los cantantes de protesta y los traficantes de cromos mundialistas, o lo pareces o no lo eres.

 

¿A quién diablos le podrían quitar el sueño los títulos cuando puedes firmar dos exhibiciones así de potentes con talentos de otro tiempo, de la trastienda de la élite?

 

No puedo ni imaginar lo que debió haber sido para la afición del Celta de Vigo aquel 7-0 que le endosaron al Benfica de Jupp Heynckes o el 4-0 a la Juventus de Carlo Ancelotti en Copa UEFA. ¿A quién diablos le podrían quitar el sueño los títulos cuando puedes firmar dos exhibiciones así de potentes con talentos de otro tiempo, de la trastienda de la élite, como Mostovói, Revivo, Makelele, Karpin, Gustavo López, Mazinho y McCarthy? En el libro, Lucía recuerda especialmente un partido en el campo del Aston Villa, que sirve como testimonio fiel de lo que significó ese Celta en términos de cultura popular: “En la temporada 98-99 no hubo un equipo en España —ni puede que en Europa— que superase futbolísticamente al Celta de Vigo. Ningún equipo hacía un fútbol tan exquisito, basado siempre en los toques y en los apoyos. Recuerdo la primera vez que tuve esa sensación de estar contemplando un lienzo. Fue en el mes de noviembre, en el Villa Park, frente al Aston Villa. Nos adelantamos en el minuto 25 con un gol de Juan Sánchez, en una jugada en la que tocó el balón todo el equipo, uno tras otro, de atrás hacía adelante. Mucho antes que el tiquitaca existió el tikitakiña.

A mí denme siempre esas efímeras, furtivas e intermitentes noches europeas. Entre menos sean, mejor. Entre menos las recuerden, todavía mejor. Entre menos se las apropien, muchísimo mejor. Esa, quiero pensar, es la verdadera cara de la gloria.

 

A mí denme siempre esas efímeras, furtivas e intermitentes noches europeas. Entre menos sean, mejor. Entre menos las recuerden, todavía mejor. Entre menos se las apropien, muchísimo mejor. Esa es la verdadera cara de la gloria

 

Por otro lado, mientras más leo y leo títulos de Hooligans Ilustrados, más me lamento por lo lejos que estamos en México de tener algo similar. Ya no por los clubes, que tienen historia para dar y repartir, sino por el nulo interés de los periodistas en contarlas. Lo único que podría salvarnos es que Manuel Jabois, Ander Izagirre, Enric González y Lucía Taboada se enganchen con algún equipo mexicano y nos descubran lo que, en realidad, ya sabíamos: se pueden decir cosas mientras se agita la bandera de un equipo sin parecer un tonto ni un oportunista.

Parafraseando a Vetusta Morla, banda de culto que hace unos días dio un show para la posteridad en estas lejanas y anteriormente sometidas tierras, sólo me queda despedirme dedicando unos sentidos versos: “Que a su colección favorita aún le queden muchos años y que su mejor libro aún esté por venir”.

 


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Fotografía de Getty Images.