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La resaca europea: Precipicios

Cerramos la fase de grupos de la Champions League mirando hacia el abismo, festejando récords centenarios y con un duelo digno del viejo oeste

La fase de grupos de la Champions League 2018-19 ha llegado a su fin. 16 equipos seguirán su andadura, ocho serán los magullados que tendrán que conformarse con la segunda competición continental y los ocho restantes desaparecerán del mapa europeo. Aunque todos ellos conocen ya sus destinos, será en el mes de febrero cuando cada equipo perciba cuál es su sitio. Y precisamente en un febrero de hace unos cuantos inviernos viví una de esas experiencias que recuerdas hasta el día de tu muerte. En la esquiada anual de mi grupo de amigos con nuestros respectivos padres había una tradición ni escrita ni hablada en la que los hijos competíamos por todo: por ser el más rápido, el mejor freestyler o por lo que fuera, la cuestión era lucir por encima del resto. En una de esas disputas, yo, mocoso competitivo inconsciente, me embalé en exceso. Pasé de eslalons, de cuñas y de las nociones básicas a tener en cuenta cuando te subes sobre unos esquíes. Fui directo hacia la victoria -moral- sin tener en cuenta que mi vida corría a cargo de la irreflexividad propia de un crío de ocho años y de un precipicio que aguardaba al final de la pista. Entonces, tres desenlaces me esperaban: salvar la desgracia con un derrape perfecto o gracias al acto heroico de uno de nuestros padres; confiar que, sobrepasado el precipicio, una rama, un árbol, un montón de nieve acumulada o un milagro me dieran una segunda oportunidad; y la tercera alternativa mejor olvidarla. Por suerte fue la primera opción la que se dio y, obviamente, no fue por un derrape sino por la inestimable colaboración del padre de uno de mis amigos. Subí al telesilla después de una descomunal y lógica bronca de mi padre y seguí vivo en nuestra Champions particular.

 

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El Grupo C, el de la muerte, cerró con final feliz para ingleses y franceses en una jornada donde matemáticas, goles y nervios se instalaron en millones de casas de Liverpool, París y Nápoles. Cada uno dependía de sí mismo para pasar a octavos de final y cada uno tenía motivos de sobra para creer en sus posibilidades. El Nápoles partía como líder antes del pitido inicial en Anfield, el Liverpool era el único de los tres que contaba con la suerte de no caminar solo y el Paris Saint-Germain se la jugaba contra el cuarto, el Estrella Roja, al que solo una perfecta carambola le situaba en dieciseisavos de la Europa League. Mientras el pequeño Maracaná quedaba embobado por la velocidad supersónica a la que juega Kylian Mbappé, Mohamed Salah cantó la enésima versión de El muerto vivo -a saber cuántas van ya-, para dejar claro que su preocupante inicio de temporada fue un lapsus, que “no estaba muerto, estaba de parranda”. Por su parte, Carlo Ancelotti, dolido por ver solo oscuros en Europa desde la Décima, recordó ayer aquella noche en el Estadio Da Luz como los Celtas Cortos hicieron el 20 de abril del ’90 con aquella noche en la cabaña de Turmo; se pusieron a recordar y les entró la melancolía.

 

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El Valencia se despidió de la Champions despejando dudas, muriendo de pie, con una buena imagen ante el United. Quizá llegó tarde, pero a los más críticos solo cabe recordarles que si cayó, como dijo Eduardo Galeano, “es porque estaba caminando. Y caminar vale la pena aunque te caigas”.

 

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Ousmane Dembelé tiene un poco de aquel amigo cabroncete -el tocanarices de turno- al que nunca podrías rechazarle una última copa. Sus saltos a ciegas entre exhibiciones estelares y la pachorra que desprenden sus actos también parecen asemejarse al caradura de ese compañero que sacaba matrículas sin conocer al profesor. Su mirada, la que invita a pensar que nunca rompió un plato, tiene mucha pinta de esconder miles de vajillas destrozadas. ¿Y si realmente es el yin mientras, trasnochada tras trasnochada, quiere timar al pueblo dándoselas de yang? Todo son suposiciones, claro. Aún nadie ha sido capaz de comprender a este diamante en bruto. Y si hay alguien, por favor, que no nos lo cuente.

 

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El CSKA de Moscú ha sido la molesta piedra en el zapato del Real Madrid. Los merengues, en cambio, han mutado en el Sean Connery -reencarnando al agente 007- de los moscovitas en esta fase de grupos: un galán de punta en blanco que cedió a los encantos rusos como en la película Desde Rusia con amor. El problema para los de Víktor Goncharenko es que solo han sabido sacarle provecho a esa relación. Aparte de los inesperados seis puntos logrados contra el vigente campeón, sumaron un único punto más. El suyo fue un amor insuficiente siquiera para verse en la Europa League.

 

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Los ocho goles de Robert Lewandowski en la fase de grupos han tapado las vergüenzas de un Bayern venido a menos. Los cinco tantos de Dusan Tadic, todos en la segunda vuelta, han reavivado la llama nostálgica de aquellos que recordaban al Ajax como uno de los grandes del continente. Este miércoles, en el Ajax-Bayern, se ajustaron cuentas con aroma setentero, se pugnó hasta el último aliento para liderar el grupo y ambos artilleros protagonizaron un duelo digno de las mejores leyendas del viejo oeste. El polaco fue el primero en sacar a pasear el revólver. Cargó rápido y disparó suave para dar un primer aviso. Tadic devolvió el golpe con oportunismo. Apareció cuando tocaba y pilló desprevenido al rival para empatar el duelo. La primera bala no fue suficiente para el serbio, que atacó de nuevo desde los once metros mutando su zurda en una Colt potente y precisa. Lewandowski, paciente y sutil, selló las tablas con otra pena máxima antes de que Coman y Tagliafico dieran un paso al frente para salvar a sus respectivos compañeros. El duelo acabó sin muertes, sin heridos; Ajax y Bayern, en estados anímicos dispares, siguen vivos en Europa.

 

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El número 100 tiene algo de distinto. Huele a perfección cuando hablamos de porcentajes. Tiene aroma de abundancia cuando existe la imperiosa necesidad de magnificar cientos de historias. Sabe a presencia, a gloria, a triunfo por el simple hecho de ser el primero que descubre las tres cifras. Y desde ahora, desde una visita a Estambul, también recordará a un Santo bajo palos por alcanzar, como Cristiano Ronaldo hizo hace unas semanas, un centenar de victorias en la mejor competición de clubes del planeta.