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La primera vez en París

Y así se presentó el Girona, sin ninguna presión, en uno de los campos más complicados del panorama europeo. Y aguantó, y demostró, y compitió, pero la diosa fortuna no se alineó con su guardameta

París
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París. Pocos nombres propios transmiten tanto en tan pocas letras como lo hace la capital francesa. París es glamour, belleza, nobleza, sobriedad, grandeza… París, en definitiva, lo tiene todo. Es por eso que no puede existir una mejor ciudad en la que debutar en la máxima competición del fútbol europeo. La ciudad que ha visto brillar a los Picasso, Hemingway, Fitzgerald y compañía, nunca deja indiferente.

El Girona se estrenaba en la Champions League después de una magnífica pasada temporada en liga. Que vamos a decir que no se haya dicho ya del Girona de Míchel, un equipo divertido, goleador, especial, diferente, de esos que te gusta ver y analizar porque siempre tiene algo que mostrar. Un equipo catalán que tuvo, y mereció, el premio de jugar la Champions. Una competición que cambiaba de formato, que se ha reinventado para combatir la Superliga y cargar, aún más, de partidos el calendario de los equipos europeos. Pero la Champions siempre es especial, una competición brillante, dónde juegan los mejores equipos del continente. Y, por si faltaba poco, el calendario fue lo más caprichoso posible y auguró un debut europeo en la ciudad de la luz. Un debut ante todo un semifinalista de la competición en su última edición. Ante uno de los grandes entrenadores de nuestra época, Luis Enrique. Y en un escenario mágico, el Parque de los Príncipes, que aunque no pudiera gozar del Virage Auteuil, la grada de animación parisina, siempre se viste con sus mejores trajes en las noches europeas. Porque para esto vive el PSG, para disputar la Champions League.

 

Aunque a veces se piense que en el fútbol lo importante es ganar, en Girona ayer experimentaron algo diferente. El orgullo de ver al equipo de tu pequeña ciudad, siempre a la sombra de Barcelona, codeándose con los grandes

 

Se esperaba un Girona como un mero visitante que pasaba por ahí. Poca confianza había en el equipo de Míchel en la prensa francesa e internacional, pero el conjunto catalán intentó demostrar que esto no era verdad. Porque si algo caracteriza al Girona es su fuerza de voluntad y su creencia en un ADN que le ha llevado a cotas inimaginables. Y ahí se plantó Míchel, alineando a Cristhian Stuani, capitán y emblema del club, como le había prometido si el equipo se clasificaba para competición europea. Qué mejor escenario que debutar con uno de los clubes de tu vida que el Parque de los Príncipes y además convertirse en el debutante más veterano en un partido de Champions, con 37 años y 342 días. Pero nunca es tarde para experimentar una primera vez. Y menos si eres Stuani, el jugador más importante de la historia del club. Quién le hubiera dicho al ‘charrúa’ después de ese ascenso en Tenerife que estaría en París disputando un partido ante el PSG. Inimaginable.

Pero esta es la mística del fútbol, que nos sorprende y nos deja cautivados sin esperarlo. Y así se presentó el Girona, sin ninguna presión, en uno de los campos más complicados del panorama europeo. Y aguantó, y demostró, y compitió, pero la diosa fortuna no se alineó con su guardameta Gazzaniga cuando en una de las últimas ocasiones del partido, y tras un centro sin peligro de Nuno Mendes, el jugador argentino no consiguió atajar bien el cuero y se le coló por debajo de las piernas. Y, aunque a veces se piense que en el fútbol lo importante es ganar, en Girona ayer experimentaron algo diferente. El orgullo de ver al equipo de tu ciudad, una ciudad pequeña, siempre a la sombra de Barcelona, que por primera vez se codeaba con los grandes. Y esto, sin ninguna duda, no tiene precio. Independientemente del resultado.

 


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Fotografía de Getty Images.