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La primera tarde en el Camp Nou

Se cumplen 65 años de la inauguración del Camp Nou: una jornada repleta de emociones que, según dijo la prensa de 1957, "no habrá de ser olvidada"

La primera piedra del Camp Nou se puso el domingo 28 de marzo de 1954. “Al comienzo de la década de los 50 el Barça aún jugaba en el campo de Les Corts, inaugurado en 1922. Era un buen campo y había experimentado mejoras, pero se quedaba pequeño frente al Santiago Bernabéu, que estaba ofreciéndole al Real Madrid oportunidad de unas recaudaciones mayores, y sobre todo se quedaba pequeño para la expectación que levantaba Kubala. Hacía falta un campo nuevo”, escribió Alfredo Relaño.

Ese mismo domingo, Mundo Deportivo dijo que la primera piedra fue “símbolo de fe y esperanza” y “base y cimiento de gestas futuras”. “A nadie escapa la evidencia de que algunas fechas, en la vida de un hombre o de un pueblo, tienen tal significación e importancia, trascendencia tanta, que su impacto llega con auténtica pesadez física. Son días grávidos de propósitos, de dinámicos optimismos, días que aseguran la continuidad de una obra porque afirman la voluntad de perdurar, un indeclinable espíritu de continuidad y de mejora”, afirmaba el editorial del periódico. “Los hombres pasan, pero sus obras quedan, y el Barcelona seguirá cuando los que hoy sentimos la emoción conmovedora del solemne acto nos hayamos ido”, concluía el texto, justo antes de dar paso a una entrevista con el padre del nuevo feudo azulgrana, el presidente Francisco Miró-Sanz.

“Localizar a don Francisco Miró-Sanz en la víspera de hoy era buscar imposibles con la linterna de Diógenes”, admitía el periodista que firmaba la pieza. Lo encontró cerca de las 10 de la noche. “Estoy rendido y tengo muy pocas ganas de hablar. Únicamente deseo retirarme a descansar y que no llueva mañana”, decía Miró-Sanz en su primera respuesta. Ese mismo día había visitado el santuario de Montserrat: “Le he pedido a la Morenita que me ayude. Con plena convicción y fe absoluta de que ella me asistió siempre que fue necesario caminar adelante, no he querido llegar a la fecha de mañana sin hacerle una visita”. Preguntado por si era cierto que el estadio fuera a tener capacidad para 150.000 espectadores, señalaba: “Aunque me consta el espíritu de sacrificio de los seguidores del Barcelona, para soportar apreturas e incomodidades, quiero que nuestra generación y la de nuestros hijos no conozca estos inconvenientes. Y que el Barcelona cuente con un estadio de acuerdo con su potencial, con espacios para atender a su posible crecimiento”.

En la crónica de la colocación de la primera piedra del nuevo campo, Mundo Deportivo hablaba, entre exclamaciones, de una “jornada histórica e inolvidable. Porque ella marca no solamente un hito en el largo camino, sino también la firme realidad de una promesa”. “El Barça escribió una nueva página de su ya fecunda e histórica vida”, decía el periódico. Había sido un acto que “dejará huella perenne en cuantos tuvieron la dicha de vivirla”. Y había sido un “día de júbilo para todos los barceloneses y para todos los que saben desprenderse de las cosas rutinarias y pequeñas para elevarse hacia aquellas cosas que por su honda espiritualidad hacen verter lágrimas de ilusión”.

Las obras comenzaron a finales de octubre, con un presupuesto inicial que no alcanzaba los 100 millones y con un precio final que creció hasta los 252 millones (38 millones de los terrenos, 190 millones de la obra y el resto, gastos financieros, según Relaño). Y el nuevo estadio se inauguró finalmente el martes 24 de setiembre de 1957, día de la Mercè, patrona de Barcelona, dos días después de que el Barça de Domingo Balmanya iniciara el curso con un empate en Mestalla, con un tanto de Evaristo para salvar un punto en el 72′.

Según Mundo Deportivo, “la gran ceremonia inaugural dio comienzo con la solemne misa oficiada, asistiendo a la misma unas 50.000 personas, destacando la presencia de señoras y señoritas tocadas con la clásica mantilla blanca”. La misa se recitó desde un altar erigido en el centro del césped. Y la bendición del campo, presidida por la imagen de la Santísima Virgen de Montserrat, fue “un momento de indescriptible emoción”. “La imagen quedó, después, depositada en la capilla instalada en el paso de jugadores que conduce del vestuario al campo, en un templete especial de roca traída ex profeso de Montserrat”, apuntaba el texto.

Por la tarde llegó el “colofón, en presencia de 90.000 espectadores”. 93.053. El secretario general del Movimiento, José Solís Ruiz, presidió los actos en representación de Francisco Franco. “El deporte es un medio para la formación del hombre, del hombre en su entidad total, tal como nosotros lo concebimos a partir de los principios permanentes del Movimiento. No es solo un ejercicio físico ideal para la salud. Es también un hábito indispensable para acumular energías morales y dotar de consistencia al espíritu cívico. Enseña algo tan importante en la vida española como es el trabajo en equipo y la moral de victoria, esa moral que educa para no decaer en el esfuerzo y para no capitular ante la adversidad”, dijo Solís Ruiz vestido de blanco. También se hizo un desfile de entidades deportivas catalanas, entre las que no faltó el Espanyol, y de peñas culés.

 

Las obras comenzaron a finales de octubre, con un presupuesto inicial que no alcanzaba los 100 millones y con un precio final que creció hasta los 252. El nuevo estadio se inauguró finalmente el martes 24 de setiembre de 1957, día de la Mercè

 

Después arrancó el duelo entre el Barcelona y el Varsovia. Jugaron de inicio Ramallets; Olivella, Brugué, Segarra; Vergés, Gensana; Basora, Villaverde, Martínez, Evaristo y Tejada. “Luego entrarían también Gracia, Flotats, Bosch, Ribelles, Hermes González, Tejada y Sampedro”, retrató Relaño. Eulogio Martínez fue el primer goleador, en el minuto 11. Joan Segarra fue el primer capitán. “Es algo inenarrable lo que ahora siento en mí y difícilmente podría expresarlo”, enfatizó el defensa barcelonés tras el choque.

En el descanso se hicieron volar 11.000 palomas y miles de globos azul y grana. Y, de nuevo según Relaño, se bailó “una sardana gigante, con cuatro círculos concéntricos”, en el verde. Fueron “cerca de 2.000 danzarines”, apuntó Mundo Deportivo. Ya en la segunda mitad, Tejada, Sampedro y Evaristo redondearon la victoria final (4-2). Aunque el juego quedó en un segundo plano. El día después, la crónica del partido comenzaba así: “Uno, aún embargado por la emoción del memorable espectáculo presenciado, es tardo esta vez en el tecleo de la máquina de escribir para intentar relatar la crónica del partido inaugural de fútbol. Porque el espíritu está ausente de toda idea futbolística y porque la mente está inmersa aún en el mar de los festejos populares que enmarcaron el choque entre los muchachos del Varsovia y del Barcelona. Con todo, hay que escribir…”.

En la misma página, la crónica de la inauguración decía: “La solemne inauguración no habrá de ser olvidada. El espectáculo resultó imponente ante el público enfervorizado que abarrotaba el estadio”. Del Camp Nou, el texto destacaba que “de tan enorme, es realmente algo desconcertante”. Hablaba de “una obra majestuosa, enorme, imponente, pero que parece ligera, montada en el aire. Clara, limpia, simpática. Reciamente firme, pero sin paredones ni moles de espesor que le den un aspecto de fortaleza ni de bloque pesado. Con escaleras ágiles, con graderíos que parecen volar y con localidades de colorido diverso que le dan aspecto de pabellón atrevido y moderno, más que de construcción monumental y compacta”. El Mundo Deportivo de la víspera ya se había rendido a una “gigantesca y monumental estructura de cemento, hierro y piedra de la que uno sabe qué admirar más: su grandiosidad, sus atrevidas arquitectónicas o la elegancia de unos planos y líneas que le liberan de la frialdad en la que frecuentemente incurren construcciones similares modernas”. En su portada, la previa se refería, de manera exclusiva, al “magno acontecimiento ciudadano-deportivo que hoy conmemoran jubilosos los barceloneses al ver convertida en una realidad palpable y visible la ilusión de poseer un gran estadio”.

Los actos no defraudaron. “Con toda solemnidad quedó ayer inaugurado el nuevo campo del Barcelona”, clamó la portada de Mundo Deportivo del miércoles 25 de setiembre. En las páginas interiores aún se hablaba de cine y de circo. Y el entrenador polaco, Tadeusz Forys, lamentaba que “un equipo como el del Barcelona, tan bueno, no precisaba de la diplomacia del árbitro concediendo unos goles tan raros, como el primero y el tercero. Especialmente el primero, fue un prodigio de rareza”. Proseguía el periodista: “Y siguen las consideraciones, pero en un tono comedido, elegante, que no oculta, sin embargo, esta universalidad del fútbol que hace que sus practicantes se quejen en todas partes de lo mismo: en Polonia, en España o en la Manchuria”. Unas líneas más arriba, el periodista presentaba las palabras del capitán visitante: “Se expresa con esa lentitud característica del jugador que ha terminado su encuentro y, perdido el balón, se halla algo perdido él mismo, sin que la palabra fluya en sus labios con la misma velocidad con que acude a cualquier rincón del terreno de juego”.

 


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