PUBLICIDAD

La nueva estrella del rock and roll

Pocas cosas siguen siendo más emocionantes que la conmoción de descubrir un jugador que, con un contexto propicio, pueda salir del anonimato de las carreteras para convertirse en la nueva estrella del rock and roll

rock and roll

Ahora que recuperé, por enésima vez, el perfil que escribió David Remnick sobre Bruce Springsteen en The New Yorker, volví a reflexionar, también por enésima vez, en la influencia que tuvo Jon Landau en la carrera del creador de himnos generacionales como Born In The USA, Born To Run y Dancing In The Dark.

Básicamente, Landau, autor de la reseña musical más famosa de la historia del rock –“He visto el futuro del rock and roll y se llama Bruce Springsteen”-, fue el responsable de descubrir y, más importante aún, de introducir a Springsteen al mundo de escritores como John Steinbeck y Flannery O’Connor y al de cineastas como John Ford y Howard Hawks. Lo anterior permitió que Springsteen, a quien Landau describió la primera vez que lo vio en directo como una mezcla entre Chuck Berry, el primer Bob Dylan y Marlon Brando, dejara de ser el intérprete de bar y carretera y se convirtiera en una suerte de cronista social con conciencia de clase.

Esto, como todo lo que leo, veo y converso, me llevó a pensar en el fútbol y en todos esos jugadores que no han tenido el privilegio de coincidir con un Jon Landau en sus carreras. ¿Cuántos trovadores con talento se eternizan en los bares y no logran dar el salto a una multinacional? ¿Cuántos jugadores con talento se eternizan en proyectos de segundo nivel y no logran dar el salto a un equipo de élite?

 

¿Cuántos trovadores con talento se eternizan en los bares y no logran dar el salto a una multinacional? ¿Cuántos jugadores con talento se eternizan en proyectos de segundo nivel y no logran dar el salto a un equipo de élite?

 

Pienso, por ejemplo, en todos esos cantantes de bar (Hateboer, De Roon, Freuler, Gosens, Zapaccosta, De Ketelaere, Lookman) que encontraron en Gian Piero Gasperini a su Landau con miras a coquetear con la posibilidad de ser jugadores válidos para los más alto estándares competitivos.

Hoy, la obsesión de buena parte de los clubes de la élite con presupuestos limitados, no es tanto fichar a la estrella de moda, sino encontrar a un entrenador capaz de potenciar talentos en desarrollo a partir de su olfato como estratega y su capacidad para transmitir una idea suprema.

Las apuestas del Manchester United con Ruben Amorim, la del Barcelona con Hansi Flick, el Inter de Milán con Simone Izaghi o el Liverpool con Arne Slot apuntan en esa dirección. El propio Pep Guardiola, con todo y sus presupuestos faraónicos en el Manchester City, suele recurrir a sobrepagar talentos emergentes para adaptarlos a su método en lugar de pujar, salvo casos muy concretos como Erling Halaand, por la figura de turno. 

Pocas cosas siguen siendo más emocionantes en el fútbol estandarizado de hoy que la conmoción de descubrir un jugador que, con un contexto propicio, la guía de un buen entrenador y un poco de suerte, pueda salir del anonimato de las carreteras para convertirse en la nueva estrella del rock and roll.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.