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La noria de Makhachkala

El magnate Suleiman Kerimov compró el Anzhi ruso para jugar a los ‘galácticos’ reuniendo estrellas de la talla de Roberto Carlos y Samuel Eto’o

Nadie te dirá nunca que la noria es su atracción favorita. Solo tiene una cara buena, como la luna. Te montas desde el punto más bajo, nunca desde arriba. Si no, ¿qué sentido tiene? Lo bueno se hace esperar. Empezar por lo alto no tendría ninguna lógica, ya que lo bonito es únicamente el primer tramo de subida. Y tras este, el descenso. Desolador. Todo inicia con una cabina que, como todas las demás, se alza con el único objetivo de alcanzar la cima; mientras, tú fantaseas con las vistas que verás segundos más tarde. Cuando ya estás arriba, te detienes un instante para contemplar todo el paisaje. Si parpadeas, te lo pierdes. Y si sacrificas la ocasión por el bien de una fotografía bonita, también. Cuánto daño ha hecho el postureo… Por suerte, todavía hay quienes no han sucumbido al falso encanto de Instagram y deciden inmortalizar esa bella imagen en sus retinas. Pero, qué jodido sacrificio, porque el destino es indistinto y a todo aquel que sube a la noria le espera la caída.

En cualquier atracción de la feria, ya sea en la noria, los patitos amarillos, la tómbola o la montaña rusa, pasas de la gloria y la ilusión al abismo y la decepción. Porque la trayectoria no acaba con las buenas vistas o el loop, sino con el “gracias por subirte” del acomodador. Inmediatamente, el instinto te lleva de nuevo a fijar la mirada arriba, hacia el punto álgido de la atracción, para recordar lo alto que habías llegado a estar. Si quieres, prueba a subirte de nuevo, pero ya te adelanto que no será igual que la primera vez. Ya sabes lo que verás y la emoción que se siente, pero también conoces lo que dejarás atrás una vez bajes.

Al fin y al cabo, es como empezar a construir una casa por el tejado. O como comerte el postre antes que el plato principal. El ansia por alcanzar la gloria rápidamente nos hace tomar multitud de malas decisiones que, en un futuro muy próximo, nos darán más problemas que placer. Y eso fue lo que sucedió con la aventura en la élite del Anzhi Makhachkala. Los más futboleros os acordaréis de este peculiar club. Y también lo haréis aquellos ‘fiferos’ empedernidos que buscaban hacerse un equipo chetado en el Ultimate Team allá por el 2013. El equipo ruso logró reunir a leyendas de la talla de Roberto Carlos o Eto’o junto a otras grandes estrellas de la liga como Boussoufa, Kokorin, Denisov o Zhirkov. Todo parecía indicar que el club crearía una dinastía, pero, como ya supondrás, fueron de aquel tipo de gente que se monta en la noria sin pensar en la caída. De hecho, más bien diríamos que se subieron a una atracción de feria en la que faltaban varios tornillos.

 

Todo el que pisó Makhachkala acabó huyendo del lugar. Incluso el presidente

 

La irrupción del multimillonario Suleiman Kerimov en 2011 supuso un giro radical en el club. Cambió los colores del escudo por los del territorio que quería representar, Daguestán. Pretendía situar a la capital, Makhachkala, en el mapa geopolítico mundial; pero lo único que logró fue crear un club artificial en el que los jugadores vivían en Moscú, a 2.000 kilómetros, y solo se desplazaban en avión para los días de partido. El empresario, dueño de la compañía de fertilizantes más importante del mundo, invirtió una gran cantidad de dinero en fichajes de renombre, además de 200 millones para la remodelación del estadio. Todo el que pisó Makhachkala acabó huyendo del lugar. Incluso el presidente.

El primero en llegar fue Roberto Carlos, que ultimó los destellos de su pierna izquierda en Rusia para acabar convirtiéndose en directivo del Anzhi un par de años más tarde. Tan solo seis meses después, Samuel Eto’o firmó el contrato que lo convertía en el futbolista mejor pagado del mundo, superando a Cristiano Ronaldo y Lionel Messi. El camerunés venía de ganar dos Champions League en los últimos tres años con el Barça y el Inter de Milán. En Rusia, esforzándose lo mínimo, demostró ir sobrado.

2012 fue el año de la consolidación del proyecto, o más bien del intento. Guus Hiddink, exentrenador de la Corea del Sur que eliminó a España en el Mundial de 2002 y de la Rusia semifinalista de la Eurocopa de 2008, se puso al mando de un equipo plagado de estrellas. A Eto’o se le sumaron jugadores como Willian, Smolov, Lass Diarra, Lacina Traore o Ewerton. En Rusia se les asemejaba con los ‘galácticos’. Alcanzaron el tercer lugar en liga, los octavos de la Europa League y la final de la Copa de Rusia. Y ese era el momento de hacer la foto al paisaje, de contemplar la belleza y de inmortalizarlo en sus retinas. Porque inmediatamente después, venía la caída.

 

Nadie quiere volver a montarse en la noria del Anzhi Makhachkala. Nadie mira ya hacia la cúspide de esa divertida atracción

 

La temporada 2013-14 supuso el inicio del fin. Hiddink dimitió al poco de iniciar el campeonato liguero debido a los malos resultados, la UEFA estableció un control financiero mucho más restrictivo y todas las estrellas tuvieron que marcharse del club. En Daguestán no se quedó nadie y el Anzhi bajó a segunda división esa misma temporada. Solo dos años después, en 2016, Suleiman Kerimov abandonó la institución, dejándola al borde de la desaparición. Ante la imposibilidad de hacer fichajes, el equipo sub-20 se intentó hacer cargo de la situación, pero la caída ya era en picado.

Nadie quiere volver a montarse en la noria del Anzhi Makhachkala. Nadie mira ya hacia la cúspide de esa divertida atracción. Kerimov entró a la cabina desde arriba, no observó el paisaje e hizo una fotografía para su propia propaganda. Todo mal. Samuel Eto’o fue el modelo de la foto, el niño bonito del presidente. Guus Hiddink, aquel que se cansa de esperar en la cola. Lass, Willian y Traoré compraron el pase express para no tener que sufrirla. Y mientras, Roberto Carlos, del mismo modo que aquel acomodador que nunca llega a subirse a la atracción en la cual trabaja, acabó resignándose a comunicar desde su posición de directivo un ‘gracias por venir’.

 


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Fotografía de Getty Images.