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La leyenda de los jugadores extraordinarios con números feos

Hay que tener mucha clase para ser el ídolo de una de las aficiones más exigentes del mundo, pero todavía hay que tener un poco más para encima serlo llevando el '5'

número

He soñado miles de veces que jugaba un partido de Champions con el equipo de mi vida y os puedo prometer por mi madre que en ninguna de ellas llevaba el ’2’, el ‘3’ o el ‘5’ en la espalda. Cuando eres niño sabes pocas cosas, pero las que sabes serías capaz de prender fuego a tu cuarto por defenderlas. Sabes, por ejemplo, que para poder estar media hora más delante de la tele antes de acostarte primero tienes que haber ayudado a recoger la mesa. O que los auténticos cracks de los equipos visten el ‘7’, el ‘9’, el ’10’ o el ’11’, jamás el ‘4’, el ’12’ o el ’18’. Quizá por eso me sigue impactando tanto cuando alguien coge esa teoría y la arroja al aire después de romperla en mil pedazos. Cuentan que Zidane empezó a ganarse el madridismo el día que eligió su camiseta. Venía de jugar un lustro en la Juventus con el ’21’, pero ese era el número por aquella época de Solari, así que no quiso privilegios y pidió el que estuviera disponible: el ‘5’ que había dejado libre Manolo Sanchís. Zidane tenía la cabeza de un monje franciscano y la mirada abatida de un conductor de autobús nocturno. Parecían demasiadas faltas para ser una estrella, salvo por un pequeñísimo detalle: tocaba un balón y te caías de culo al suelo. Jugó tan bien y ganó tanto con el ‘5’ que le sacó brillo al dorsal; de tal modo que muchos años después llegó un huracán de Alemania llamado Bellingham por 103 millones y, ahora sí, le pidió a un compañero que le hiciera el favor para poder lucirlo. Hay que tener mucha clase para ser el ídolo de una de las aficiones más exigentes del mundo, pero todavía hay que tener un poco más para encima serlo con un dígito estampado debajo del nombre que huele a lunes, a planes de ahorro y a patada por detrás. Zidane lo logró, nos bajó de la nube y nos empujó a la madurez. Aunque su hazaña también despertó a la bestia y se llevó por delante a algunas víctimas. Allá por 2010 el Athletic tenía un delantero que no metía un gol ni que le llevaran la portería a casa. Lo llamaban Lehendakari y, pese a sus limitaciones, lo dejaba todo en el campo. Cuando anunciaban las alineaciones, aparecía con el ’2’. Un esperpento. Lo más jodido para el pobre Toquero no es que sus remates fueran malos, es que con ese número en la espalda todavía parecían peores. 

 


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