El tamaño importa. O eso dicen. En ocasiones, la magnitud es capaz de dejar un recuerdo grabado en la memoria, pero en otras puede llegar a ser algo frustrante. Y si le sumas la tan difícilmente controlable duración del espectáculo, se crea un combo ingestionable. Lo breve dos veces bueno, nos afirman en cualquier exposición oral. Pero, ¿y si el show mantiene un elevadísimo nivel de pasión durante más de tres horas? ¿De verdad no se valora positivamente? Yo no sé vosotros, pero no me lo creo. Y ojo, que os veo venir, que ni pretendo asemejarme a E. L. James ni estáis leyendo un fragmento de la cuarta entrega de 50 sombras de Grey, traviesos y malpensados. Yo estoy hablando de fútbol. Concretamente, de la final más larga de la historia.
El deporte rey nos ha hecho gozar con una infinidad de relatos morbosos. Las mejores leyendas son aquellas con un tono vintage, en las que se alza un héroe inesperado y de las que solo se preservan unas pocas imágenes en baja resolución que fomentan nuestra imaginación. En 1928, la Liga española todavía no existía y la competición por excelencia que definía al mejor equipo del país era la Copa del Rey. Por aquel entonces, únicamente la disputaban los campeones y subcampeones regionales y, tras una eliminatoria previa, los 24 mejores eran distribuidos en cuatro grupos según las comunidades autónomas a las que pertenecían.
Esta es una historia de similitudes. Una de esas en las que los protagonistas van de la mano en todo momento. Como si el destino les hubiese unido
Esta es una historia de similitudes. Una de esas en las que los protagonistas van de la mano en todo momento. Como si el destino les hubiese unido. Como a John Cusak y Kate Beckinsale en Serendipity o como a Harry Potter y Lord Voldemort en el mundo mágico. Barça y Real Sociedad fueron encasillados en el grupo tres, que juntaba a los campeones de Aragón, Guipúzcoa y Cataluña. Tras jugar los diez partidos correspondientes de la liguilla, ambos sumaron 16 puntos y pasaron a los cuartos de final, quedando los azulgranas en primera posición por la diferencia de goles.
Los ‘Culés’ vencieron sin grandes dificultades al Real Oviedo en cuartos y al Deportivo Alavés en semifinales. A su vez, los ‘Txuri urdin’ replicaban la gesta con goleadas ante Celta y Valencia. Con el 20 de mayo subrayado en el calendario, únicamente restaban 90 minutos para que uno de los dos equipos pudiese besar la copa y festejar la gloria. Pero como ya sabéis, chicos y chicas, no todas las noches consigues irte a la cama como un campeón en la primera cita. Ni siquiera si te metes un viaje hasta Santander, como fue el caso. Esa noche, los poetas Rafael Alberti y Gabriel Celaya observaron desde la grada como el arte se convertía en violencia.
Nada acompañó al juego, ni siquiera el clima. Viento pertinaz y lluvia testaruda. La catalogada por Mundo Deportivo como la ‘final de la emoción’ fue un infierno futbolístico. Hubo más lesionados que goles, más patadas que pases y más nerviosismo que felicidad. Samitier y Plattko, leyendas del Barça, cayeron lesionados en los primeros minutos tras dos duras entradas. El público no dejó de jalear a los suyos con agresivos chillidos y solo hubo un instante en el que el estadio enmudeció. El portero húngaro cayó al suelo inconsciente y, como el reglamento no recogía la posibilidad de hacer cambios, un jugador de campo azulgrana tenía que ponerse momentáneamente bajo palos. Los catalanes estaban en una situación crítica. Sin embargo, en un gesto de heroicidad digno del mejor Gandalf en el Abismo de Helm, Plattko reapareció con un vendaje en la cabeza para ayudar a su equipo. Él fue el único que ganó algo aquella noche: una oda a su nombre compuesta por Alberti.
Fútbol primitivo. Pasión. Poca defensa y mucho ataque. Las tandas de penaltis, inexistentes, sustituidas por partidos de desempate. Como en el colegio, pero sin amistad. El 20 de mayo, con una prórroga de por medio, la Real le dijo al Barça que no es no y dio inicio a la final de las 39 noches. Blanquiazules y azulgranas abandonaron El Sardinero cojeando e inmediatamente se mandaron un mensaje para verse de nuevo. Qué tóxicos. Dos noches después, el 22 de mayo, en la misma plaza y con el mismo plan, lo volverían a intentar.
Una batalla campal de 120 minutos, con un expulsado por equipo y un gol en cada casillero. Cambió el orden, pero no el producto
Esta vez el temporal presuponía una cita más bonita, quizá incluso podrían observar la puesta de sol juntos. El Barça saltó al campo sin su portero titular, todavía lesionado, pero recuperó a su magullado capitán, Samitier. El partido fue más de lo mismo. Una batalla campal de 120 minutos, con un expulsado por equipo y un gol en cada casillero. Cambió el orden, pero no el producto. La Real se lanzó y abrió el marcador, pero el Barça le hizo la cobra anotando el empate. No hay dos sin tres, tenían que volver a quedar.
Pese a que la tercera cita se planteó de nuevo para dos días después, el cansancio acumulado en ambos equipos provocó que se tuviese que aplazar. Estaban exhaustos y pocos días después iniciaban los Juegos Olímpicos de Ámsterdam, con varios jugadores de ambos equipos citados por la ‘Roja’. Una vez finalizados, el Barça tenía una gira por América y se negó a disputar la final en esas fechas. No se ponían de acuerdo ni en el día. Pasaron un total de 38 noches desde el día 22 y, por fin, se decidieron: 28 de junio y, otra vez, en El Sardinero.
A la tercera fue la vencida. Esta vez primó el fútbol. El clima acompañó y desde las gradas pudieron disfrutar de unos primeros 25 minutos frenéticos. Samitier adelantó a los azulgranas a los ocho minutos, pero en el 16′, Domingo Zaldúa, defensa de la Real, igualó el encuentro. El Barça, pese a la angustia de no poder contar con Plattko bajo palos, se mostró superior en faceta ofensiva y anotó en el 21′ y el 25′ para poner el 3-1 en el marcador. Carulla y Mariscal no quisieron faltar a las tradiciones y acabaron expulsados por una agresión mutua. Sin embargo, nada alteró el resultado y con el último silbido del árbitro, como si de un orgasmo fingido se tratase, se indicó que solo uno de los equipos había alcanzado el final feliz. El Barça era campeón por octava vez de la Copa del Rey.
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