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‘La cultura del miedo’, el artículo de Grant Wahl

Grant Wahl fue un periodista interesado por el juego del fútbol y preocupado por la honradez de sus instituciones. Ha fallecido en pleno Mundial de Catar a los 48 años. Descanse en paz

Grant Wahl, la gran voz del ‘soccer’ y su cultura, se ha apagado en pleno Mundial de Catar. Precisamente él, que tanto batalló no solo por contar todas las realidades del fútbol mundial sino por cambiarlas. En 2011, movido por la indignación que generó la nominación de Rusia y Catar como sedes de las Copas del Mundo, promovió una acción que iba más allá del periodismo: presentar su candidatura a la presidencia de la FIFA. Fue una medida simbólica, sí. Ni tenía apoyos ni medios reales para mantener una batalla política con Sepp Blatter. Pero como símbolo nos sirve. Su campaña ayudó a desnudar las vergüenzas de la mayor organización del fútbol cuatro años antes de la operación policial que descabezó a la FIFA… y 11 años antes de la celebración de un Mundial en un país que no respeta los derechos las mujeres, los migrantes o la comunidad LGTBI. Todo ello mereció la crítica de Grant Wahl, que ahora nos deja de manera absolutamente inesperada. Pero su ejemplo y sus artículos permanecen. Recuperamos, pues, una de sus poquísimas colaboraciones con un medio español: la del #Panenka16, dedicado a la corrupción en el seno de la FIFA.


LA CULTURA DEL MIEDO
(2013)

 

Decidí presentarme para presidente de la FIFA una noche de enero de 2011. He viajado por el mundo cubriendo acontecimientos futbolísticos y, en todos los lugares, la gente con la que me he encontrado siempre se ha quejado de que la FIFA y Blatter no son trigo limpio. Pero, ¿por qué nadie se había presentado contra Blatter en las elecciones de 2007 y, por aquel entonces, tampoco parecía tener rival para los comicios de 2011? ¿Alguien podría presentarse a presidente de la FIFA? ¿Yo podría?

Me pasé el resto de la noche tratando de hallar respuestas. El reglamento de la FIFA afirma que cualquiera puede presentarse siempre que sea nominado por una de las asociaciones nacionales miebro. Aprendí también que el escritor Norman Mailer tuvo una idea similar en las elecciones para la alcaldía de Nueva York de 1969: centró sus esfuerzos en transmitir un mensaje heterodoxo y satírico pero comprometido con llevar a cabo una reforma generalizada y consiguió 41.000 votos. Además, leí que tres de los ocho presidentes de la FIFA habían trabajado en algún momento como periodistas deportivos. Al día siguiente, le propuse la idea a mi editor en Sports Illustrated y me dio su apoyo.

El 17 de febrero de 2011 lanzamos la campaña en la revista, en la web de SI y en mis perfiles en Facebook y Twitter. Esperaba que el tema resultase noticiable, pero la noticia se expandió de manera global en cuestión de horas. Estrellas de la NBA, de la NFL o el mismísimo Xabi Alonso me dieron su apoyo en las redes sociales. La CNN, Bloomberg TV y Reuters me entrevistaron ese mismo día y medios de comunicación de todo el mundo dieron difusión a mi candidatura en las sucesivas semanas.

El eslogan de mi campaña era claro: People’s choice (el voto del pueblo). Si llegaba a la presidencia ejecutaría un Wikileaks en la FIFA para hacer públicos todos los documentos que ayudaran a concluir si la organización estaba limpia o no. Además, limitaría el cargo a dos elecciones, daría apoyo a la introducción de la tecnología para los goles fantasma y nombraría como secretaria general a una mujer (23 de los 24 miembros del comité ejecutivo de la FIFA son hombres). Sabía que mis opciones de batir a Blatter eran minúsculas, pero creía que podría encontrar a uno entre los 208 países miembros que tuviera las agallas de nominarme.

Si la FIFA fuera una organización representativa y plural estoy seguro de que hubiese derrotado a Blatter y a Bin Hammam. Las encuestas por internet me daban el 95% de la intención de voto. Los apoyos de seguidores me llegaban de decenas de países pero, en la política deportiva, el criterio de los fans no importa en absoluto. Contacté con 150 federaciones nacionales (incluso las más débiles, aún sabiendo que jamás pondrían en riesgo los fondos del programa Goal) y recibí respuestas de 30. El mensaje fue bastante unánime: no nos gusta el status quo de la FIFA pero no podemos nominarte. Nadie tuvo el coraje de hacerlo por temor a las consecuencias. En París, llegué a reunirme con una asociación europea ganadora de la Copa del Mundo: era Italia. “En las elecciones, el voto es secreto y te elegiríamos, pero nominarte es una afrenta pública contra Blatter y Platini. Es imposible”, me espetó su emisario.

Del proceso aprendí una verdad absoluta: un candidato externo está condenado a fracasar en el mundo directivo de la FIFA, llámese Kofi Annnan, Bill Clinton o George Weah. Pero como mínimo, la experiencia sirvió para que mucha gente supiese por qué los líderes de la FIFA no aplican el sentido común en reformas que le den al deporte más grande del mundo la administración limpia y respetada que merece.

 


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