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La batalla de Córcega

Corcega es una isla tremendamente futbolera que debate su peculiar identidad entre los ajustes de cuentas de los gángsters locales. Balompié, política y mafia

*Reportaje publicado en el #Panenka17, en marzo de 2013

Martes, 16 de octubre de 2012. El abogado Antoine Sollacaro baja de su vehículo en una gasolinera a las afueras de la capital corsa, Ajaccio. Son las nueve de la mañana y los caballos de su Porsche Carrera se han despertado sedientos. Los rayos del sol mediterráneo se filtran entre los árboles, arrullados por una brisa con aroma a pino y salitre. De repente, un ruido se filtra en la escena: por la premonitoria avenida de los Sanguinarios acelera una moto con dos hombres a horcajadas. Frenazo, disparos, eco metálico de casquillos sobre el asfalto. Sollacaro, veterano nacionalista, cae tiroteado aquella mañana de otoño en el 15º atentado mortal registrado en la isla en menos de un año.

La ‘primavera del fútbol corso’ floreció en 2013, con cuatro equipos en las tres primeras categorías francesas

Cuatro días después, el Ajaccio y el Bastia protagonizarán el primer enfrentamiento corso en la primera división del fútbol galo desde 2005. Los medios parisinos hablarán de incidentes en las gradas, violencia en el terreno de juego y un agreste empate a cero. Pero, sin embargo, resaltan un detalle: antes de comenzar el choque, ambas aficiones entonan juntas el Dio vi Salvi Regina, el himno corso, en homenaje al viejo abogado. La llamada ‘primavera del fútbol corso’, con tres ascensos simultáneos (Bastia a Ligue1, Gazélec a Ligue2 y CA Bastia a National) y la recuperación del derbi insular, terminaba así empañada por la peculiar situación política de una región a medio camino entre el debate identitario y la lucha contra las mafias locales.

A diferencia de otras islas mediterráneas, Córcega no cuenta con una gran capital que centralice su fútbol. Sicilia tiene a Palermo, Cerdeña a Cagliari, Chipre a Nicosia y Mallorca a Palma, pero Ajaccio -que se proclama ciudad imperial por haber alumbrado a Napoleón Bonaparte- apenas censa a 65.000 habitantes en sus calles. Al norte, los 45.000 vecinos de Bastia se reivindican como el auténtico centro balompédico de la isla. Y es que, a pesar de esa demografía débil y dispersa, el fútbol corso vivió una edad dorada entre finales de los 60 y comienzos de los 80, sobre todo a través del Sporting Club de Bastia: campeón de la Copa francesa en 1981 gracias a un gol del camerunés Roger Milla, y finalista de la Copa de la UEFA en 1978 alineando a Johny Repp. “El Bastia es la bandera de Córcega. Todo el mundo adora al club, incluso aquellos que no siguen el fútbol. También en Ajaccio, donde la gente simpatiza más con el Gazélec -el club de los trabajadores- que con el burgués AC Ajaccio-“, valora el periodista local Thomas Andrei. “La última vez que ascendió el Bastia, en mayo de 2012, hubo fiestas masivas por toda la isla. La última vez que ascendió el AC Ajaccio, en la primavera de 2011, los jugadores desfilaron por algunas calles de la capital: hubo vecinos que les abuchearon desde las ventanas”, ilustra.

Minuto de silencio en memoria del abogado Sollacaro antes del estallido de pasiones del último clásico corso.
Minuto de silencio en memoria del abogado Sollacaro antes del estallido de pasiones del primer clásico corso de la 12/13.
FRANCIA SE OLVIDA DE FURIANI

Pero, más allá del historial y los nombres que se han enfundado la camiseta de los turchini de Bastia, una tragedia terminó de anudar los vínculos emocionales de toda la isla con ese club. El 5 de mayo de 1992, una tribuna supletoria del estadio de Furiani se derrumbó antes de la semifinal de copa Bastia-Olympique de Marsella. “Yo estaba allí. Sólo recuerdo un inmenso estruendo y escenas de pánico. Mi abuelo me agarró y me llevó a casa corriendo”, recuerda Christian Colonna, que entonces tenía siete años y ahora ejerce como director de comunicación de la entidad. “No pasa un solo día en el que al llegar a mi despacho, justo debajo de esa tribuna, no me acuerde de las 18 personas que fallecieron”, admite emocionado. Aquel desastre, el peor del deporte francés en toda su historia, parecía el final del Bastia pero sirvió para movilizar como nunca antes a toda Córcega. Aún hoy aquel recuerdo eriza la piel de sus habitantes: “Aquí se puede hablar de todo: independencia, mafias… Menos de Furiani. Este es un país pequeño y todo el mundo conoce a alguien que estuvo allí”, abunda el periodista Andrei.

Tras la tragedia del ’92, el presidente François Miterrand proclamó con toda solemnidad que ningún partido de fútbol volvería a jugarse en Francia otro 5 de mayo. Dos décadas después, las autoridades del fútbol galo siguen sin atender las demandas de los colectivos de víctimas. “Es como Hillsborough para el Liverpool. No pararán hasta lograrlo. En las últimas presidenciales, François Hollande firmó en favor de respetar el duelo. Espero que no tarde”, explica el periodista. “Que haya pasado tanto tiempo sin sacralizarse esa fecha supone una falta de respeto. Parece que sea un drama exclusivamente corso, y no la peor tragedia del fútbol francés. Es como si nos dijeran: quedaos con vuestro duelo y vuestros recuerdos y no salgáis de la isla”, ha valorado estos días Jean-Paul Cappuri, de Corse-Matin. Él también estaba en Furiani aquel día.

SOLIDARIDAD CONTRA LA INJUSTICIA

La solidaridad y su reverso, la injusticia, constituyen dos sentimientos muy extendidos en Córcega. Nadie duda que si la grada se hubiera derrumbado en Saint Étienne o Lyon, Francia llevaría muchos cinco-de-mayo sin fútbol. La solidaridad ayudó a la isla a superar una apestosa guerra civil entre las facciones del Movimiento de Liberación durante los 90. Durante aquel periodo, los equipos de fútbol -íntimamente ligados al nacionalismo- desaparecieron de la faz de la Ligue 1. Hasta que en 2009 el Bastia se encontró a un paso de descender a CFA (categoría amateur). Entonces, reapareció la solidaridad: nueve socios -un fontanero, un electricista, el dueño de un taller…- se unieron para comprar el club. Desde entonces gestionan de forma colegiada una entidad que ha ascendido tres divisiones en cuatro temporadas. Un modelo radicalmente opuesto al que pregona el nuevoriquismo del PSG.

Pero las injusticias siguen muy vigentes en la isla. Esta campaña, el renovado estadio del Bastia se ha visto clausurado por incidentes -como el uso de pirotecnia en las calles adyacentes al campo- que dudosamente se pueden achacar al club. “No tienen clemencia con nosotros, nos sancionan por tonterías que en otras ciudades pasan desapercibidas”, denuncia Colonna. Así, este enero, mientras los turchini jugaban exiliados en el campo del Guegnon -un pueblo en mitad de la Francia profunda-, el veterano intendente del club, Jo Bonavita, se declaraba en huelga de hambre contra la ‘Liga anticorsa’. “Tuvo gracia eso de Jo, aunque más que una huelga creo que se trató de una excusa para ponerse a dieta”, bromea Thomas Andrei.

Tras debutar con una sorprendente victoria ante Francia en 1967, la selección corsa ha recuperado su actividad

Ese sentimiento de discriminación política sienta sus raíces en episodios como el vivido en el palco del Parque de los Príncipes en 1972. El Bastia había alcanzado su primera final de la Coupe de France para besar la lona ante el Olympique de Marsella. Al entregarle el trofeo al capitán marsellés, el presidente de la República, Georges Pompidou, le susurró algo al oído: “La Copa se queda en suelo francés, y me alegra que sea así”. Entonces, el conflicto identitario apenas estaba en sus inicios. Ahora, el nacionalismo corso está resurgiendo de la guerra sucia con la que lo combatió el estado francés en las últimas décadas. Y con él, sus equipos de fútbol, que acogen a los fichajes con un curso de historia local y clases de lengua corsa cada semana.

Jo Bonavita, intendente del Bastia, denunció con una huelga de hambre la discriminación anticorsa de la liga gala.
Jo Bonavita, intendente del Bastia, denunció con una huelga de hambre la discriminación anticorsa de la liga gala.

Para Colonna, los medios de comunicación galos tienen mucho que ver: “Perpetúan ciertos prejuicios: que si somos racistas, que si hay gente armada entre el público, que si aquí reina la omertà… Nos complica la labor de encontrar espónsor. ¿Quién va a querer patrocinar un club así?”, lamenta. En cambio, Andrei cree que la prensa francesa está encantada con tener a Ajaccio y Bastia en la Ligue 1. “¡Es el campeonato más aburrido del planeta! El ascenso de los corsos es una buena noticia mediática”, valora. El problema, a su juicio, pasa por el choque de culturas futbolísticas entre la isla y el continente. “Los corsos, como los italianos, somos de insultar, de animar todo el partido. Los franceses van al campo como quien acude a un teatro”, explica. Bastia, puerto genovés hasta 1767, con un socio del club por cada cuatro habitantes y el estadio que promedia la segunda mejor asistencia de la Ligue 1, vive el fútbol con un calor inusual para Francia. “Un árbitro llegó a parar un partido porque un espectador le había lanzado un chicle… ¡Un chicle! ¿Te imaginas?”, ironiza Colonna. Su visión choca con la del Hexágono. “Allí abajo les gusta jugar a ser las víctimas”, ha deslizado en France2 el ex jugador Basile Boli.

UNA ISLA, UNA SELECCIÓN

Como ocurre en otras regiones, el fútbol constituye desde siempre un escaparate para la identidad corsa. A comienzos de 1967, la selección gala se disponía a inaugurar un extraño experimento, y más en un país esencialmente centralista: una ronda de amistosos contra combinados regionales de cara a la Eurocopa. Just Fontaine, vieja gloria y entonces preparador de los Bleus, reclamó “auténticos corsos” para ejercitarse ante 25.000 espectadores en el Vélodrome de Marsella. 90 minutos después, el mismo Fontaine vaticinaría: “si un día consiguen la independencia, Córcega tendrá un papel en el fútbol internacional”. La isla había derrotado al continente por 2-0, entre irónicos cánticos de los aficionados marselleses. Al día siguiente, la Federación francesa anuló los inminentes amistosos contra Bretaña y Alsacia: experimentó fini.

Sin embargo, al igual que sus clubes, la Squadra naziunale ha renacido. Desde 2009 disputa un partido anual contra combinados oficiales. “Al principio no nos conocíamos entre nosotros; los de Bastia por un lado, los de Ajaccio por otro. Pero ahora somos una piña”, explica el centrocampista Jean-Baptiste Pierazzi. La ‘primavera del fútbol corso’ cuenta con secundarios de lujo como Ochoa y Mutu (Ajaccio) o Landreau y Rothen (Bastia), pero está protagonizada por futbolistas de la tierra: hasta 11 jugadores isleños participaron del último derbi. Ese que arrancó un minuto de silencio en memoria del abogado Sollacaro, veterano nacionalista y amigo de una de las figuras más peculiares del fútbol europeo, Alain Orsoni. Militante de extrema derecha en los 70 (“para impresionar a las chicas“), terrorista en los 80, fugado a Nicaragua en los 90 y, desde 2008, presidente del Ajaccio.