El suyo fue un salto considerable, pero no tuvo vértigo: a los 18 años, Joan Capó i Coll pasó de jugar en el Atlètic Ciutadella a hacerlo en el Barça; de la calma de Menorca a la agitación setentera de Cruyff. Había despuntado en la isla y sin saber muy bien cómo, los ojeadores del Barça le pusieron una oferta sobre la mesa. Era la primavera de 1973. Capó sería el tercer portero de aquel equipo capitaneado por Cruyff y entrenado por Rinus Michels. No llegó a jugar porque Sadurní y Mora se repartieron los minutos. Además, le tocó hacer la mili, que en aquella época hipotecaba nada menos que 18 meses. “Me impedía entrenar con la dedicación que exige un equipo de Primera, por eso me cedieron al Sabadell”.
Llegó a la Nova Creu Alta en 1975 para jugar en Tercera. Pocos imaginaban que se convertiría en uno de los jugadores más emblemáticos del club: en Sabadell vivió el primero de sus numerosos ascensos, a Segunda, y fue entonces cuando lo fichó el Celta, que buscaba portero porque el suyo, Carlos Alberto Fenoy, se había enfrentado al público y estaba apartado del equipo. En Vigo -donde lo bautizaron como ‘o porteiro descapotable‘, jugando con su apellido y su alopecia- fue titular hasta que Javier Maté le arrebató el puesto: fueron cuatro años metido en un ascensor (dos descensos y dos ascensos), así que el Sabadell pensó que nadie mejor que él para subir de categoría. En 1983 pasó de jugar en Primera con el Celta a hacerlo en Segunda B con el Sabadell: mereció la pena porque en tres años volvería a lo más alto. Ya convertido en cotizado cromo de los coleccionables y en ídolo de la Nova Creu Alta, fue la víctima colateral de un asunto nunca aclarado del todo: resulta que al presidente del Sabadell, Rafael Arroyos, lo habían acusado de intentar comprar a un árbitro, Ceballos Borrego, para subir a Primera.
Y con el Sabadell ya en Primera llegaron las represalias en forma de penaltis. Y Capó se cayó del equipo porque el experto parapenaltis no era él, sino Manzanedo. La aventura en Primera solo duró dos años, de 1986 a 1988; suficientes para que la imagen de Capó (gatuno, ágil, calvo; capaz de lo mejor y de lo peor) se quedase adherida a la corteza cerebral de toda una generación. Fiel a su naturaleza, cuando se retiró no se dejó seducir por el ego de los banquillos ni por la opulencia de los palcos. Simplemente volvió a Ciutadella y montó junto a su familia una tienda de ropa para niños llamada Fillets.
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