Primavera de 1963, Londres. El Tottenham se enfrenta al Slovan Bratislava en los cuartos de final de la ya desaparecida Recopa de Europa bajo los focos de un White Hart Lane a reventar. John Moynihan era por entonces uno de los periodistas futbolísticos de referencia en Inglaterra y sus crónicas de los partidos en el Sunday Telegraph hacían las delicias del aficionado. En la crónica de aquella noche de primavera en la capital, Moynihan describió a la perfección la destreza con la que el delantero de los ‘Spurs‘, Jimmy Greaves, brilló esa noche. “Indiferencia devastadora”, escribió el periodista en el periódico, y es que la figura de Greaves, uno de los goleadores más grandes en Inglaterra, pasará a la historia por su capacidad de decidir partidos con el más bello de los artes, marcar goles.
Nacido en el este de Londres, James Peter Greaves inició su carrera en el Chelsea con tan solo 17 años. En una época en la que los jugadores aún iban con transporte público al estadio y hasta se tomaban un trozo de pastel en uno de los pubs situados cerca del recinto, Greaves empezó a destacar gracias a una hambre insaciable. En 157 partidos con los ‘Blues‘ convirtió 125 goles y eso que solo estaba iniciando su carrera futbolística. En 1961 llegó una oferta irrechazable del Milan en la que le ofrecían mucho más dinero del que podía aspirar a ganar en la First Division. En su último partido con el Chelsea fue nombrado capitán y marcó los cuatros goles de su equipo. Así llegaba otro inglés a Italia, después de los desembarcos de Law y Joe Barker al Torino. La aventura en el sur terminó pronto. Aunque sus actuaciones no fueron malas del todo -nueve goles en 14 partidos-, el paro cardíaco que sufrió el entrenador que lo trajo, Giuseppe Viani, y el posterior nombramiento de Nereo Rocco como su sucesor, truncó las esperanzas de un joven Greaves lleno de energía.
En una época en la que los jugadores aún iban con transporte público al estadio y hasta se tomaban un trozo de pastel en uno de los pubs cerca del recinto, Greaves empezó a destacar gracias a una hambre insaciable
Nada como estar en casa
Después de unos meses de sufrimiento en Milán, llegó otro club de Londres, esta vez el Tottenham, para llevarse al crack inglés por 99.999 libras, evitando así que cargara con el peso de ser el primer jugador inglés por el que se llegaba a 100.000. Y otra vez en Londres, volvió a encontrar la felicidad jugando al fútbol. Combinando grandes actuaciones con club y selección, Jimmy Greaves se convirtió en uno de los mejores arietes del país. En el Tottenham, jugó a un gran nivel y en la temporada de su debut anotó 30 goles en 31 partidos,. Cifras que mantuvo hasta consagrarse como máximo goleador de la historia del club, con 221 goles, jugando al lado de futbolistas como Bobby Smith o Alan Gilzean. En la selección, más de lo mismo. En 1960 le marcó un gol a la España de Di Stéfano con un delicioso toque de balón y en 1961 anotó un hat-trick en la victoria por 9-3 frente a Escocia. Llegó 1966 y con él el Mundial de Inglaterra en el que se pronosticaba que Greaves tendría una importancia capital, pero el seleccionador Alf Ramsey decidió dejar en el banquillo al magnífico delantero después de sufrir una lesión en la fase de grupos. En una época en la que solo se otorgaban medallas a los once titulares de la final, su posición la ocuparía Geoff Hurst, el héroe frente Alemania Federal con un hat-trick, y el del Tottenham caería en el alcoholismo y la mala vida. Su carrera estaba en declive y en 1970 firmó por el West Ham, donde compartiría, cosas de la vida, delantera con el jugador que le había arrebatado el sueño de colgarse la medalla de campeón de un Mundial, Geoff Hurst.
Aún así, Jimmy Greaves siempre va a quedar grabado en la retina de los aficionados que en su día pudieron disfrutarlo. Fue un cazador furtivo del gol. Poseía una tremenda compostura e inteligencia de cara portería y era un regateador hábil, devastador e incansable. El pequeño delantero era de esos que podía permanecer todo el partido sin aparecer y que justo antes del pitido final te marcaba el gol de la victoria. Tenía una gran facilidad para finalizar con ambos pies y un gran juego aéreo pese a su estatura, aunque si ganaba duelos en el aire era gracias a su enorme percepción del juego y su capacidad para adelantarse a la acción. “Fue una vida para la que nací, no sabía hacer nada más que jugar a fútbol”, dijo en una entrevista televisiva en los últimos años de su vida. Greaves fue una persona natural, y buena prueba de ello se demostró con su faceta como experto en la televisión. En un terreno en el que nunca pensó que podía aportar nada diferente, el de Londres encandiló a los telespectadores ingleses con una naturaleza cordial y un gran ingenio.
Jimmy Greaves era de esos delanteros que podía permanecer todo el partido sin aparecer y que justo antes del pitido final te marcaba el gol de la victoria
“Indiferencia devastadora”, porque en su día John Moynihan describió muchas cosas del juego de Greaves, pero ninguna podrá explicar a la perfección lo que los aficionados sentían cada tarde de sábado cuando el delantero se calzaba las botas y hacía feliz a miles de personas con su fútbol.
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Fotografía de Imago.