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Insomnio en el teatro

Un Manchester United-Barça es una buena excusa para conocer el noroeste inglés. Este es el relato de un viaje exprés a la ciudad del Teatro de los Sueños

Bobby Charlton lo apodó el ‘Teatro de los Sueños’, aunque no debería llamarse así para los aficionados rivales: pasearse por ahí con la bufanda equivocada se convierte en todo lo contrario. Pero empecemos por el principio. Hay que decir que Mánchester no es la ciudad más bonita de Europa, un detalle al que no daremos importancia en esta sección que pretende destacar alicientes para visitarla. Y los hay. Yo la conocí con motivo de una vuelta de semifinal de Champions. Corría el año 2008, llovía mucho y el Barça de Rijkaard estaba en horas bajas -no había pasado del empate sin goles en la ida-. Ahí estaba yo, con mis veintipocos años y con la energía tan difícil de gestionar de la juventud.

Mánchester, decíamos, es gris e industrial, pero tiene un aura especial que justifica la visita. Además de beber pintas, merece la pena conocer la catedral medieval, el Ayuntamiento victoriano o la John Rylands Library -una espectacular biblioteca que parece sacada de una peli de Harry Potter-. Y es todo gratis. Pero lo realmente imprescindible es el National Football Museum, una oda a la historia de este deporte. Yo lo hice todo en un día y me guardé tiempo para la previa del partido: es perentorio acudir a cualquier estadio inglés con antelación e inmiscuirse en el ambiente de los alrededores. Old Trafford está un poco alejado del centro, pero se llega en tranvía en poco menos de media hora. Los de las bufandas equivocadas éramos los únicos tres forasteros de aquel estrecho vagón, petado de amables ultras ingleses que tuvieron a bien cantarnos insultos durante todo el trayecto. Esa media hora se hizo eterna, pero sobrevivimos. Bajamos en la antigua estación Warwick Road y recorrimos aliviados las calles que suben hacia el estadio, donde las casas son bajas, de ladrillo marrón y tejados oscuros. Cabe lamentar que, por solo una semana, no vimos terminada la estatua en honor de la ‘Santísima Trinidad’ que hay enfrente del coliseo, dedicada a tres leyendas del club: George Best, Denis Law y Bobby Charlton. Tras no pocas cervezas, accedimos al recinto mancuniano con tiempo para admirar cada detalle sin la tensión de los 90 minutos. Impresiona.

Del partido no recuerdo casi nada, solo el zambombazo con el que Scholes congeló nuestras infundadas esperanzas y los cánticos en bucle de la grada: “We’ve got Ronaldo! We’ve got Ronaldo!”. Abatidos, en el tranvía de vuelta ya habíamos escondido los emblemas, pero nuestros rostros nos delataban. Aquellos exaltados volvieron a rodearnos, más felices y borrachos que dos horas antes. Se pasaron el viaje gritándonos a un palmo de nuestras caras “Lo, lo, lo, we’ll go to Moscow!”. Aún hoy puedo sentir aquellos alientos con aroma de cebada fermentada y crueldad. Lo siguiente que recuerdo es un fish and chips que comimos bajo una manta de agua y unos bares que cerraban demasiado pronto para alguien que no tenía cama donde dormir. Terminé aquella aventura empapado, derrotado, humillado y ‘durmiendo’ en el suelo de la estación de autobuses. Y aun así, fue uno de los mejores viajes de mi vida.

 

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Fotografía de Getty Images.