Un iraní, un mexicano y un peruano dan un brindis en la mañana del 14 de diciembre en un bar californiano. Aunque son distintas las razones que trajeron a sus familias a este país, en ese instante, una sola los une como hermanos: el fútbol. Omeed Farsoni, como su abuela paterna, quien escapó de la Revolución Islámica en 1979, se siente iraní. Miguel Gómez, cuya adolescencia se situó en el mismo estado donde se grabó Breaking Bad, es mexicano, dice, como su Juárez. Ninguno tiene un caballo en la carrera, pero que gane aquel que no estaba previsto en la contienda. Marruecos.
La historia de Marruecos en la Copa del Mundo es la historia de un underdog, como se suele llamar a quien se le creyó con mínimas posibilidades de vencer. Marruecos es Walter White saliendo de un edificio minutos después de explotar el segundo piso con mercurio fulminado. Esa es una historia norteamericana, producción ficticia, que convierte al perdedor en un personaje épico. Pero no hay que recurrir a Hollywood para conocer de underdogs. Nosotros sabemos de migrantes que cruzaron países, ríos, desiertos, bajo circunstancias que bien merecen ser escenas cinematográficas: nuestras propias familias.
En la televisión hay otro extraordinario ejemplo. Los padres de Achraf Hakimi vivieron en España sin papeles, vendiendo ropa y limpiando casas, lejos de su original Casablanca. El penal decisivo de Hakimi frente a España, país en el que nació, en los octavos de final es digno de un guion de cine. Recrear esa Panenka en cámara lenta.
Hablemos de Marruecos, empleando su mejor virtud: el orden. De atrás hacia adelante. Aunque se le podría confundir con un rockero irlandés si se desconoce de fútbol, el portero es Yassine Bounou. O Bono. Nacido en Canadá. No es fácil conservar la portería intacta cuando enfrentas a los mejores delanteros del mundo fecha tras fecha. Pero esa no es responsabilidad enteramente suya. Desde el 2006 que una selección no alcanzaba una semifinal con un solo tanto en contra. Ese récord era de la Italia de Fabio Cannavaro. Este es el Marruecos de Roman Saïss, capitán de 32 años, líder de la rigidez táctica en el campo.
A los cinco minutos del primer tiempo, recibo un mensaje en mi celular, el cual traduce lo que ya sabemos gracias a la televisión: “un gol horrible y condicionará el partido”. Quien lo envió fue mi amigo Khalil Benalioulhaj, cuyos padres se conocieron en Francia, el rival de Marruecos esta mañana. Khalil creció en Oklahoma junto a su madre estadounidense. Cuando el calendario marcaba el inicio del verano americano, Khalil viajaba a Kenitra, donde hoy vive su padre marroquí. Allí llegamos días antes de la navidad de 2014, para ver al Real Madrid coronarse campeón del Mundial de Clubes jugado en Marruecos. El mejor jugador de aquel torneo fue un tal Sergio Ramos.
Para este Mundial de Catar, Ramos no fue convocado por Luis Enrique, cuya España fue derrotada por los ‘Leones del Atlas’. Como España, Marruecos también venció a Bélgica, Canadá y Portugal en cuartos de final. En el partido frente a los lusitanos, Youssef En-Nesyri fue el héroe de la noche. Héroe que voló sin capa tan alto, tan alto como se puede volar para alcanzar un récord alguna vez tan lejano: meter a una nación árabe, africana, a una semifinal mundialista.
Los padres de Hakimi vivieron en España sin papeles, vendiendo ropa y limpiando casas, lejos de su original Casablanca. Su penal decisivo frente al país en el que nació es digno de un guión
Cuando Marruecos pierde la sede de la Copa del Mundo a manos de Sudáfrica para el torneo de 2010, los directivos, preocupados por la falta de infraestructura, deciden remediar el problema apostando por el futuro. Abren la academia de fútbol Mohammed VI, donde En-Nesyri dio sus primeros cabezazos. Su gol frente a Portugal es merecedor de un guión. Recrear el salto en cámara lenta. Recrearlo como si fuera una escena hecha por Juan José Campanella.
Pero la selección de Marruecos está compuesta también por jugadores nacidos en países a los cuales sus padres emigraron. Además de Hakimi y Bono, está Sofyan Amrabat, originario de Países Bajos. Amrabat es el equilibrio en carne y hueso. Es minimalismo. Disciplina en shorts y camiseta, pues parece jugar bajo un solo régimen: dos toques como máximo. A un lado suyo, sobre la raya, buscando el desmarque, está Sofiane Boufal, extremo nacido en París—sus actuaciones son recordadas por el regate a gran velocidad cerca de la frontera del campo y sobre todo por el baile con su madre tras el triunfo frente a Portugal.
A los 56 minutos del segundo tiempo, Randal Muani, delantero avispado en el área, recoge un desvío proveniente de un tiro de Kylian Mbappé, rodeado por cinco marroquíes. Es el segundo gol francés: liberté, egalité, Mbappé. Es el gol que niega toda remota posibilidad al underdog. Khalil ya no envía mensajes lamentando el fin del cuento de hadas. Su silencio otorga. Y en ese silencio, una salvedad, el de los ‘Bleus’ también es un equipo similar al marroquí. Está conformado por jugadores cuyos padres emigraron a Francia.
A varios minutos de terminar el partido, Miguel se despide y quedamos Omeed y yo en el bar californiano. En la esquina opuesta, varios aficionados norteamericanos dicen que Estados Unidos hubiese sido mejor rival que Marruecos en la semifinal. Lo dicen porque Estados Unidos venció a Marruecos en un amistoso en junio de este año. Quizás Estados Unidos debería verse más como Marruecos en el campo. O quizás consultar con Hollywood y conformarse con una película ficticia mientras tanto.
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Fotografía de Getty Images.