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Girona, work in progress

El secreto del éxito del Girona es que no hay secreto. Confianza en una idea, establecer una base sólida y no fiarlo todo a un futuro incierto

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Tres jornadas son sólo eso, tres jornadas. Y lo que pasa en agosto, habitualmente, se queda en agosto. Y en Primera División, ya se sabe, lo más difícil no es dar estirones, sino crecer; no es encadenar dos o tres días de gloria, sino ser capaz de aguantar en la cumbre. Ahí radica la diferencia entre vivir o morir en la élite. Está en las piernas, sí. También en el talento. Pero en un juego que cada día se resuelve más por detalles marginales, el secreto vive principalmente en la cabeza. En la de cada jugador, que cree en el plan y aprende de los golpes; y también en la del técnico, allí donde vive su idea.

Cualquiera tiene un estilo, un manual de instrucciones. Lo difícil es desarrollarlo y desplegarlo en un mismo equipo. Sobre todo, cuando no hay margen para equivocarse. Míchel no ha terminado su obra, pero lleva dos años esculpiéndola. Y eso es un lujo en una Primera División en la que sólo Diego Pablo Simeone (once años y ocho meses en el Atlético), Jagoba Arrasate (cinco años y dos meses en Osasuna), Imanol Alguacil (cuatro años y ocho meses en la Real Sociedad), Manuel Pellegrini (tres años en el Betis) y Carlo Ancelotti (dos años y dos meses en el Real Madrid), todos ellos ya con experiencia europea, llevan más tiempo que el vallecano en su actual cargo. Y eso, en Girona, han aprendido a apreciarlo. Han tenido el tiempo y, sobre todo, la paciencia, para valorarlo. Lo han confirmado de la mano de un entrenador que recibió la confianza del club cuando, aún en Segunda División, las cosas amenazaban con estancarse. La primera recompensa a ese movimiento casi contracultural fue el ascenso de 2022. La segunda, la esperanza de una estabilidad en Primera, inédita para la entidad, que se empieza a adivinar después de que el equipo haya protagonizado el mejor arranque de su historia en la máxima categoría (siete puntos en tres jornadas, con visitas a la Real Sociedad y el Sevilla y la visita del Getafe.

La esperanza de una estabilidad en Primera, inédita para la entidad, se empieza a adivinar después de que el equipo haya protagonizado el mejor arranque de su historia en la máxima categoría

Y, sin embargo, nada se define en las tardes de verano. También lo saben en Girona: pese a que en Montilivi se está viviendo el nuevo curso como una continuación de la fiesta que supuso la anterior, nadie en su sano juicio lanza las campanas al vuelo. La afición ‘blanc-i-vermella’, ya de por sí poco amiga de los excesos, ha aprendido a vivir de lo que le ofrece el presente, hoy abundante. Y que el futuro sea, como mucho, una esperanza colectiva. Un ojo al retrovisor, entre otras cosas, porque aún quema el recuerdo de la segunda campaña de la primera aventura gerundense en lo más alto, aquella 2018-19 que terminó en descenso cuando el equipo, a diez jornadas del final, cuando aún retumbaba la victoria en el Bernabéu, estaba más cerca de Europa que de la categoría de plata.

Son sólo tres partidos, que no son nada en la eternidad de una temporada, pero si nadie en Girona piensa en objetivos desenfocados no es simplemente por el natural prudente de su hinchada, sino porque el realismo que imponen las hojas del calendario es, precisamente, uno de los rasgos del discurso que emana del banquillo.

Después de cada partido, ya sea un empate en San Sebastián, una goleada al Getafe o un triunfo en Sevilla, se ofrece un análisis honesto del partido, de lo que está bien y de lo que está mal. Del futuro, sólo se promete un proceso. Work in progress. Quizá dos años no sean suficientes para culminar una obra futbolística, pero es evidente que Míchel ha logrado asentar unas bases, unos fundamentos que se han puesto a prueba en estas primeras semanas.

En un juego que cada día se resuelve más por detalles marginales, el secreto vive principalmente en la cabeza. En la de cada jugador, que cree en el plan y aprende de los golpes; y en la del técnico, allí donde vive su idea

En la entrevista que concedió a Panenka en junio, el entrenador reconocía el peso de Oriol Romeu en su equipo“Me lo equilibra todo, y alrededor de él tengo que formar la estructura”. Los daños que podía causar la marcha del mediocentro al Barcelona, anunciada semanas después, eran evidentes. Y, aun así, la solución ha surgido de la esencia del colectivo, de piezas que se mueven alrededor de una arquitectura asentada que, lejos de empequeñecerse, parece crecer.

El Girona de Míchel sube su apuesta por la ambición con el balón, las ganas de ser protagonistas y una filosofía que mira también a la grada (“Un entrenador nunca debe quitarle cosas al espectáculo”, nos confesó el preparador madrileño). La esencia de un proceso que sigue su marcha porque sólo seguirá vivo si se mantiene girando. Y esa es la única fe futbolística a la que hoy se entregan en Montilivi. Todos lo saben. El secreto de su éxito es que no es ningún secreto.


 


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Fotografía de Getty Images