El murmullo comenzaba a extenderse como la espuma por el graderío del Camp Nou. Algunos aficionados se levantaban de sus asientos y señalaban hacia la zona de los banquillos. Era como si hubieran visto a un ser extraño. La gente se miraba con cara de no saber muy bien lo que estaba sucediendo. De repente, el susurro que copaba ya cada sector del estadio se convirtió en un estruendo. Incrédulos, los jugadores del PSG observaban cómo los hinchas saltaban y gritaban como si su equipo hubiera marcado el gol de la victoria en el descuento. No daban crédito, pues el partido iba 0-1 a su favor, era el minuto 53 y no estaba ocurriendo nada. Fue en ese momento cuando giraron sus cabezas hacia el banquillo y vieron a un tipo quitándose el chándal. Ahí lo entendieron todo. Messi salía a calentar.
Era el partido de vuelta de los cuartos de final de la Champions League 2012-13. En el duelo de ida, en París, el encuentro se resolvió con un empate a dos. Messi abrió el marcador tras una asistencia de lujo con el exterior de Daniel Alves y, cuando apenas quedaban de diez minutos para el final, Ibrahimovic hizo el empate después de cazar un balón suelto en el área. Los culés seguían insistiendo a pesar de que el tiempo apremiaba. Fue tanto el empeño que Alexis Sánchez acabó provocando un penalti. Xavi se encargó de lanzarlo y engañó perfectamente a Sirigu para hacer el 1-2. Todo parecía sentenciado hasta que, en el último suspiro del descuento, Matuidi convirtió el definitivo 2-2 con un disparo que rebotó en un defensa antes de colarse en la portería de Valdés.
Rascar un empate en París habiendo marcado dos goles y jugando la vuelta en casa, parecía un escenario más que favorable. Pero las caras largas en el vuelo de vuelta expresaban otra cosa bien distinta. Toda la expedición blaugrana sabía que Messi estaba prácticamente descartado para el partido del Camp Nou. El argentino solo pudo acabar la primera mitad por culpa de una lesión en el bíceps femoral de la pierna derecha. Con la ausencia del ‘10’, las remotas opciones de los parisinos de pasar a semifinales aumentaban de forma considerable. El peso de Messi en aquel Barça de Tito Vilanova era desmesurado. Acabó la temporada con 60 goles en 50 partidos.
Incrédulos, los jugadores del PSG observaban cómo los hinchas azulgranas saltaban como si no fueran perdiendo. Giraron sus cabezas y vieron a un tipo quitándose el chándal en el banquillo. Ahí lo entendieron. Messi salía a calentar
El Camp Nou vestía con el esmoquin de las grandes noches aquel 10 de abril del año 2013. El público hacía las funciones de coro, acompañando al unísono la majestuosa melodía de la Champions que retumbaba en los altavoces de un estadio repleto. En el túnel de vestuarios, los jugadores del PSG que todavía no estaban muy acostumbrados a verse en estas lides, saludaban a Messi con admiración y una sonrisa nerviosa. Los protagonistas saltaron al césped y Leo recorrió el camino inverso hacia el banquillo. Tito lo convocó para sentirse seguro. Como el que se guarda una bala en la recámara. El argentino no estaba recuperado de su lesión, pero tenerlo ahí sentado aportaba estabilidad emocional.
El encuentro avanzaba sin que ocurriera nada fuera del guion previsto. El Barça dominaba la posesión, pero no era capaz de transformarla en ocasiones claras. Solo Iniesta conseguía darle color a un juego cada vez más tedioso. Ancelotti animaba a los suyos para que se despojaran de la presión del ambiente y empezaran a ser protagonistas. Los parisinos fueron perdiendo el miedo y Lucas Moura avisó dos veces de que el gol estaba a la vuelta esquina. Acababa de empezar la segunda parte cuando Pastore silenció a un Camp Nou que ya se olía lo que podía pasar. El argentino hizo el 0-1 con el que Barça caía eliminado.
Tres minutos después del gol de Pastore, como si dispusiera del sentido arácnido Spider-Man, la mirada de Messi cambió. Su postura se irguió y Tito Vilanova entendió que debía mandarlo a calentar
En el banquillo, Messi era incapaz de encontrarle el sitio al asiento. Inquieto, no paraba de levantarse, mordiéndose las uñas y tocándose el pelo. Tres minutos después del gol de Pastore, como si dispusiera del sentido arácnido Spider-Man, su mirada cambió. Su postura se irguió y Tito ya entendió que debía mandarlo a calentar. Trotó por la banda con la soberbia del que sabe que tiene todo bajo control. La afición lo aclamaba y diez minutos después ya estaba entrando en el terreno de juego. Todavía lesionado y casi sin poder dar una carrera, su sola presencia generó un aura que deslumbró a los jugadores del PSG.
De repente, parecía que un poder sobrenatural los había abducido. Los futbolistas del PSG empezaron a fallar pases sencillos que antes acertaban. Daba la impresión de que las piernas les temblaban, intuyendo un tétrico final por culpa de un tipo que estaba prácticamente cojo. Era el efecto Messi. Al astro argentino le sirvió con una inspección del terreno de nueve minutos. Esperó inmóvil, lejos de la frontal del área, un pase raso de Alves. Controló y aceleró para dejar en el camino a Verratti y a Motta. Filtró un balón al hueco para Villa y este la dejó perfecta para Pedro, que golpeó firmemente con su pierna izquierda e hizo el 1-1.
Después de arreglar el desaguisado, pidió calma a sus compañeros. Hacía gestos de “ya estoy aquí”, mientras se dedicaba a conservar el balón escondiéndolo como un ilusionista. Acabó el encuentro, y los pupilos del PSG, que estaban eliminados, acudieron a saludar al ‘10’ con el estímulo de un ‘grupi’ adolescente. Todos querían su camiseta. El Barça, extenuado, celebraba su sexta semifinal de Champions consecutiva.
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— V (@toomessiforyaa) February 11, 2022
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Fotografía de Imago.