Está bien ser conscientes de que existe la posibilidad de que todo caiga, de que un día te levantes y el castillo de naipes que habías construido se encuentre por los suelos. Asumir que las cosas pueden ir a peor no es una actitud negativa o fatalista, tan solo te hace saborear de manera más placentera el presente y te prepara para la hostia que viene, por mucho que parezca que aún está lejos. “En qué mierda nos hemos convertido”. No conozco de manera directa a ningún aficionado del Real Club Deportivo de la Coruña, no he hablado con ninguno de ellos pero intuyo que su estado de ánimo está cercano a esa frase lapidaria. Aquellos que vieron levantar trofeos hace no tanto a su equipo, esos que se pasearon por Europa o que jamás han visto caer a sus colores del fútbol profesional, ahora están atónitos. Una cosa es prepararte para una gran hostia, algo que muchos hinchas del Dépor venían haciendo este curso, pero otra bien distinta es el momento en el que sucede. Como cuando intuyes que tu relación está a punto de terminarse, preparas el terreno para sacar la cabeza de la mejor manera posible, pero cuando llega el desenlace por muy preparado que estés el dolor no hay nada ni nadie que te lo quite.
Si bien es cierto que la dinámica de la temporada no había sido positiva, el desenlace no ha podido ser más cruel. Hay formas y formas de caer al pozo, pero lo que le ha sucedido al Dépor no entraba en los planes de nadie. Lejos del césped, lejos de sus aficionados y viendo cómo Maikel Mesa anotaba un penalti en Cádiz que suponía decir adiós al fútbol profesional, al único fútbol que conocían hasta la fecha. Si a la segunda división del fútbol español le da igual cómo te llames, qué títulos hayas conseguido o cómo de amplia sea tu masa social, imaginad lo que pensará de todo ello la tercera categoría. Allí no existe privilegio alguno para quienes un día fueron alguien, allí tan solo hay fango y ni una sola cuerda para salir de él. En muchas ocasiones un descenso, por muy aterrador que sea, sirve para avanzar dos pasos en lugar de retroceder uno. Pero claro, que le cuenten esta historia a aficiones como la del Oviedo, el Cádiz, el Racing de Santander, el Recreativo de Huelva e incluso unas cuantas más.
Lo que es evidente es que el Dépor está huérfano de héroes, lejos quedan ya los Mauro Silva, Fran, Makaay, Bebeto, Donato o Irureta. Aquellos referentes estaban bañados en oro y ahora necesitan a otros con pies de barro, esos que tienen menos eco pero que están llamados a una causa todavía más relevante que levantar un título de liga: devolver a los de la Torre de Hércules al lugar de donde jamás debieron caer. Todavía es pronto y el verano será largo, habrá denuncias y protestas de unos y otros, pero quizá lo mejor ante una situación así sea asumir que se ha caído lo más bajo posible y que es el momento de hacer las cosas bien, de recuperar la identidad y el sentido de pertenencia. ¿Quiénes van a pagar los platos rotos? Los de siempre, los hinchas. Tanto la generación que todavía guarda en su retina históricos encuentros como la más joven que ni sabe de la existencia de la Segunda División B. Pero una cosa está clara, quienes estaban hace 20 años seguirán, unos colores y sentimiento transcienden más allá de la categoría en la que uno esté, al fin y al cabo no deja de ser tan solo un número.
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Fotografía de Getty Images.