PUBLICIDAD

Diego Milito: el vicio del gol

Diego Milito convirtió su vicio en oficio y, por el camino, logró ganarlo todo. Un tipo como tú o como el vecino del quinto. Un loco del gol

Diego Milito: el vicio del gol

Un vicio llega a tu vida sin pensar. No avisa. Un día sales de clase y alguien te presta un cigarro, toses, toses mucho, pero al rato pides otro, y ya está, ya estás dentro. O una mañana de sábado enciendes la consola, juego nuevo, día libre, y de repente se te hace de noche y la alarma del lunes te despierta con los ojos rojos y secos. O una tarde como otra cualquiera, jugando con tus amigos en el parque, te llega un balón bombeado y sin saber muy bien cómo, del derecho o del revés, lo tocas y se cuela dentro de la portería, notas la adrenalina, los compañeros corren hacia ti para celebrarlo, y se acabó: ahora quieres otro y otro y otro. Los vicios son así, traicioneros, cuesta renunciar a ellos aun queriendo, pero hay algunos que querrías atar a ti de por vida. Los guardarías hasta en una caja fuerte. Como la sensación de haber marcado un gol, ya lo contó Diego Milito en una ocasión: “Yo necesito los goles, es inexplicable porque, cuando te acostumbras a marcar, es un vicio irresistible”.

El gol fue siempre uno de los mejores amigos del argentino. Siempre de la mano, los fines de semana salían juntos al parque a jugar a las damas, tomaban cervezas hasta tarde los viernes y se echaban juntos el café a media mañana en el descanso del trabajo. Inseparables. La conexión era tan intensa que, como dos niños tan amigos y parecidos entre sí, la gente les empezó a llamar por un solo nombre. Cuando el balón entraba dentro, la palabra era una: ¡Diegol! 

La megafonía del estadio, los cánticos de la afición, sin embargo, guardaban otro apodo para el argentino: “¡El Príncipe del Gol, Diego!, chillaban todos. Aunque Milito era un tipo totalmente contrario a la realeza. Un futbolista sin adornos, de mono de trabajo. Un delantero que engañaba por su apariencia, un nueve nini. Ni era el más rápido ni el más fuerte, pero pocos lograban tumbarlo y siempre llegaba antes que los demás. Tal vez por puro instinto. O por pura obsesión. Un delantero obcecado con el gol. Un manitas dispuesto a todo y, lo que es mejor, capaz de todo. Tan importante para sus equipos que uno de sus entrenadores, Serse Cosmi, bromeaba amenazante cuando lo dirigía en el Genoa: “Si el presidente vende a Diego, le corto una pierna”.

 

Un tipo que nunca fallaba al trabajo, que se desmarcaba por oficio y remataba y celebraba por vicio y placer. En 2010 nadie le quitó la sonrisa, lo ganó todo

 

Hubo un año, sin embargo, que El Príncipe se convirtió en Rey y dominó Europa. Un tipo como tú y tu vecino. Sin estridencias. Capaz de comprar el pan en zapatillas de estar por casa. Alguien con vicios y manías, que antes de los partidos se besaba la estampita de la Milagrosa que le había regalado su madre y jugaba con una cintita roja bajo el vendaje de su muñeca izquierda. Un tipo que nunca fallaba al trabajo, que se desmarcaba por oficio y remataba y celebraba por vicio y placer. Y en 2010 nadie le quitó la sonrisa, lo ganó todo. Le crecieron las orejas en Madrid y puso la puntilla en los Emiratos Árabes Unidos. Fue Rey de Europa y luego del Mundo. Por delante de otros nombres más ilustres, como Ibrahimovic o Eto’o. El Rey del pueblo, el honesto y el humilde. El mismo que después de marcar cuatro goles al Real Madrid en un partido de Copa del Rey cuando jugaba en el Zaragoza se llevó el balón firmado en una bolsa de una panadería.

Un tipo como otro cualquiera, aunque durante un tiempo se convirtiese en el hombre que todos soñamos ser. El delantero que marca en una final de Champions y celebra con la copa sobre la cabeza. El futbolista al que dos niños sobre unas muletas espían en su despedida, ambos haciendo malabarismos para ver cada una de sus acciones, para apuntarse los movimientos en una libreta, sobrepasando una valla de 1,70 que les impedía ver y observando la mirada de quien vuelve al área para saciar un vicio. Porque con Diego Milito el vicio era oficio y el oficio, una alegría.

 


SUSCRÍBETE A LA REVISTA PANENKA


Fotografía de Getty Images.