PUBLICIDAD

Demasiado pronto

Ronaldinho Gaucho anuncia su retirada después de más de dos años sin disputar un partido oficial. Se despide uno de los últimos grandes del deporte rey

No, no es que te hayas ido muy pronto. Para nada. De hecho, pensábamos que ya no estabas antes de que tu hermano Roberto nos recordara que aún no lo habías dejado del todo. Tu último partido oficial fue en 2015, que con la broma queda ya muy lejos. Así que este anuncio no hace nada más que reafirmar lo que era un hecho, que la pelota ya no te enamora desde hace más tiempo del que a todos nosotros nos gustaría. Tus últimos coletazos han sido en céspedes llenos de viejas glorias, rechonchas y desgastadas, y en parqués de la India. Eso de competir ya hace mucho, muchísimo, que no te vemos hacerlo. Una despedida fea, sinceramente, para el tipo que pudo regalarnos el cielo y se conformó con que solo lo oteáramos. A la espera de que su heredero nos lo mostrara de una manera muy diferente, desde el silencio y no desde la alegría.

Se me vienen tantas imágenes que dejaste grabadas en nuestras retinas. Tus inicios en Gremio riéndote del capitán que levantó la Copa del Mundo en Estados Unidos. Ese gol a David Seaman para seguir en paso firme hacia la quinta estrella, qué barbaridad. Los primeros detalles en Europa regalando espectáculo en el Parque de los Príncipes. La noche del gazpacho y el sismógrafo de la Ciudad Condal. Cuando tu diestra se convirtió en un palo de golf para silenciar Stamford Bridge con un approach perfecto. Esa noche en el Santiago Bernabéu y los consiguientes aplausos del señor del bigote. Qué rabia, qué asco pensar que todos esos recuerdos han cumplido ya más de diez años y que desde el último de todos ellos hasta el día de hoy, nuestra memoria no pueda reproducir más destellos del mejor futbolista del mundo que un tiempo fuiste. Básicamente porque no los hay.

 

Quizá no pasarás a la historia por ser el mejor, pero sí por poder haberlo sido. Si a alguien le consuela, eso que tiene ganado

 

Antes de bajarte del barco, tu fútbol fue capaz de darle un giro al diccionario futbolístico. Cada nueva filigrana que inventábamos en el patio del colegio tenía tu sello firmado con un inho o inha final que remarcaba que había sido un gesto diferente, especial. Incluso el bueno de Thomas Gravesen, que de clase nunca andó sobrado, tuvo cabida en tu juego de palabras con la gravesinha, aunque se jugara la rodilla y su carrera en esa acción. Creaste escuela hasta entre los que la pelota les había importado más bien poco antes de 2003, cuando dejaste París como un príncipe para ser el rey azulgrana. El hecho de verte enamoraba a cualquiera, fuera o no futbolero.

Los niños solo querían llevar el ’10’ a la espalda, tu ’10’, y esas botas doradas para ser el rey de la cancha. Las conversaciones entre clases, y durante -¿para qué mentir?-, recordaban el nuevo truco que habías descubierto el fin de semana anterior. Los goles se celebraban con un saludo de surfer y las faltas arrancaban con un único ritual: plantar el balón con mimo, dar tres largos pasos hacia atrás y un poco al costado, mirada fija hacia el arco y regresar de nuevo al balón imitando tu icónica manera de golpearlo. Todo parecía precioso hasta que nos diste un baño de realidad. Pensábamos que había cosas que eran para siempre, que tú eras para siempre, y al menos nos enseñaste una lección: todo tiene un fin. Pero no hacía falta que nos lo demostraras de esa manera tan cruel, porque sabemos que podías haber durado unos cuantos años más en el trono.

Lo de que lo difícil no es llegar, sino mantenerse, contigo no sirve. Decir que no podías seguir reinando es engañarnos. Ni el niño más inocente se tragaría esa farsa. Simplemente te cansaste de hacerlo. Te dejaste llevar, te hartó ser el dueño de un juego donde eras el trilero que escondía la pelota hasta al que mejor vista tenía para saber donde diablos la guardabas. Con 26 años, después de devolver a su lugar a un club deprimido, decidiste que era el momento de disfrutar más de otras pasiones que, al fin y al cabo, eran imposibles de compaginar con el deporte. Empezaron a venir demasiadas mañanas de ‘gimnasio’ y muy pocas de césped y balón. Tu juego, eléctrico, brillante y mágico, dejó de serlo. Te abandonaste, nos abandonaste.

Lo peor -o lo mejor, según se quiera ver-, es que aun con la decepción del final de tu historia, nunca se te estará lo suficientemente agradecido. Tuyos fueron los últimos vestigios de un fútbol no tan moderno. Ese que no tenía trampa ni cartón, el que se vivía por amor al arte y no a una cartera llena. Quizá no pasarás a la historia por ser el mejor, pero sí por poder haberlo sido. Si a alguien le consuela, eso que tiene ganado. Aunque molaría volver atrás en el tiempo, hasta 2006, y reconducir tus pasos para saber qué hubiera pasado. Da vértigo imaginarlo. Ahora te despides, pero los amantes del fútbol hace una década que te extrañamos. Ronnie, qué lástima pensar en lo que pudo ser y nunca podremos contar que fue.